
Estos días, a cuenta de los sucesos del 25S se está discutiendo
bastante por la red sobre la legitimidad del uso de la violencia. En este enlace hay un debate interesantísimo
sobre el tema en el que he intervenido. Corrijo y amplío un poco mi
intervención allí para traerla aquí, ya que creo que es un tema
importante. Además, con esta entrada pretendo iniciar una serie de ellas
en las que quiero explicar cuales son mis ideas sobre el #25s y todo el
debate que ha generado. También quiero responder con esas entradas a
quienes nos acusan de frívolos, de no saber lo que estamos haciendo, de
no tener una hoja de ruta y de plantear objetivos totalitarios. Es
evidente que no hablo por el movimiento, sino por mí mismo, y para
explicar por qué me sumo incuestionablemente a él, a pesar de que no soy
frívolo, tengo hoja de ruta, sé lo que hago y mis objetivos no son
totalitarios, ni mucho menos. Quiero, además, que estas entradas sirvan
también para contribuir al debate interno en el propio movimiento.
El que ha dado ya en llamarse movimiento 25S plantea un hecho que a
mi juicio es cierto: la Constitución de 1978 no es democrática, porque
no garantiza un estado social y democrático de derecho, en la medida en
que los derechos de la minoría que ha provocado la crisis están
blindados, mientras que los de la mayoría que la sufre apenas son meras
declaraciones con escaso valor jurídico, y papel mojado, de forma que, a
la menor brisa, decaen, como está sucediendo en este momento en que
vemos constantes ataques a los sistemas de protección social, a la
sanidad y a la educación públicas, a derechos sociales que creíamos
garantizados, e incluso a nuestros derechos políticos.
Ante esta evidencia, constatamos -porque nos lo dicen PSOE y PP- que
la constitución no se puede reformar para corregir todas esas cosas,
pero, en cambio, sí se puede modificar, en un procedimiento oscuro, casi
secreto y pactado por dos personas, y a petición de “los mercados” que
es como ahora se denomina al capital, para garantizar un techo de gasto
que, de hecho, hace inviable el estado del bienestar.
A todo esto hay que añadir que la Constitución de 1978 ha dado lugar a
todo un sistema electoral y político que falsea el sentir político
reflejado en el voto y que, mediante el sistema de listas cerradas y
bloqueadas, entrega el poder político a unas estructuras, los partidos
políticos, cuyo funcionamiento describió tan bien don Alfonso Guerra:
“El que se mueva no sale en la foto”, de modo que el poder político real
están en manos de tres o cuatro dirigentes de los dos principales
partidos políticos, y sólo muy puntualmente intervienen los de alguno de
los pequeños. Los diputados, a quien pomposamente se llama
“representantes del pueblo” y cuya protección es estos días la principal
preocupación de nuestra sufrida Policía, son en todo esto invitados de
piedra que miran y dan tabaco cuando se les pide. Es decir, que votan lo
que les mandan sus camarillas dirigentes, y callan para seguir saliendo
en la foto.
En esta situación, quienes pensamos que sin estado del bienestar no
hay democracia real, y que una Constitución que no es capaz de
garantizar lo que ella misma proclama, a saber, que España es un estado
social y democrático de derecho, y quienes creemos que esa Constitución
es el principal problema y no aporta soluciones, no tenemos otra salida
que ponernos al margen de ella y comenzar a trabajar para su destrucción
y la proclamación de una nueva. No pretendo explicar cómo entiendo yo
el proceso constituyente, cosa que haré en otra entrada. Aquí pretendo
sólo reflexionar sobre la violencia y la no violencia cómo instrumentos
de lucha política revolucionaria.
Dado que el propio sistema cierra todas las puertas a quienes
plantean su superación, como estamos viendo estos días, debemos
considerar que el movimiento 25S es un movimiento revolucionario en lo
político, ya que debe alcanzar sus objetivos con métodos de lucha que,
en muchos casos, están al margen de la ley.
Llegados a este punto, hay que señalar que no hay una sola revolución
en la historia que, en un momento u otro, no haya hecho uso de la
violencia, y gracias a todas ellas hoy podemos estar defendiendo los
derechos y libertades que nos quieren robar. Y por cierto, nos los
intentan robar haciendo uso de la violencia, tengamos eso bien claro.
Sin embargo, la no violencia debe ser admitida como una herramienta
más en la lucha revolucionaria. Aunque no por razones éticas o
ideológicas, sino de eficacia política. En cada momento habrá que
considerar sí es la herramienta adecuada y útil o no. Por eso, debemos
preguntarnos si ahora es útil o no es útil la no violencia como
instrumento de lucha política. Yo creo que sí lo es, y mucho.
Actualmente estamos en un proceso de acumulación de fuerzas. Es
evidente que no tenemos ni legitmidad ni apoyo suficientes para hacer
caer al régimen, por mucho que llenemos la Plaza de Neptuno: no debemos
caer en la tentación de olvidar que, al menos, 17 millones de personas
han votado a PSOE y PP, que son los principales partidos que sostienen
al régimen. Ahora nuestra principal tarea es ganar apoyos. Hay que
convencer a toda esa gente que está dentro del régimen de que todo esto
que está pasando no es una película ni una tormenta: es decir, les está
pasando a ellos y es consecuencia de una serie de decisiones políticas y
económicas que podían no haberse tomado, pero que ya, dentro de este
sistema, son irreversibles.
Y para la consecución de ese objetivo, la no violencia y la
desobediencia civil consciente -es decir, asumiendo las consecuencias de
nuestra actitud como parte inevitable de la lucha- son armas muy
poderosas porque nos ayudan a poner en evidencia las contradicciones de
un sistema político que se autoproclama democrático, pero que intenta
encarcelar durante 5 años a personas que se manifiestan ante el
Parlamento acusándoles de delitos contra la nación, y es sólo un
ejemplo. Además, la desobediencia civil puede bloquear en ocasiones, si
es masiva, el propio funcionamiento del aparato represivo del estado, lo
que la convierte en especialmente útil.
No coincido con quienes plantean que haya que usar la violencia en
este momento, por lo que acabo de decir, pero sí coincido con algunas
posiciones que manifiestan desde dentro del movimiento que estamos
siendo algo irresponsables. No porque usemos a “manifestantes
inexpertos”, como señalan algunos, para conseguir imágenes de represión,
sino porque me da la sensacion de que nos sentamos demasiado
alegremente ante los guardias, pero no sabemos, en realidad, a lo que
nos exponemos cuando ponemos en marcha una campaña de desobediencia
civil.
La desobediencia civil consiste en desobedecer leyes para cambiar
situaciones injustas, y asumir la represión como parte imprescindible de
la lucha para usarla como una especie de boomerang contra el régimen.
El otro día asistí a un debate que me pareció kafkiano en una asamblea,
donde alguien planteaba iniciar una campaña de autoinculpaciones legales
en solidaridad con las ocho personas a las que se acusa de ser los
organizadores del 25S y de haber cometido delitos contra las altas
instituciones del estado. Alguien planteó que, si no había hecho nada,
por qué iba atener que inculparse de nada. Esa actitud denota un
desconocimiento absoluto de lo que es la desobediencia civil.
La desobediencia civil busca la represión, y no la evita. Hay que ASUMIR LA REPRESIÓN COMO PARTE DE IMPRESCINDIBLE DE LA LUCHA,
ya que puede servir desde como elemento de propaganda hasta para
bloquear el propio funcionamiento del aparato represivo. Visualizar ante
la sociedad que el sistema democrático acusa de “sedición” -y pretende
llevar cinco años a la cárcel- a personas cuyo único delito es haber
asistido a una manifestación o haber participado en una asamblea en un
parque público, es una poderosa imagen que debe ser explotada. Llenar el
Juzgado de Pedraza con varios cientos de autoinculpaciones de personas
que aseguran ser organizadores del 25S, que a juicio del régimen es un
atentado contra las altas instituciones del estado es, sencillamente,
obligarle a archivar las diligencias. Es decir: imposibilitar la
ejecución de la ley.
Por eso decía antes que quizas estamos siendo un poco ingenuos cuando
lanzamos una campaña de desobediencia civil, debemos ser conscientes de
a qué nos exponemos, y valorar si podemos o no hacerlo. No nos sentemos
pacíficamente ante los guardias si no asumimos que nos puden saltar los
dientes de un porrazo, porque nuestra actitud va a ser interpretada por
el estado como un grave ataque y va a tener consecuencias. Si no
queremos o no podemos asumirlas, es mejor buscar lugares secundarios
para la batalla. No es malo: hacen falta activistas desobedientes, pero
también agitadores, médicos, abogados, diseñadores, programadores.
En este sentido, creo que estos días en que hemos tenido 35
compañeros y compañeras detenidas por participar en una manifestación, y
a los que el régimen ha intentado inculpar de graves delitos, debíamos
haber tenido una actitud más activa no sólo de apoyo, sino de agitación y
de mostrar ante la sociedad la cara más antipática del régimen
supuestamente democrático. No basta con el apoyo jurídico a los presos.
Creo sinceramente que el movimiento debe reflexionar sobre la represión y
articular formas de explotarla para, sin caer en el víctimismo, darle
la vuelta contra quien la ejerce, que no es la policía, ni los jueces,
sino el régimen de 1978 en su conjunto.
La desobediencia civil y la no violencia pueden ser instrumentos
extremadamente útiles y poderosos para la acumulación de fuerzas,
especialmente cuando se dan dos circunstancias que se están dando:
existe la ilusión generalizada de que vivimos en democracia, y se están
produciendo ataques contra derechos que creíamos que ya eran
incuestionables. Esta combinación, puede ayudarnos a que cada vez más
gente se convenza de que es necesario superar no régimen político que
nos cierra todas las puertas.
Pero no nos engañemos, ni el 25S, ni el 26S, ni el 29S va a caer el
sistema, por muy formalitos que nos quedemos todos sentados ante los
guardias. Insisto en que no tenemos aún ni fuerza ni legitimidad para
hacerle caer, y renunciamos a ser vanguardia de nada, porque somos
demócratas. Los que piensan que el régimen vale son todavía más que
nosotros. Hay que ganárselos, y en todo ese proceso, al final, el
régimen caerá por su propio peso, aunque no lo hará sin resistencia, por
lo que finalmente, la mayoría deberá imponerse por la fuerza a la
minoría, en mi opinión con un límite: el de no usar nunca la violencia
para causar daños irreversibles a las personas. Lo de que el Rey se vaya
por su propio pie con los pantalones manchados, a pesar de haber ganado
los monárquicos las elecciones, ya pasó una vez, en 1931, y no creo que
vuelva a ocurrir.
En resumen: hoy por hoy, nuestras herramientas deben ser la no
violencia y la desobediencia civil, el uso de la represión como un arma
de ida ida y vuelta y la correcta asunción de los riesgos. La violencia,
hoy por hoy, va en contra de nuestros intereses, y eso lo sabe bien el
régimen. Por eso, intentan empujarnos hacia ella.
(*) Periodista