Quédese. Quédese a contemplar lo que todos los españoles contemplan
estupefactos. Blesa y Rato, Rato y Blesa, dos hombres de su máxima
confianza, han resultado ser dos pillastres consumados. A Blesa lo aupó
usted a la presidencia de Caja Madrid y a Rato lo hizo ministro de
Economía, vicepresidente del gobierno y a punto estuvo de ungirlo como
su sucesor de no ser porque el propio interesado se desinteresó. Si por
usted fuera, Rato sería hoy presidente del gobierno.
Quizá no fuera peor
que el que hay, dado que el que hay deja poco margen al empeoramiento,
pero no se dirá que no sería un puntazo. Blesa y Rato, los dos hombres
que hicieron y deshicieron, sobre todo deshicieron, en una de las más
poderosas entidades financieras del país durante quince años hasta
dejarla en harapos, mientras el infeliz de Zapatero presumía a los
cuatro vientos de la solidez de las cajas españolas. Rato fue el autor
del "milagro español" y por eso ascendió a vicepresidente. Blesa el del
"milagro madrileño" y, por eso, cuando su presidencia se tambaleó por
las maniobras y las codicias de los gobernantes autonómicos, salió usted
en su defensa. Toda una vida juntos. Nobleza obliga.
El
caso Blesa ha empequeñecido el caso Gürtel como Júpiter achica a Marte o
un San Bernardo empequeñece a un chihuahua. Al lado de este príncipe
del alegre dispendio a costa de los demás, Correa es un mayoral porcino y
Bárcenas un contable dinámico con algunas externalidades. Es curioso
cómo los 15,5 millones de euros que estos pintas se han fundido en
restaurantes, joyerías, spas y hoteles indignan más a la gente que los
22.000 millones que nos ha costado a todos rescatar la Caja. Son cifras
tan disparatadas que apenas se visualizan.
¿Cómo pueden volatilizarse
22.000 millones sin dejar rastro, al parecer? ¿En qué se han perdido?
¿Cómo? ¿Quién se los ha llevado? ¿En dónde están? El dinero no se esfuma
y siempre deja rastro. Sin embargo, el pararrayos de las iras son los
15,5 milloncejos de marras. Probablemente porque el pillaje es más
comprensible para la gente normal. Que estos pájaros de vuelo en
preferente cargaran billetes de metro a la tarjeta negra es algo que
solivianta por la cutrez que revela, incluso aunque resultara que
enviaban al perro a comprar el pan.
Los
chóferes de esta crema de la sociedad también disponían de las dichas
tarjetas negro total. Y no me ha quedado claro si eran de uso tasado al
servicio de los barandas o tenían ellos un margen también para mandar
unos polvorones a casa. Ya solo lo primero pone al personal a cien. El
personal, que no entiende cómo la gente exquisita desdeña ensuciarse las
manos con el dinero y prefieren que otros lo hagan en su lugar. De un
antepasado mío, que tenía dinero, cosa que no se ha repetido luego en la
familia, cuentan las crónicas de esta que, a la hora de pagar en las
librerías, ofrecía su cartera y monedero al librero para que se sirviera
él mismo. A lo mejor les sucede algo parecido a estos originales
gestores públicos y a quienes tenían como función vigilarlos: que les da
asco el dinero.
Aunque,
a primera vista, no lo parece. Blesa pretende que sea la aseguradora de
Caja Madrid la que pague la fianza de 16 millones que el juez le ha
impuesto. Ignoro en qué doctrina jurídica se basa esta pretensión a la
que el juez se ha negado. Supongo que podría sostenerse en el caso de
que la póliza de Blesa, si la tiene, cubra expresamente los costes que
siempre acarrea la comisión de delitos, cosa improbable. Improbable
debiera antojársele a Blesa y, si no es así, es porque, en efecto, este
buen hombre es un daltónico moral, incapaz de distinguir los colores
respectivos de lo público y lo privado.
Gracias
a ese daltonismo, sin embargo, Blesa montó un imperio de presuntas
fechorías de todo tipo, con el dinero de los impositores y lo blindó a
base de comprar la voluntad de todos, todos, los representantes
políticos, sindicales, empresariales en los órganos de la Caja. Ese
apartado que apunta a la financiación ilegal de los partidos, también de
todos, a través de unos donativos desorbitados a Fundaciones fantasma a
cambio de nada, que canalizaban los fondos a sus organizaciones, o se
lo quedaban por el camino o vaya usted a saber qué, revela un grado de
corrupción sistémica que ninguna organización puede soportar mucho
tiempo.
Su
"España va bien" era el ambientador de ozonopino de un país tan
corrupto que hedía y hiede a día de hoy por las tropelías que quienes
usted nombró parecen haber cometido. No debe usted irse, como cuando
ordenaba usted a Felipe González tan desabrida como contundentemente que
se fuera. No lo haga usted y quédese. Quédese a explicar porqué pedía
usted que la Caja pagara 54 millones de euros por una colección de las
obras de un artista, Rueda, de sus preferencias pero cuyo nombre no
suena como un Donatello.
Quédese a explicar de una vez qué tienen
ustedes que ver con los pájaros de la Gürtel, que estaban todos
invitados a aquel bodorrio inenarrable de El Escorial y, de paso, a
aclarar que fue de aquellos dos millones de dinero público que con los
que pretendió usted comprar una medalla del Congreso de los EEUU que, al
final, no le dieron.
Quédese por si al señor Rato le pica el rencor y
le da por decir cosas sobre sus años de gobierno que a usted no le
gusten, sobre todo en materia de privatizaciones. Cuando la gente entra
en vías penales tiene reacciones muy extrañas. Y, por lo que vamos
viendo, esas vías forman una densa red que cubre ya casi el país entero
como un entramado de corrupción general.
Quédese
a contemplar cómo resuelve el gobierno y su partido el penoso asunto de
la expulsión de Rodrigo Rato, un hombre que pudo ser todo y a punto
está de ser menos que nada. Aun así, también él aplica los esquemas de
su boato pasado, cuando pide al juez que descuente de su fianza de tres
millones de euros los 200.000 que devolvió en su día de la tarjetita de
marras. Como economista, Rato no puede ignorar que el mismo abono no
puede servir a dos conceptos distintos, tan distintos como depositar una
fianza y pagar una deuda.
Por la misma razón podía pedir que se le
descontaran las cantidades que haya tributado a Hacienda por sus
actividades, si es que ha tributado. Misma confusión, mismo daltonismo
blesiano frente a lo público y lo privado. Tal es el hombre en el que el
providencial Aznar depositó todas sus complacencias, hasta que se le
escaqueó pues estos plebeyos no saben de nobles lealtades. ¡Que cambios
trae la vida! Rato, que compartió balcón de Carabaña con un Aznar
radiante, que acababa de ganar las elecciones de 1996, a lo mejor se ve
forzado a pedirle una entrevista en un locutorio de Soto del Real.
Quédese
a escuchar al presidente del gobierno en su inimitable estilo
explicando cómo los feos asuntos presunta responsabilidad de esa persona de la que usted habla
fueron descubiertos por el ministerio de Hacienda o los organismos
supervisores y diligentemente puestos en conocimiento de la Fiscalía. Es
el estilo de la casa. Aguirre destapó la Gürtel y Rajoy el caso
Blesa/Rato. Es un desparpajo de cine. Todo el mundo sabe que el
escándalo de las tarjetas salta en uno de los miles de mails de y a
Blesa, que esta ha tratado siempre de ocultar, al extremo de conseguir
apartar de la carrera judicial a un juez que quiso revelarlos. Si el
asunto no salta en el mail no hay duda de que la colaboración del
partido de Rajoy hubiera estado más en la línea de la que prestó en el
caso Gürtel, sospechosamente parecida a la destrucción de pruebas.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED