lunes, 22 de agosto de 2011

Premio Nobel para la democracia de Sol / J. M. Muñoz Puigcerver

¿Y ahora qué? Una pregunta vaga, pero con todo el desalentador poder de la incertidumbre, sobrevoló a buen seguro las mentes de aquellos que observaban con estupor cómo el guión de las concentraciones pacíficas que hasta ahora habían caracterizado al 15-M se tornaba en una represiva y desproporcionada carga policial, recordando en exceso las lastimosas imágenes que tuvieron lugar en Barcelona como consecuencia de la “operación limpieza” ordenada por el Conseller de l’Interior, el convergente Felip Puig.

Si existe algún interesado en hacer aparecer ante la opinión pública al 15-M como una panda de rojos anti sistema (este es el tratamiento que se les ha concedido desde algunos medios de comunicación afines a la extrema derecha) acabará por darse cuenta (si quiere) que sus fundamentos se desvanecen apenas entren en contacto con la realidad: cabe recordar, muy especialmente a aquellos quienes tengan la tentación de dejar grabadas sobre sus retinas las imágenes de heridos y detenidos por alteración del orden público, que estos “violentos” hace escasos días recibieron el apoyo de uno de los Premios Nobel más comprometidos con las causas sociales. 

El egregio economista Joseph Stiglitz participó en una de las asambleas populares sobre economía que tuvo lugar en el madrileño Parque del Retiro y, durante su intervención, se refirió a la gran oportunidad que el movimiento representa para “unir la ciencia económica con el compromiso y la justicia social, logrando así una nueva economía”.

Apoyos como el de Stiglitz hacen languidecer en el tiempo, reduciéndolos a meras anécdotas, los intentos de desprestigiar a los indignados con maquiavélica ironía. Sin ir más lejos, aquel atronador cántico de “esto es democracia y no la de Sol” que resonó por toda España desde el epicentro de una intensa algarabía electoral, únicamente comparable en intensidad a los decibelios que en aquel momento proferían cientos de gargantas, no es más que el síntoma de la ignorancia supina que padecen quienes entienden la democracia como una mera votación bipartidista cada 4 años, obviando todos aquellos valores, derechos, libertades y deberes necesarios para que una sociedad democrática sea digna de ser calificada como tal.

No deja de ser curioso, además, que buena parte de la opinión pública hable del 15-M desde la desinformación y sin conocimiento de causa. Precisamente, el mes pasado el diario Público traía en portada una radiografía sociológica de los indignados, el primer estudio de ese tipo que se ha llevado a cabo sobre el movimiento. 

Algunas conclusiones se podían fácilmente intuir: tienen una edad tipo comprendida entre los 19 y los 30 años, una clara identificación con la izquierda ideológica y la mayoría posee estudios universitarios, característica sumamente relevante esta última puesto que, al fin y al cabo, cualquier revolución social, política o cultural está abocada al fracaso sin una base intelectual sólida. Otras características quizá puedan ser más difíciles de vislumbrar. Por ejemplo, según la politóloga Belén Barreiro, muchos de los que hoy participan en las protestas acabarán formando parte de un partido político en el futuro.

Esta especie de teoría de la infiltración, es decir, el hecho de que los indignados de hoy sean miembros activos de los partidos políticos, sindicatos, ONGs, medios de comunicación y demás organizaciones y asociaciones civiles del mañana es quizá la manera más eficaz de que el movimiento tenga éxito a largo plazo. Si el espíritu del 15-M sigue vivo y sus valedores lo aplican en todas y cada una de estas diferentes facetas de la sociedad, acabarán ejerciendo una presión interna tal que sus arcaicas y endogámicas estructuras cederán y saltarán por los aires, por más que intente interponerse una reaccionaria pero a la vez impotente oposición con claros signos de agotamiento. Además, se trata de una postura más que coherente, teniendo en cuenta que el 15-M no es un grupo anti sistema, sino más bien todo lo contrario: el objetivo, precisamente, es poder encontrar un sitio dentro de él.

Qué duda cabe que se trata de un movimiento aún por perfilar y definir y, por consiguiente, con mucho margen de crecimiento, hecho propio de aquellas convocatorias que traspasan en éxito las previsiones de los más optimistas, incluyendo las de sus propios organizadores. Por ejemplo, sería conveniente no hacer caso omiso del dicho que reza “quien mucho abarca poco aprieta” y que la multiplicidad de objetivos a la larga pueda acabar provocando que se diluyan las fuerzas. Concentrar las energías en una lista concreta y precisa de metas suele dar mejores resultados. La priorización también es algo a tener en cuenta. 

Por supuesto, hay que exigir responsabilidades a los políticos, especialmente a los que utilizan el sector público como plataforma para su propio enriquecimiento personal, pero no debemos olvidar que en el trasfondo de las reivindicaciones subyace el injusto y desigual reparto de la riqueza, algo a recordar cuando señalemos con el dedo a banqueros y grandes empresarios, que se permiten el cínico lujo de anunciar pingües beneficios justo el día antes de despedir a miles de trabajadores. Los “fundamentalistas del mercado” (como los llama Stiglitz) nos venden la idea de que lo bueno para las grandes empresas es bueno para la sociedad. 

Sin embargo, el IBEX35 controla el 80% de nuestro PIB, pero emplea únicamente al 10% de la población activa del país. Una prueba irrefutable de la “dictadura de los mercados” de la que habla en El malestar en la globalización el laureado padrino de los indignados. Matices aparte, el 15-M es, junto con las protestas por la criminal Guerra de Irak, el mayor ejercicio de higiene democrática (sí, democrática, de la de Sol) que ha vivido nuestro país desde la Transición.

La responsabilidad fue aún mayor desde el momento en que la protesta traspasó nuestras fronteras. La Spanish Revolution, como se la ha denominado en algunos países europeos, es seguida con admiración y esperanza a partes iguales desde diferentes puntos del continente. 

El ejemplo más paradigmático es Grecia, cuya angustiosa deuda ha provocado (para preocupación de sus habitantes) la intervención del Fondo Monetario Internacional, institución mundialmente conocida por sus pomposos y megalómanos rescates, el efecto de los cuales ha sido exactamente igual al vertido de toneladas de sal sobre tierra fértil: allá donde han caído sus billetes, no ha vuelto a crecer la hierba.

La Revolución de Mayo del 68 fue el referente para toda una generación. El 15-M debe ser el de la nuestra. “Esto no funciona, hay que cambiarlo”. Palabra de Stiglitz. 

No hay comentarios: