domingo, 14 de agosto de 2011

Jóvenes 2.0. / Albert Sáez *

¿Qué tienen en común los jóvenes que se manifiestan en la plaza Tahrir, en la Puerta del Sol, delante del Parlamento griego y en el barrio de Tottenham de Londres? La desesperanza. ¿Qué tienen de diferente? La causas del desaliento. Vivimos tiempos convulsos en esta isla de democracia y bienestar económico que hemos llamado Occidente. Europa y Estados Unidos vivimos meses de desasosiego, cuando no de profunda depresión. 

El sueño occidental se tambalea porque buena parte de la riqueza que creíamos tener se ha convertido en bonos basura emitidos contra una burbuja inmobiliaria que no hemos hecho explotar. Y, entre tanto despropósito, nuestros jóvenes nos han dicho que no están dispuestos a asumir nuestras renuncias: bienestar a cambio de lucro descontrolado. Los jóvenes españoles del 15-M, los griegos que se manifiestan y los franceses y alemanes que callan, se sienten en un mundo sin futuro, a la par que olvidan las auténticas raíces del bienestar que gozan.

La crisis, de una parte, y las tecnologías, de otra, son detonantes de estas revueltas teñidas de nihilismo. Cuando el Estado de Bienestar anuncia recortes es fácil pensar que la ecuación entre crecimiento económico y reparto de la riqueza se ha roto. Cuando el descontento puede prescindir de los medios masivos de comunicación para organizar la movilización es fácil pensar que estamos en una nueva era de la información. Pero los árboles no nos pueden hacer perder de vista el bosque. La actual crisis de Occidente tiene un componente esencialmente moral y, por lo tanto, político. Es una crisis ligada a los valores de lo que consideramos imprescindible, deseable o inevitable. Es una rebelión contra el presunto fin de la historia proclamado por Fukuyama. La historia no ha terminado para los que intuyen que vivirán peor que sus padres, que el aumento de la riqueza no se traducirá en mayor bienestar o que la globalización no acabará con la pobreza en el mundo. Esta es una revuelta contra muchas cosas pero que no presenta ninguna alternativa organizada. Eso la hace tan auténtica como puede que ineficaz. 

Empieza por una amalgama formada por la escasez de trabajo, la reducción del presupuesto público, la presión para que bajen los salarios y la falta de un discurso político que prometa poner fin a este desaguisado. No hay plataforma reivindicativa alguna. ¿Serán capaces de traducir los jóvenes del 15-M su indignación en respuesta política en las elecciones del 20-N? ¿Serán capaces los políticos de reescribir su propio relato para asegurar que las propuestas de los ciudadanos se traduzcan en el Parlamento? Este es el dilema. El resto es espuma del tiempo. 


(*) Director de 'El Periódico de Catalunya'

No hay comentarios: