Con harto dolor de corazón, debo decir que yo creo que la
manifestación ha sido un fracaso. Y no solo por el número de asistentes,
que no habrán superado a los 85.000 espectadores que caben en el
estadio Santiago Bernabeu, sino también por el tipo de participantes.
Siempre en mi percepción, estaban compuestos por trabajadores
preferentemente allegados a CCOO, UGT y sindicatos minoritarios,
colectivos sociales, y muy mayoritariamente gente venida de pueblos y
provincias en autobuses. Madrid ha dado la espalda a la manifestación,
que, por las imágenes que he visto posteriormente, ni de lejos es
equivalente a la muy reciente de Barcelona con motivo independentista,
ni a la, ésa sí, histórica contra la guerra de Irak, ni tampoco por la
visita del Papa en agosto del año pasado.
Ni funcionarios que tanto protestan, ni médicos MIR, ni jueces, ni
universitarios ni integrantes del Movimiento 15-M, ni, lo que es
tremendo, clase media baja han estado presentes en número mínimamente
significativo. ¡Ni parados ni inmigrantes! Daba la impresión de que solo
estaban los venidos en autobús. El mundo político apenas estuvo
representado; solo se vio a Cayo Lara.
Lo más emocionante de la manifestación ha sido la constatación
evidente de que los participantes no acudieron para ‘hacer bulto’ y ser
número de cifra, sino que se les percibía como orgullosos protagonistas
individualizados y a la vez colectivos de la reivindicación. Es decir,
no fue una manifestación de borregos o gentes con consignas y
sumisiones. Fue, y doy fe, una manifestación en libertad y de la
libertad. Fue un sentimiento colectivo y unánime contra la injusticia
social con la que el Gobierno arrolla y ultraja a los ciudadanos. Eso
honra a los asistentes. No hubo brutalidades ni violencias ni groserías.
El pueblo español está adormecido, se ha acomodado en la desgracia,
no se escandaliza por los recortes, o a lo sumo está de acuerdo pero que
protesten los demás. En tal sentido nos merecemos lo que está
ocurriendo. Hemos perdido la guerra y hay que entregarse a los desmanes
del Gobierno popular.
Lo peor, aparte de la saturación de música revolucionaria
latinoamericana, pitos y pequeñas vuvucelas sonando, fueron los
discursos finales, rollos insoportables con participaciones de todos los
dirigentes, y llenos de eternos tópicos y manidos lugares comunes
archiconocidos, en vez de haber elegido para acto final a alguien con
alto prestigio social y cultural que hubiese pronunciado un discurso
excelente, recogiendo posiciones y excitando la euforia con claridad,
brío y maneras las reivindicaciones. Les perdió la vanidad del
protagonismo, y todos hablaron de que existen otras alternativas, pero
nadie esbozó ninguna.
Pienso que la gente no se marchó por completo desilusionada, pero
creo que tampoco contenta. Olía a oportunidad perdida y a resignación en
una lucha imposible. El Gobierno se estará relamiendo de gusto, con vía
libre para las inminentes nuevas medidas de cebarse en los ciudadanos.
(He pensado si era innoble por mi parte escribir este texto, pero
también he pensado que si antes de la manifestación había decidido
apuntar mis impresiones, no hacerlo porque éstas resultaran negativas
sería aún más innoble. Y no cabía el silencio).
(*) Periodista
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