La verdad que ha retornado a la política, a partir de Podemos, es que el
corte que se ha efectuado sobre España se asienta en el linaje
libertario del pueblo español, que impide a partir de ahora agotar el
todo de la sociedad en el consenso, los dispositivos mediáticos o los
conflictos intrapartidarios.
El recurso táctico utilizado por parte de Podemos de
situarse fuera de la clásica oposición izquierda-derecha no debe
confundirse con esa posición, característica de la ahora vieja
posmodernidad, que apelaba a un terreno neutro, postideológico, incluso
posthistórico, propio de la llamada globalización. Normalmente lo que
solía sostenerse en aquella postura era que las categorías izquierda y
derecha ya se habían vuelto anacrónicas y no nos permitían acceder a la
nueva realidad. O que se reducían a su estricto sentido electoral y
parlamentario, con el fin de disputar exclusivamente un consenso con
idénticas reglas de juego. Todo este escenario se acompañaba de pequeñas
agrupaciones de izquierda marxista –de filiación distinta a la del
PCE–, que de un modo testimonial, a su vez asumían que nunca iban a
llegar al Gobierno. Pero, en Podemos, se trata más bien de un gesto de
refundación y de separación de ese apego melancólico que las izquierdas
históricas y sus avatares posteriores no lograron disolver a partir de
la caída de la Unión Soviética.
Ahora bien, esta
reformulación demandaba asumir por parte de Podemos un análisis de cómo
los distintos dispositivos de dominación han provocado una verdadera
homogeneización del espacio político constituido por las derechas y las
izquierdas históricas. Es lo que se suele denominar el
"capital-parlamentarismo". Aceptar, en definitiva, que detrás de los
conflictos entre partidos que se disputan el resultado electoral, se
esconde una neutralización de lo político que conlleva anular su
capacidad transformadora e instituyente. Lo que Podemos ha sabido
interpretar en su acción política y en la lectura que ha realizado de la
situación histórica, es que no se trataba de sumarse a lo ya
constituido sino que había que producir un corte, un acontecimiento, una
diferencia, y fue el 15-M ese evento oportuno en el que se presentó la
posibilidad de efectuar dicho corte con la homogeneidad del espacio
socio-simbólico capturado por los dispositivos neoliberales. Un corte
que solo podía ser realizado por la nueva izquierda instituyente que
emerge con Podemos y los movimientos ciudadanos que permiten, al fin, la
construcción de esta nueva izquierda.
Pero efectuar un corte instituyente, reordenar las
significaciones de la Transición y generar el espacio (la superficie de
inscripción de nuevas prácticas de izquierda), debe tener en cuenta el
problema más serio: que esto intenta realizarse en la época en que ya no
se puede nombrar el exterior del Capitalismo y, por lo tanto, exige una
asunción "populista" de la experiencia del 15M.
Populismo implica, en este caso, aceptar que ya no existe un sujeto
histórico ideal que sabe siempre en qué dirección debe ir la historia y
que no hay un "nosotros" esencial ya construido de antemano para la
izquierda; sino que el mismo debe ser plasmado políticamente a partir de
la única materia que lo puede hacer posible: el lugar desde donde una
nueva izquierda puede brotar, configurándose como una unión entre el
malestar generado por el neoliberalismo y las subjetivaciones de ese
mismo malestar engendradas por los movimientos sociales emergentes. Esta
es la materia a partir de la cual anudó su aparición Podemos: el 15M,
el malestar generalizado y los movimientos sociales organizados en sus
diferentes demandas específicas. Podemos es el ejercicio político que
introduce en esta materia prima la "razón populista", esa razón que nos
permite pensar que si bien no hay un exterior nombrable en relación al
capitalismo, sin embargo en determinadas condiciones, siempre
contingentes, una experiencia "contrahegemónica" puede advenir.
El populismo, en el sentido expresado por Ernesto Laclau, es la
operación discursiva y por tanto política (ya que ambos términos son
equivalentes en relación a la constitución de la realidad) que permite
traducir a esta materia antes aludida en la invención de un pueblo, de
una voluntad colectiva contra-hegemónica, que se constituye justamente
en aquellos lugares que la izquierda histórica había reprimido y que
ahora con Podemos retornan. Por ejemplo, cuando Podemos traza una
frontera antagónica ajena a las lógicas homogeneizantes del capital
parlamentarismo: Casta o Pueblo, un antagonismo que ya no puede ser
pensado en los términos de la lucha de clases como si se tratara de un
automatismo que funciona como ley. En este aspecto, el populismo es más
radical que esto, porque en lugar de funcionar como un supuesto teórico,
se organiza con el deseo del 15-M convertido en voluntad colectiva
cuando se asume el antagonismo y la fractura que el mismo implica.
Por otro lado, al abandonar la idea de que la sociedad funciona como
una totalidad que gestiona sus conflictos a partir del orden jurídico,
institucional, parlamentario o administrativo-económico; el populismo
siempre implica que la llamada sociedad está atravesada por antagonismos
irreductibles, que ninguna etapa histórica cancelará, y que esos
antagonismos son constitutivos de la experiencia política, ya que son
anteriores a la subdivisión del llamado sistema social. Por esta razón,
Pablo Iglesias, el pasado 31 de enero, enumeró un linaje histórico y
mínimo de los antagonismos: el levantamiento del 2 de mayo, la
República, que sólo fue aludida indirectamente, y el 15M. Esta
genealogía en la que Podemos se reconoce es aquella donde esos datos
históricos son arrancados de su carácter de efeméride y desean ser
recuperados en su potencial transformador. Potencial que las izquierdas
constituidas no poseen porque se han alejado de la dimensión del acto
instituyente implícito en los episodios nombrados. Por ello, en esta
refundación de la izquierda, el antagonismo y la soberanía (las
distintas apariciones de la palabra "patria" en el discurso de Iglesias)
constituyen el núcleo determinante del trazado de la frontera
antagónica. Ese punto de partida es inmanejable para las lógicas
parlamentarias actuales. La soberanía se ha constituido en un espacio
instituyente por una praxis colectiva, separada del juego conflictivo de
los partidos, y se nutre de la encrucijada que ha hecho que la
sociedad no pueda repartir sus partes como si formaran una totalidad
homogénea.
La verdad que ha retornado a la política, a
partir de Podemos, es que el corte que se ha efectuado sobre España,
que no es un comienzo absoluto, se asienta en el linaje libertario del
pueblo español, que impide a partir de ahora agotar el todo de la
sociedad en el consenso, los dispositivos mediáticos o los conflictos
intrapartidarios. La condición de posibilidad de otra izquierda es que
la misma surja del ejercicio soberano del antagonismo por parte de todos
los sectores sociales concernidos por la ausencia radical de justicia e
igualdad. Esta dimensión de la experiencia implica un afuera y un
adentro al mismo tiempo. La izquierda popular es "éxtima", habita en el
interior de todos los dispositivos de dominación mientras acepta el
desafío de que las demandas diferentes que vehiculiza se extienden
"equivalencialmente" en un proyecto colectivo, que incluye los
resultados electorales, porque no pretende nunca un "afuera" del
horizonte democrático y, sin embargo, anhela dejar la huella del paso
por la historia de una izquierda popular y soberana.
(*) Consejero Cultural de la Embajada de Argentina en Españay profesor de la Universidad de Buenos Aires
No hay comentarios:
Publicar un comentario