CIUDAD DEL VATICANO.- Después de 16 años de enfermedad, el mal de Parkinson puso en estado
terminal al cardenal Carlo María Martini, de 85 años, quien murió hoy en
un suburbio de Milán, la diócesis más grande del mundo, de la que fue arzobispo.
Martini, jesuita, es la figura más eminente de los
progresistas católicos desde el Concilio Vaticano II y aunque crítico
fue siempre obediente a los dos últimos papas, los conservadores Juan
Pablo II y Benedicto XVI, que lo consideraban un amigo personal.
El
neurólogo Gianni Pezzoli, su especialista de cabecera, fue que
preanunció la noticia cuando temprano dijo: "Ya no está en condiciones
de deglutir alimentos sólidos ni líquidos, pero ha estado lúcido hasta
lo último y rechazó cualquier forma de ensañamiento terapéutico".
"Milaneses,
recen por él", pidió el cardenal conservador Angelo Scola, actual
arzobispo de la metrópoli del norte italiano. Después llegó la
confirmación de su muerte.
El Papa Ratzinger siempre destacó
su admiración intelectual hacia Martini, lo recibió en audiencia en
junio cuando visitó Milán y el cardenal acudió a ver a su amigo en una
silla de ruedas y con un aparato electrónico para hacerse escuchar.
Para
la Iglesia universal de 1.200 millones de católicos la muerte del
cardenal Martini será un luto traumático porque evocará los últimos
decenios de las agitadas controversias que han presidido los debates en
torno y dentro de la Iglesia.
De las muchas propuestas de apertura
que hizo Martini, un piamontés de pinta y carácter, será recordada la
última. En uno de los últimos Sínodos mundiales de obispos convocados
por Juan Pablo II, el arzobispo de Milán intervino para proponer
dramáticamente un nuevo Sínodo que continuara el Vaticano II dando un
nuevo impulso a las reformas que a su juicio apremiaban el presente y
futuro de la Iglesia. Los progresistas católicos acusan a los dos
últimos papas de haber desmantelado en gran parte las enseñanzas del
Concilio que convocó Juan XXIII a comienzos de los años sesenta para
reconciliar a la Iglesia con el mundo actual y modernizarla.
El
Papa Karol Wojtyla archivó enseguida la propuesta de un nuevo Concilio y
no mucho después Carlo María Martini renunció por límites de edad, al
cumplir 75 años, a la cátedra de San Ambrosio. En julio de 2002 fue
consagrado arzobispo emérito de Milán. Por entonces el purpurado se
había ido a vivir a Jerusalén para refrescar sus estudios bíblicos.
El
otro acontecimiento que lo vió en el centro del escenario de la Iglesia
fue su decisión de influir para hacer converger los votos de los
cardenales progresistas en el Cónclave del 19 de abril de 2005, en la
figura del cardenal Joseph Ratzinger, elegido al otro día como Benedicto
XVI. Esto ocurrió en la cuarta votación de la asamblea, después que los
progresistas juntaron hasta 40 votos en favor de otro jesuita, el
arzobispo de Buenos Aires, el argentino Jorge Bergoglio.
Martini
era Rector de la Universidad Gregoriana, conocida como "la fábrica de
papas" de la Iglesia por la cantidad de pontífices que estudiaron allí
cuando eran jóvenes. Su fama de biblista y teólogo, su conocida apertura
propia de los miembros de la orden de San Ignacio de Loyola de
incursionar en los territorios inexplorados, en las "fronteras de la
Iglesia", le hicieron moverse casi al borde del precipicio de las líneas
convencionales en materia teológica y de ética, como revelaron sus
extraordinarios escritos sobre la eutanasia.
Juan Pablo II no
ocultaba su admiración por el rebelde pero obediente Martini y con la
audacia que caracterizaba al pontífice polaco lo nombró, para sorpresa de
muchos, arzobispo de Milán. Siguió así la tradición ambrosiana de
diálogo con el mundo civil, con las búsquedas y angustias del laicado.
Wojtyla
no se arrepintió nunca de los veinte años de una especie de "magisterio
alternativo", como se dijo, del cardenal Martini, según algunos
demasiado vecino a los anglicanos y los protestantes y favorable a un
cambio revolucionario de la Iglesia en la cuestión femenina, la "otra
mitad del cielo" eternamente postergada por una institución en manos de
hombres.
Carlo María Martini deja una huella profunda en primer
lugar en la arquidiócesis de Milán, donde se recuerdan sus iniciativas
en favor de la Escuela de la Palabra y la Cátedra de los no creyentes,
donde se hacían las "demandas de la fe".