domingo, 12 de agosto de 2012

Antonio Gala: “La verdad es que este país está gobernado por una colección de tontos”

MÁLAGA.- Ni la asquerosa locura del cáncer con su arsenal de desgracias —dolor, miedo, tristeza y de ahí en adelante— ha conseguido diluir el verbo y el gesto feroces de este señor lenguaraz sin freno, culto a rabiar, un punto soberbio por momentos, cariñoso de verdad aunque a su manera, siempre con la sensibilidad desbordando el borde del vaso, aunque ya se encarga él de disfrazarla de una proverbial mala hostia, que tampoco es cuestión de ofrecerse en canal ni al amigo ni al enemigo, a veces, ay, coincidentes en sus afanes. El poeta, el dramaturgo, el novelista, el articulista y el ciudadano Antonio Gala reciben al visitante en el salón de tertulias de El Pimpi, un antiguo cabaré reconvertido en bar de moda. Hace un calor sofocante en Málaga y todos parecemos piltrafas, pero Gala va impoluto, fresco, moreno y sonriente, como si fuera de acero inolvidable. Viste vaqueros azul claro, camisa azul clara con gemelos dorados, fular azul claro, mocasines náuticos. Está sentado delante de un plato de jamón y apoyado en su bastón. Está serio, pero pronto empiezan las risas porque, hoy, Su Majestad el Rey se ha vuelto a dar el morrón.

Pregunta. Antonio, hoy, el Rey se ha vuelto a caer. Se cae mucho, ¿eh?
Respuesta. No me extraña. Tiene que andar como puede, el hombre… un poco como todos en estos momentos. Yo me opongo a las caídas y soy muy respetuoso con los que se… con los que nos caemos.
P. ¿Y con la Monarquía? ¿También es respetuoso?
R. Sí. No soy monárquico. Pero comprendo la labor que ha hecho el Rey y siento una simpatía personal grande por él.
P. ¿Y la Reina?
R. Con la Reina he pasado ratos muy divertidos, porque como no sabe del todo el castellano, de repente mete la pata y ella no entiende por qué la gente se ríe.
P. Dará pie a situaciones absurdas…
R. Un día estábamos, no sé, en alguna inauguración, y acababa de hablar el Rey, y yo estaba de charla con la Reina, entonces se acercó a ella alguien pelotillero, nos interrumpió y le dijo: “El que ha estado divinamente es el Rey”, y ella le soltó de forma un poco despectiva: “Bueno, pero como a ese lo tengo ya en casa…”. Todos nos reímos. Ella no entendía por qué.
P. ¿Por qué tiene usted tanto tirón? Porque está claro que lo tiene, más allá de como escritor, como personaje, digo.
R. Eso del tirón es una ordinariez tuya… pero es verdad. Hay gente que me tiene auténtica devoción. Llegar hasta esta sala, atravesando el bar, ha sido un calvario. Un señor le ha dicho a su niño: “¡Mira, este hombre es un maestro!”. Y yo le he dicho a él: “¡Pero hombre, si eso del maestro es lo peor que se le puede decir a un niño!”. Sí, es verdad, la gente me quiere. Yo lo agradezco mucho… pero no soy nada dado, nada dado a…
P. A la alharaca.
R. Eso es. Me encanta la palabra alharaca… parece el mote de un putón. “¡Mírala, ahí viene La Alharaca!”.
P. Hace un montón de años, en una entrevista en su casa de Madrid, me dijo una cosa que me dejó perplejo: “Soy uno de los escritores que más vende en este país… y de los menos leídos”.
R. Es que es verdad. ¿Por qué? Porque la gente siente por mí una extraña predilección. Porque percibe en mí la invalidez, la soledad, y entonces me quiere de una manera especial, de una manera protectora.
P. ¿Le ven vulnerable?
R. Sí.
P. ¿Usted se ve vulnerable?
R. Sí. Soy, he sido vulnerable. He sido fácil de herir. He sido fácil, y frágil. He sentido como muy hondas heridas que para otros hubieran pasado inadvertidas.
P. Pues ¿qué le diferencia de esos otros?
R. Que yo he sido, ya mucho menos, muy de querer de verdad a la gente. De verdad. Y cualquier paso en falso en una amistad podía hacerme un daño terrible.
P. ¿Por qué dice que ahora ya menos?
R. Porque me moriré, porque ya estoy muy aislado, porque me entrego menos, porque me dedico a mis perrillos… Me gustaría que nos enterraran a todos juntos. Ellos han sido mi compañía más absoluta. Hoy, cuando me he marchado para venir a Málaga, Mambrú se ha quedado literalmente llorando.
P. Habrá gente que leerá esto y no entenderá nada. Llorar por un perro, o que un perro llore por uno…
R. Mi amor por los perros se ha visto correspondido. Por ejemplo, yo nunca fui tan famoso para la gente como con Troylo. Mira, te contaré algo. Yo era opuesto a lo que ahora empieza todo el mundo a ser opuesto: a las comunidades autónomas. Me parecía que era peligroso ampliar las peticiones de los vascos y de los catalanes a toda España sin hacer algo confederativo.
P. Le parecía un café para todos, vamos…
R. Un café para todos. Bueno, pues yo me oponía rotundamente a la autonomía andaluza. Y sin embargo, cuando me di cuenta de que ya no había más remedio, entré en la lucha de lo del café para todos y el grito mío fue “¡Troylo perro andaluz!”. Que tenía de perro andaluz lo que yo de monja, vamos.
P. Quiero volver a esa sensibilidad y a esa vulnerabilidad y a esa fragilidad extremas que dice poseer —o sufrir—. Desde esa perspectiva, ¿cómo ve usted a esas personas que actúan como si nada les afectara, aunque les ocurran cosas fehacientemente desgraciadas?
R. Los intocables… no me fío de ellos. Prefiero que la gente sea sensible. Si alguien no tiene esa sensibilidad, ¿para qué vamos a tratarnos?
P. Hay dos eses, sensibilidad y sentido común, que deberían ser obviedades, que deberían casi darse por hechas, pero por desgracia son valores cada vez más escasos.
R. Quizá, pero la definición que alguien dio de sentido común como el menos común de los sentidos, probablemente está muy bien dicha. Se presupone el sentido común… pero no es común.
P. Pues habrá que currárselo.
R. No, se educa uno en el sentido común. Y se tiene que aspirar siempre a tenerlo, no es una donación. Es algo primordial. Y primigenio. Pero es que si hubiera sentido común, la política, la economía, todo funcionaría de una manera distinta.
P. Vulnerable, sensible, frágil, bien, vale, pero yo, con perdón, siempre le he visto a usted también como alguien…
R. Fuerte.
P. De armas tomar. Irascible, a veces temible.
R. Puede decirlo, sí.
P. ¿Y le ha ido bien con esa mezcla agridulce?
R. Probablemente no, pero yo he tenido que ser así. Un movimiento mal hecho por alguien próximo a mí, un fraude de alguien que pensaba como yo y de repente deja de actuar como pensaba… no, no lo tolero.
P. ¿Se le decepciona a usted con facilidad?
R. Con más facilidad de lo normal. Hay cosas que no se deben perdonar. Si las perdona Dios, allá él. Yo perdono con dificultad.
P. Con la avalancha que nos está tocando vivir, ¿le da por pensar en la gente que las está pasando canutas, así, en abstracto, o siempre piensa en personas y casos concretos?
R. En concreto. Porque si pienso en abstracto, eso es algo que me quita literalmente el sueño, a pesar de las pastillas que tomo. Entonces no puedo pensar en otra cosa, ni hablar ni escribir de otra cosa. Y es esta circunstancia la que está retrasando que yo me decida a hacer algo a lo que me había resistido, pero a lo que finalmente dije sí: mi autobiografía.
P. Cuente usted, cuente.
R. Tenía que haberla empezado hace poco, pero no la he empezado. Se iba a titular Autorretrato con paisaje al fondo, pero al final se va a llamar No os mováis, conozco la salida. Primero porque estoy ya muy cerca de salir. Y, segundo, porque de ninguna manera me gustaría salir sin que la cosa hubiera cambiado, y que yo supiera que había cambiado.
P. Se refiere usted a…
R. A que creo que se están haciendo las cosas extraordinariamente mal. Solo se da dinero a los bancos, y es muy difícil convencer a la gente de que eso tiene que ser así.
P. ¿Qué opinión tiene de los que toman las decisiones ahora mismo?
R. Da la impresión de que este país está gobernado por una colección de tontos que se han reunido para jugar a algo, a las cartas, o al dominó, y no saben las reglas. Y luego está el pobre Rajoy, que a mí siempre me dio risa, pero ahora me da pena porque no sabe qué hacer. La verdad es que estamos gobernados por una pandilla de gilipollas.
P. Antonio Gala, ¿cómo se encuentra físicamente? Mentalmente, se ve que bien.
R. Yo ahora estoy bien, parece que el cáncer ha desaparecido, pero todo esto me ha dado una lección terrible. Ha sido muy desagradable, porque al terminar toda la cura de radioterapias y quimioterapias he hecho tal esfuerzo por olvidarlo que me he olvidado de muchas cosas imprescindibles, del nombre de las personas… funcionar sin mi secretario sería muy difícil. Cuando necesito algo, se lo consulto, y si no lo sabe él lo consulta en ese aparato que no quería tener y que por fin tiene, y que lo tiene lleno de gozo y prácticamente desaparecido. Porque eso atrae de una manera que… es como la droga. Como la coca.
P. ¿Habla de Internet? ¿Internet es como la coca?
R. Sí, sí, sí, sin duda ninguna.
P. La quimio cura a veces, y destroza siempre. Quita lo malo, también lo bueno.
R. La enfermedad ha conseguido que yo tome conciencia de la muerte. Yo no tenía ni tengo ningún miedo. Uno se muere, y está bien. Ya he durado bastante. Pero el esfuerzo que hice por olvidar toda esa cura horrorosa, aplastante, me daba ganas de decir “hasta aquí: lo dejo”.
P. Dejar la vida… ¿y dejar este país disparatado? Lo es, ¿no? ¿Le parece muy disparatada España?
R. Mmmm… la he conocido más disparatada. Y aquel disparate justifica mucho el cariño tremendo que yo le he tenido a este país. Yo no puedo decir “amo a España” porque me daría vergüenza, pero me parece maravillosa, me parece una mal mandada, una respondona, y tremendamente digna. Y ahora está reaccionando tan bien a todo esto… esas manifestaciones están hechas con tanto pudor…
P. ¿Cree que la gente aguanta más allá de lo razonable?
R. No, más allá de lo histórico. Es que una cosa no se puede consentir: no-se-puede-pasar-hambre. ¡Lo primero que tiene que hacer un Gobierno no es evitar que quiebren los bancos, sino que no haya hambre! Y luego, fíjate por ejemplo aquella historia de los ERES que yo conté en una tronera…
P. Por cierto, ¿cómo lleva las troneras? ¿Cómo lleva a Pedro Jota?
R. Pues mira, Pedro Jota ya, de momento, ha dado un paso atrás en la de los domingos y ya no me pone en… bueno, fue el pretexto para que él se extendiera en su artículo. Y a mí me ha mandado a una cosa que se llama Otras voces. Es que claro, él tiene miedo, él teme a la Iglesia, a Dios, sin duda, aunque no creo que crea, pero por si acaso. Y yo resulta que los domingos se los dedico de una manera especialmente cariñosa a la Iglesia católica, que es una hija de la gran puta, eso está clarísimo.
P. El peso de la Iglesia en este país, ¿en qué punto está?
R. Ha dado un bajón muy grande. La Iglesia es que ha sido muy descarada.
P. Pues con esto acabamos.
R. ¿Sí? Pues vamos a tomarnos algo…

DNI urgente

Antonio Gala en una imagen de 1976. / ANTONIO GABRIEL

Nace en Brazatortas (Ciudad Real) el 2 de octubre de 1930.
Con su primera novela, El manuscrito carmesí, gana en 1990 el premio Planeta. También ha obtenido, entre otros galardones, el premio Nacional de Literatura.
El imposible olvido, La pasión turca y Más allá del jardín son otras de sus obras literarias más conocidas. Las dos últimas adaptadas al cine.
Su novela más reciente es la historia de amor Los papeles de agua (2008).
Hombre de muchas facetas, también es poeta y dramaturgo. Su carrera teatral arrancó con la comedia Los verdes campos del Edén. Y el primer capítulo de su trayectoria poética fue Enemigo íntimo.
En julio de 2011 anuncia en un artículo que tiene cáncer de colon.

La tiranía de la deuda en el imperio de los acreedores


MADRID.- El antropólogo estadounidense David Graeber, líder del movimiento 'Occupy Wall Street,' reexamina en la obra 'En deuda' los violentos cimientos económicos del capitalismo, describe la deuda como una herramienta de los Estados para controlar a los ciudadanos y emplaza a una condonación de los créditos, según recoge 'Público'. 

El mundo necesita condonar todas las deudas existentes. Tanto las internacionales como la de los consumidores. De esta manera, se “aliviría sufrimiento” y la humanidad recordaría que el “dinero no es inefable”, que “pagar los propias dedudas no es la esencia de la moralidad” y que la democracia es el sistema que permite a las personas ponerse de acuerdo para buscar lo mejor para todos. Esta es la “propuesta” que lanza el antropólogo estadounidense David Graeber, líder del movimiento Occupy Wall Street, en el ensayo En deuda, una historia alternativa de la economía (Ariel) [Debt: The First 5000 Years] sale a la venta el próximo mes de septiembre en España.

 La propuesta de Graeber, doctor en Antropología y profesor del Goldsmiths de Londres, no es producto de una genialidad propia, siquiera de una observación de la realidad económica del mundo occidental, sumido en una grave crisis de deuda desde 2008. Graeber repasa la historia de la economía mundial desde la antigua Mesopotamia hasta la actualidad a lo largo de 516 de páginas, en las que reexamina los orígenes de diferentes mitos y aseveraciones que el sistema ha convertido en verdades indiscutibles como el origen del capitalismo o el propio concepto de deuda.

La premisa que da lugar al análisis de la historia económica es contundente. Tras la explosión de la crisis en 2008 quedó patente que “la historia que se había contado a todo el mundo durante la última década se había revelado como una inmensa mentira”. Por lo que Graeber considera imprescindible iniciar un “auténtico debate público acerca de la naturaleza de la deuda, del dinero y de las instituciones financieras que han acabado teniendo el destino del mundo en sus manos”. Un debate indispensable en las puertas de un cambio de era, según Graeber. “Cada vez más, parece que no tenemos otra opción”, asevera. 

El análisis de Groeber, reconocido anarquista, arranca desde la propia raíz del asunto. El origen de la economía. La teoría tradicional explica el nacimiento de la economía a través de El mito del trueque. Una vaca por 40 gallinas. Para Groeber el trueque no es más que “un subproducto colateral del uso de monedas practicado por personas acostumbradas a transacciones en metálico cuando por una u otra razón no tenían acceso a moneda”. Pero la confusión histórica no es casual. Adam Smith, en su obra La riqueza de las naciones (1776), acude al trueque para señalar la economía como un mero intercambio, como dos partes de un contrato.

Smith y los posteriores historiadores de la economía olvidan adrede, a juicio de Groeber, que la historia del mercado y de la deuda, y del capitalismo por extensión, están ligadas a la guerra, la conquista militar, la esclavitud o el tráfico de personas. Remarca Groeber que la deuda y el mercado no han existido sin la compañía de una institución fuerte, ya sea ley sharia, la monarquía de origen divino, o el Imperio romano que imponen a ciudadanos o súbditos que imponga determinados tributos, impuestos y dé valor a las deudas adquiridas.

La diferencia entre los dos conceptos resulta fundamental para conseguir una definición del concepto “capitalismo”. Si partimos de que la economía surge del intercambio el capitalismo puede ser conceptualizado como un sistema que “permite a quienes tienen ideas potencialmente comercializables reunir recursos para hacer realidad”. Por tanto, incluyendo todo lo anteriormente descrito, el capitalismo no sería más que el sistema en el que los que poseen capital manda e imponen condiciones sobre los que no lo tienen.

Evitar la sublevación popular 

Para Groeber, la economía como tal surge en el momento en el que en la antigua Mesopotamia se iniciaron a contabilizar por escrito las deudas. En todas y cada una de las experiencias humanas en sociedad, argumenta Groeber, ha existido la deuda. Sin embargo, las diferentes civilizaciones, como la romana o la griega, quienes también se vieron envueltas en diferentes crisis de deuda, insistieron en “suavizar el impacto, eliminar abusos evidentes como la esclavitud por deudas” o “emplear los botines del imperio para proporcionar todo tipo de beneficios extra a sus ciudadanos pobres a fin de mantenerlos más o menos a flote pero que nunca cuestionaran el propio concepto de deuda”. Asimismo, otras sociedades aplicaban una especie de año Jubileo en el que se borraban todas las cuentas y se reiniciaban las cuentas para que las bases sociales del sistema no se sublevaran.

El imperio capitalista, forjado durante los últimos 500 años, aprendió esta lección. A través de la deuda, sus principales potencias establecieorn una jerarquía mundial condenando a una gran mayoría del mundo a una esclavitud eterna (en este punto el autor pone como ejemplo la historia de Haití, pero sabía cómo mantenerse. El sistema en una "situación de conflicto de clases" límite que ponía en peligro su propia viabilidad, debido al auge del comunismo en el período de entreguerras y tras la Segunda Guerra Mundial, supo repartir “los botines del imperio de la deuda” entre los ciudadanos de los países dominantes. Tal y como hizo Roma o Atenas para superar sus respectivas crisis de deuda.

En el caso de que las instituciones no respondieran a tiempo a la situación de crisis se corría el peligro de una sublevación popular.  “A lo largo de la mayor parte de la historia, cuando ha aparecido un conflicto abierto entre clases, ha tomado la forma de peticiones de cancelación de deudas: la liberación de quienes se contraban en la servidumbre por ellas y, habitualmente, una redistribución más justa de las tierras”, escribe.

El sistema aplicó las tesis keynesianas y “suspendió la guerra de clases”. “Para explicarlo crudamente: a las clases trabajadoras y blancas de los países de Atlántico Norte, de Estados Unidos a Alemania, les ofrecieron un trato. Si acordaban dejar de lado las fantasías de cambiar radicalmente la naturaleza del sistema, se les permitiría mantener sus sindicatos, disfrutar de una amplia gama de ventajas sociales (...)”, explica.

La conquista neoliberal

Sin embargo, en 1979 con la llegada de Ronald Reagan y Margaret Thatcher al poder en Estados Unidos y Gran Bretaña, respectivamente, el sistema capitalista volvió a mutar y el “trato quedó deshecho”. Así quedó explícito en el ataque conjunto que ambos dirigentes lanzaron a los sindicatos de trabajadores. En ese momento, el sistema buscó que todos los ciudadanos se convirtieran en “rentistas”, que jugaran en el mercado y, al mismo tiempo, les “animó a pedir préstamos”. Lo llamaron la “democratización de las finanzas”  o "neoliberalismo", Groeber no duda en calificarlo como “el imperalismo de la deuda”.

En este sistema los ciudadanos son “minúsculas corporaciones, organizadas en torno a la misma relación entre inversor y ejecutivo: entre la fría y calculadora matemática del banquero y el guerrero que, endeudado, ha abandonado cualquier noción personal de honor para convertirse en una especie de máquina desgraciada”. Sin embargo, esta forma de capitalismo también ha fracasado y ha llegado a su fin porque está demostrando cada día que transcurre desde el inicio de la crisis que todo es “una flagante mentira”.

No obstante, a diferencia de otras fases de la historia el Estado o el Imperio no ha actuado para defender a la población de los acreedores. Muy al contrario, ha obligado a los “deudores pobres” a rescatar a los “deudores ricos” y ha modificado las normas para proteger a los acreedores de manera que el pago de la deuda por parte de los pobres sea obligatoria. “Resulta que no todos tenemos que pagar nuestras deudas, sólo algunos”, analiza.

Reiniciar el sistema 


Por ello, Groeber emplaza a “limpiar la pizarra [de deudas] a todo el mundo y volver a comenzar”. La manera de organizarse en esta nueva etapa aún es desconocida. La alternativa no lo tendrá fácil, recuerda Groeber, quien señala que durante los últimos treinta años la sociedad ha presenciado “la creación de un vasto aparato burocrático para la creación y mantenimiento de la desesperanza” cuyo objetivo es asegurarse de que “los movimientos sociales no crezcan, florezcan o propongan alternativas”. “Cualquier idea de cambiar el mundo parece una fantasía vana e infundada”, apunta.

El primer paso de la nueva forma de organización social está señalado. “Limpiar la pizarra de deudas”. Después, apunta Groeber habrá que continuar debatiendo. “Lo que sí sabemos es que la historia no ha acabado y que surguirán con total seguridad nuevas y sorprendentes ideas”, concluye.

Políticos opositando: ahí los quiero ver / Arturo Pérez-Reverte *

Lo sugería el ex embajador Paco Vázquez hace unos días, de guasa. Aunque tiene razón: debería ser obligatorio. Como a registrador de la propiedad, pero con temario más amplio. Y quien no llegue, a tomar por saco. Búscate la vida, chaval. O chavala. Recogiendo melones, fregando suelos o podando setos, como la gente que no tiene más remedio; y que, sin embargo, a menudo está mejor preparada. Ignoro si de ese modo iba a resolverse algo, pero introduciría algo de justicia en el putiferio. Sentido común dentro del esperpento nacional. Porque oigan: en España deben hacerse oposiciones para médico de la Seguridad Social, arquitecto municipal, inspector de Hacienda, abogado del Estado, fiscal, juez, o cualquier puesto público. Hasta un profesor de instituto o catedrático de universidad deben hacerlas. Quien pretenda currar en los sectores de la sociedad dedicados a la función pública, debe enfrentarse a unas oposiciones que a veces son de una dureza terrible, en situaciones de extrema competencia y con años de estudio, preparándose. Y sin embargo, el aspecto más decisivo en nuestras vidas, la actividad política que determina el presente y condiciona el futuro, puede caer en manos de cualquiera. A veces, quizás, de individuos excepcionalmente preparados; pero también, y eso ya resulta menos excepcional, de cualquier analfabestia incompetente, varón o hembra, incapaz de articular sujeto, verbo y predicado, cuyo único mérito, o aval, es compartir ideología o intereses -a menudo una y otros van íntimamente relacionados- con un partido político concreto.

Porque echen cuentas, señoras y caballeros. Si no todos los médicos que salen de la facultad superan las pruebas de residente, ni todos los abogados las de juez, por ejemplo; si para conducir un coche hace falta superar un examen teórico, otro práctico y tests psicotécnicos; si tenemos la constancia experimental de que no todos valemos para todo, ni siquiera cuando se trata de gente preparada y con estudios, calculen, entonces, el control de calidad, las Iteuves posteriores y la psicotecnia que pasaría buena parte de las decenas de miles de políticos españoles en activo o en pasivo, algunos de los cuales -conozco a un concejal de cultura en esa situación exacta- no tienen ni acabado el bachillerato. Consideren los que habrían llegado ahí, donde están, medran y trincan, de exigírseles estudios, preparación, controles éticos y formación adecuada. De aplicárseles de un modo práctico, objetivo, antes de ocupar puestos de tanta importancia, tan bien pagados y con tantos privilegios, la idea de los antiguos filósofos griegos de que toda comunidad pública debe ser gobernada por los mejores. Y de establecerse si lo son. O si no lo son.

Eso, naturalmente, incluye a algunos de nuestros sindicalistas, ornatos del telediario. Cuando oigo expresarse a los más conspicuos, o los veo pasear la pancarta queriendo ponerse al frente de ciudadanos honrados que no sé cómo los toleran, con sus antecedentes, pienso que todo aspirante a líder sindical debería probar antes su conocimiento histórico de la lucha de clases y su capacidad oratoria para convencer al trabajador de que es necesario dedicar parte del sueldo -y no de subvenciones estatales embolsadas por la cara- a mantener una institución sindical imprescindible para la sociedad, cuyo único fin es defenderlo de las agresiones de empresarios y políticos. Y si, por reparto de pastel, ese mismo sindicalista puede acabar en el consejo de administración de una caja de ahorros -que tiene pelotas la cosa-, tampoco estaría de más que se le examinara antes de las cuatro reglas: sumar, restar, multiplicar y dividir. Como mínimo.

Así que, oigan. Puestos a suponer gente pública idónea, España decente, mundos felices donde comer perdices, permítanme imaginar una actividad política regida por el sentido común. O sea: militantes de partidos colaborando, faltaría más, en cuanto haga falta. Según su ideología, interés y conciencia; allá cada cual. Sin embargo, cualquiera que aspirase a figurar en una lista elegible por los ciudadanos, tendría que hacer antes unas oposiciones en las que se le examinase de cultura general como trámite previo. Y luego, según las especializaciones a las que aspirase -ministro de Trabajo, presidente de Gobierno y tonterías así-, de economía, derecho, política internacional, historia de España y ética, por ejemplo; aunque temo que aprobar ética muchos lo tendrían peliagudo. Y por supuesto, idiomas: inglés, un poco de francés, alemán. A no pocos de ahora -muchos impresentables de ambos sexos lo demuestran en cuanto abren la boca en el Parlamento- ni siquiera se les exige hablar bien el castellano. 

(*) Periodista y miembro de la Real Academia Española