En
Europa no entienden bien lo que realmente está pasando en España y lo
cierto es que nuestras embajadas no se han empleado casi nada en
explicar 'el procés' y sus causas profundas a las respectivas
opiniones públicas nacionales, de la Unión Europea al menos, y a sus más
relevantes medios en cada país, incluida la intervención y su
financiación exterior interesada por elevación para una balcanización de
la península Ibérica.
Y
quizás sea por el rubor que implica en una teórica democracia
parlamentaria occidental haber negado la libertad colectiva de expresión
a un grupo de ciudadanos españoles residentes en Cataluña a través de
un referendo consultivo (cuando el resultado implica únicamente la
manifestación de la voluntad general o popular de forma no vinculante)
que, en la fecha de su planteamiento, hubiese arrojado unos resultados
porcentuales previsibles y muy distantes de lo que significarían hoy de
realizarse tras un acuerdo político previo entre Madrid y Barcelona.
Ahí
Rajoy no estuvo políticamente muy fino entonces y de aquellos polvos...
estamos donde estamos y posiblemente a donde vamos. Aunque bien es
cierto que el Gobierno central no puede admitir, ni el sistema oneroso
de las autonomías regionales artificiales puede aguantar, que la
contribución fiscal del 20% del PIB español aspire a un sistema de
conciertos o cupo como el del País Vasco (5%) o Navarra (2%) a base de
aportaciones cuasi simbólicas al erario público de la Nación en el marco
de la reforma del Estatuto de Cataluña.
Explique
lo que explique y donde lo explique, Rajoy ha salido del Gobierno por
no asumir su responsabilidad política, personal y colegiada, ante el
desafío catalán. Y Sánchez entró de urgencia en Moncloa, presumiblemente de la mano
de Zarzuela y el Ibex, para encauzar un entuerto de tal envergadura
mientras se regenera una derecha conservadora estructuralmente corrupta,
se revela el escaso peso específico de un C's de plastilina y se
verifica el techo electoral de un neocomunista Podemos ante la
recuperación constatable del voto socialista antes de convocar unas
nuevas elecciones generales todo lo tarde en el tiempo que se pueda para
que el régimen del 78 pueda recuperar el aliento y apuntalar a la
Corona ante los crecientes embates republicanistas de diferentes
procedencias.
Porque
aquí entendemos cualquier referendo como plebiscito es por lo que no se
hizo en 1978, diferenciado del de la nueva Constitución, el del sistema
de Gobierno (monarquía o república) que hoy, en 2018, aún parece
pendiente para legitimar democráticamente a la Corona cuya única
decisión existencial actual proviene de las Cortes de Franco en primer
lugar y, en segundo, de la dinástica de don Juan de Borbón desde un
punto de vista de sucesión interna al entenderlo todo como una
reinstauración de lo desechado en 1931 por unas elecciones municipales
concluyentes.
Pero
la Corona puede y tiene que hacerse útil en tiempos tan turbulentos si
es que aspira a sobrevivir en España. Nunca entendí muy bien como no se
renovó por completo el equipo de Zarzuela con la ascensión al Trono de
Felipe VI. Y ahora aún lo entiendo menos al trascender que el
cuestionado desde Cataluña discurso real del 3-O se coció en los
entornos del monarca, lo que todavía puede resultar más problemático de
cara a las periferias del país y sus élites más liberales por
ilustradas.
El
resultado es que la sociedad española más inquieta por joven, bien
formada y progresista ha elegido este simbólico 12 de octubre para
debatir sobre la abolición de la monarquia parlamentaria tras el
cuestionamento que se ha producido horas antes en el Parlamento
catalán.
Y
puede continuar en algunos ayuntamientos de las llamadas nacionalidades
históricas, desde Galicia a las Vascongadas y hasta de Baleares, visto
el poco entusiasmo ante el llamamiento del constitucionalista PP para
cubrir hoy todas las fachadas de nuestras viviendas con la enseña
nacional con motivo del 12 de octubre. Su escasa capacidad de
convocatoria tiene mucho que ver con la corrupción sistémica, la
degradación general y la ascensión de los populismos, que explican el
fenómeno catalán y la falta de credibilidad, por agotamiento, del
régimen del 78 en todo su conjunto, hasta el desprestigio en Europa de
nuestra Justicia por su infiltración política definitiva al margen de la
Fiscalía.
Con
todo, lo más preocupante e inquietante es la falta de un liderazgo
nacional que tan bien supo encarnar el actual rey emérito Juan Carlos I.
Desde Pablo Iglesias hasta Felipe VI, pasando por Pablo Casado,
Albert Rivera, Pedro Sánchez y hasta Alberto Garzón, no se han revelado
como líderes en coyuntura tan propicia como la de ahora para poder
demostrarlo con un poco de esfuerzo. Y esa es la verdadera tragedia
nacional que puede dar lugar a todo tipo de riesgos interiores y
exteriores para conservar las esencias culturales e históricas que
sustentan identidad, folklores aparte.
Meses
después de la moción de censura en el Congreso, la derecha se ha
fraccionado en tres partidos extremos que han regalado el centro al PSOE
mientras la izquierda reformadora y transformadora reside en Podemos,
por lo que cabe concluir que en unas eventuales elecciones próximas, y
coincidiendo con el CIS, hoy ganaría con holgura el centro-izquierda
frente a los nacionalistas incluso, por un significativo deslizamiento
del voto con las posibles excepciones de Andalucía, Cataluña y puede que
hasta el País Vasco, según coinciden sociólogos expertos en
demoscopia.
(*) Periodista y profesor
(*) Periodista y profesor