La Corona es símbolo de unidad y
permanencia del Estado y, según la vigente Constitución española,
arbitra y modera el funcionamiento regular de las Instituciones. El Rey
jura guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes así como
respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas.
Pero además, la Constitución debe establecer una sociedad democrática
avanzada en nuestro país, según los padres de la Patria que la
consensuaron y redactaron para su aprobación en su momento por las
Cortes Generales ya democráticas.
A
partir de lo anterior, la sensación al menos de las burguesias
periféricas ilustradas y empleadas en el tercer sector o el terciario
avanzado es que Felipe VI ha perdido una gran oportunidad con ocasión de
su segundo mensaje de Nochebuena a todos los españoles por no asumir el
necesario liderazgo en un país inserto en la incertidumbre tras las
elecciones del 20D y sometido de nuevo a tensiones territoriales, en
presencia y en potencia, que requieren de inteligentes fórmulas
flexibles y variadas que conjuren rupturas unilaterales de efecto
inducido acumulativo en Galicia, País Vasco, Navarra y Cataluña para
seguir casi seguro por Valencia y Baleares sin descartar concluir con
Aragón y Canarias.
Por
el bien de la Corona y del futuro de España, el contraste de pareceres
sobre la forma y fondo de ese mensaje navideño debe servir de elemento
de reflexión y análisis sobre el momento del proceso de todos los
españoles hacia el objetivo constitucional de esa sociedad avanzada que
el entorno del monarca en la Casa Real, o no parece tener claro del
todo, o teme que lleve aparejado el cuestionamiento serio de la utilidad
de la institución monárquica por incapacidad de adaptación del régimen
del 78 a la tan diferente España del entrado siglo XXI.
Y,
efectivamente, desde científicas convicciones monárquicas modernas en
mi condición de castellano mediterráneo, me inclino porque eso sea así
en tiempos tan utilitaristas por radicales, lo que no legitima que esta
vez Felipe VI haya pensado más en conservar su testa coronada, algo
importante para la continuidad de su dinastía, que en la urgencia del
momento para España, que no pasa ni por la rigidez de posicionamientos
personales u oligárquicos ni por el quebradizo dogmatismo
constitucional, por lo que se juega en este envite la propia Corona si
muestra una actitud de intransigencia e inmutabilidad.
Y ese mensaje, a mi juicio, sí pone en riesgo a la monarquía al adolecer del más mínimo pensamiento estratégico por sus ideólogos y/o redactores palaciegos al considerarlos como equivocados en nuestro particular trance histórico. ¿Creía asi Felipe VI defenderse mejor de quienes claman un cambio de régimen o de quienes lo desean y no lo dicen desde dentro? ¿Quién o quienes son los que miran hacia atrás? Seamos serios porque nos jugamos mucho todos.
Y ese mensaje, a mi juicio, sí pone en riesgo a la monarquía al adolecer del más mínimo pensamiento estratégico por sus ideólogos y/o redactores palaciegos al considerarlos como equivocados en nuestro particular trance histórico. ¿Creía asi Felipe VI defenderse mejor de quienes claman un cambio de régimen o de quienes lo desean y no lo dicen desde dentro? ¿Quién o quienes son los que miran hacia atrás? Seamos serios porque nos jugamos mucho todos.
Creo
que en La Zarzuela existe una excelente bodega para atender a los
relevantes invitados que la frecuentan pero también tengo entendido que
la biblioteca personal del monarca es muy exigua pese al impagable
asesoramiento docto de la profesora Carmen Iglesias desde niño al actual
rey
de España. Poner los libros, para empezar, a la altura de la cantidad y
calidad de esas botellas sería un acertado primer paso hacia la
verdadera excelencia para evitar a la Familia Real cometer más errores
de bulto por déficit de cultura general política e histórica.
Porque
todas las revoluciones burguesas que en el Mundo han sido a partir de
la Ilustración, desde la inglesa de Cromwell en 1648 hasta la americana
de George Washington en 1763, pasando por la francesa de Robespierre en
1789, son producto de la falta de perspectiva de los luego perdedores
por recluirse a la defensiva en sus viejas posiciones, lo que cargó de
razones a quienes a fuer de pedir y no ser atendidos, optaron por
abandonar a su suerte lo que ya no servía a sus sociedades respectivas
en diferentes pero secuenciales momentos históricos.
Es
preocupante, además, que el tradicional mensaje real sólo lo viesen
esta vez 6,6 millones de espectadores cuando el pasado año fueron 8,2,
lo que denota pérdida de interés en lo que pueda decir o plantear el
actual Jefe del Estado pese a los momentos tan complejos por los que
atraviesa España. No es ninguna buena señal, pienso, esa falta de
confianza en las capacidades del mando como muy bien entiende Felipe de
Borbón y Grecia en su calidad de militar de profesión. Y aquí se
detecta, creo, otro fallo de información de calidad sobre el estado
general de la Opinión Pública y como se percibe en la calle la Monarquía
en su papel añadido de catalizadora hacia el Gobierno de turno de los
principales anhelos sociales de gran parte de los españoles.
La
neutralidad de la Corona está implícita en la Constitución pero le
queda margen de maniobra hacia la no beligerancia que conlleva asumir el
liderazgo en momentos tan excepcionales como los que estamos viviendo
para evitar así un vacío espiritual de poder que impida una deriva como
la ya experimentada en la I República española de 1873 en plena
emancipación de nuestras colonias americanas, comenzando por Méjico y
Argentina primero, y terminando con Filipinas, Cuba y Puerto Rico
después, en el desastre nacional de 1898.
Mirar,
pues, al pasado no tan idílico para no reconocer la quiebra del
presente y hablar de cohesión nacional obviando su sustrato de cohesión
social, concluye en un discurso agotado por muy oido desde los tiempos
de Franco y suena a un patrioterismo cuartelero que no casa para nada
con lo que se esperaba del paso del entonces Príncipe de Asturias por la
prestigiosa universidad norteamericana de Georgetown, en Washington.
No
se entiende, en consecuencia, que Felipe VI no reconozca en público el
reto del cambio hasta decepcionar a la España más vigorosa aunque reciba
el aplauso de la subvencionada y menos competitiva, acomodada por
propio interés al actual estado de cosas, que vocifera a favor de una
unidad y no por otra más justa por una mal entendida solidaridad
nacional. Una oportunidad perdida, pues, de demostrar la utilidad de la
Corona en semejante coyuntura si el discurso hubiese sido otro o no le
hubiese sido impuesto desde La Moncloa, lo que tiene todos los visos.
Porque
el Rey pareció apostar por una opción centralista al negar la actual
realidad del Estado, donde coexisten varios sentimientos de españolidad,
al cerrar el paso a una situación federal que pueda sintetizar la hoy
innegable diversidad en una nueva organización política.
Si Felipe VI buscó una neutralidad formal pudo cosechar el efecto contrario creyendo así alinearse con la mayoría sin tener en cuenta que el cambio generacional afecta a todo el territorio y que quedar confinado en la España anterior alimenta la sensación, sino el convencimiento de los jóvenes, de irrelevancia práctica de la Monarquía como herramienta de salida de la situación hacia un futuro mucho más prometedor.
Si Felipe VI buscó una neutralidad formal pudo cosechar el efecto contrario creyendo así alinearse con la mayoría sin tener en cuenta que el cambio generacional afecta a todo el territorio y que quedar confinado en la España anterior alimenta la sensación, sino el convencimiento de los jóvenes, de irrelevancia práctica de la Monarquía como herramienta de salida de la situación hacia un futuro mucho más prometedor.
¿Qué
quería decir el monarca al hablar de pluralidad política pero no
territorial; ser sensibles con el rigor, la rectitud y la integridad;
cuáles son los intereses generales de España, los de quien; a qué
compromiso ético, y de quién, se refería; qué es y cómo entiende él esa
comunidad de afectos e intereses que mencionó? Basar un discurso en
lugares comunes y muletillas innecesarias, para no decir nada en el
fondo, y sin la más mínima alusión a la inaplazable reforma
constitucional, no es desde luego defender de la mejor manera y
prestigiar a su dinastía porque en lo que se va a desembocar, al final,
es en un nuevo por inevitable proceso constituyente más pronto que
tarde.
Queda la
duda de si, a partir de ahora, Felipe VI asume más democracia para
resolver la crisis territorial apuntalando la tan cacareada unidad desde
la diversidad, sensatez, prudencia y naturalidad en vez de disfrazarse
de pompa y solemnidad, como otro error añadido más. Porque si, en vez de
la unidad, la Monarquía simboliza la unicidad y queda reducida a un mal
menor que sobrevive ante la desconfianza que suscita una república en
manos de otros mangantes, ese riesgo de poder prescindir de ella en
cualquier momento tampoco desaparece si deviene en irrelevante para el
sentir del pueblo. Quizá ahí radique el miedo de la 'nomenklatura' a un
referendum sobre la forma de Estado que, por otra parte, daría
estabilidad por legitimidad a la Monarquía de resultar a su favor casi
con toda seguridad de no seguir empeorando las cosas.
Desde Cataluña se le reprocha al Rey falta de sensibilidad con siete millones de catalanes por alejado de la ciudadanía desde una monarquía que entienden uninacional y unilingüistica y al que se le pide no ahogar los anhelos democráticos de una minoría que no puede imponerse.
Desde Cataluña se le reprocha al Rey falta de sensibilidad con siete millones de catalanes por alejado de la ciudadanía desde una monarquía que entienden uninacional y unilingüistica y al que se le pide no ahogar los anhelos democráticos de una minoría que no puede imponerse.
Es
de manual que la unidad de España que todos queremos no se asegura
ignorando las pretensiones legítimas y democráticas de una parte
significativa de españoles que no viven a gusto o cómodos en la actual
construcción después de 37 años y plantean reformas para evitar mudarse.
La incapacidad de la clase política para encauzar la situación no debe
arrastrar nunca al Jefe del Estado ni obligarle a lanzar un bumeran
contra esos nacionalistas minoritarios, que también son españoles, con
el fin de arrojarles a las tinieblas para esconder el problema que no
saben o no quieren resolver otros, hasta poner en un brete a Felipe VI.
Esta claro que el monarca se dejó, hasta aparecer como lo que nunca debe ser, y dar lugar a que se le reprochase dar lecciones de democracia sin haber sido elegido tras la desgranada retahila de obviedades y mitos, que ya no responden a realidad actual alguna, desde una sensación de aparente intransigencia por su parte, que conducía a destilar un mensaje negativo y pesimista sobre la suerte del Estado.
Las recientes elecciones generales las han ganado en su conjunto la izquierda y los nacionalistas, lo que presenta otra oportunidad para buscar un nuevo consenso en pos de la reforma constitucional desde el liderazgo que se le debe exigir a un monarca reinante por mucha inseguridad jurídica por inconcreción que rodee su sucesión y otros aspectos clave de su función arbitral y moderadora.
Por eso el joven rey no apareció en televisión y radio como un líder y, por contra, sí como mensajero de terceros machacando sobre la unidad -¿contra quién?-, el interés general como vago concepto que no describió; sin menciones al papel disolvente de la corrupción y a sus principales víctimas: niños, mayores y los jóvenes, a quien se ha tratado de robar el futuro, y todo en un escenario, más de autoridad que el familiar propio de estas fechas, y como paralizado en torno al régimen del 78. Todo un paso atrás respecto al tampoco brillante mensaje de 2014 grabado aquella vez en su hogar de Zarzuela.
Un miembro del innegable cambio generacional escenificado en el 15M, como es el líder izquierdista Alberto Garzón, ha tenido que venir a resaltar la falta de conexión de Felipe VI con su pueblo y sus problemas cotidianos al hacer inaceptable esta Nochebuena el discurso de la derecha más antigua sobre una supuesta recuperación económica que casi nadie dice notar.
El Jefe del Estado no habló de reformas cuando muchos españoles lo esperaban ante la necesidad de deconstruir lo tornado en inútil para la mayoría para, a partir de ahí, construir una nuevo país en el que todos los pueblos de España estén dispuestos a vivir sin indecentes y sin indecencias. Tome nota don Felipe y lea estos días alguna de las suertes de sus antecesores en los siglos XIX y XX, y por qué, para cambiar de rumbo antes de que la dinámica histórica termine en un nuevo desastre por fragilidad.
(*) Periodista y profesor
Esta claro que el monarca se dejó, hasta aparecer como lo que nunca debe ser, y dar lugar a que se le reprochase dar lecciones de democracia sin haber sido elegido tras la desgranada retahila de obviedades y mitos, que ya no responden a realidad actual alguna, desde una sensación de aparente intransigencia por su parte, que conducía a destilar un mensaje negativo y pesimista sobre la suerte del Estado.
Las recientes elecciones generales las han ganado en su conjunto la izquierda y los nacionalistas, lo que presenta otra oportunidad para buscar un nuevo consenso en pos de la reforma constitucional desde el liderazgo que se le debe exigir a un monarca reinante por mucha inseguridad jurídica por inconcreción que rodee su sucesión y otros aspectos clave de su función arbitral y moderadora.
Por eso el joven rey no apareció en televisión y radio como un líder y, por contra, sí como mensajero de terceros machacando sobre la unidad -¿contra quién?-, el interés general como vago concepto que no describió; sin menciones al papel disolvente de la corrupción y a sus principales víctimas: niños, mayores y los jóvenes, a quien se ha tratado de robar el futuro, y todo en un escenario, más de autoridad que el familiar propio de estas fechas, y como paralizado en torno al régimen del 78. Todo un paso atrás respecto al tampoco brillante mensaje de 2014 grabado aquella vez en su hogar de Zarzuela.
Un miembro del innegable cambio generacional escenificado en el 15M, como es el líder izquierdista Alberto Garzón, ha tenido que venir a resaltar la falta de conexión de Felipe VI con su pueblo y sus problemas cotidianos al hacer inaceptable esta Nochebuena el discurso de la derecha más antigua sobre una supuesta recuperación económica que casi nadie dice notar.
El Jefe del Estado no habló de reformas cuando muchos españoles lo esperaban ante la necesidad de deconstruir lo tornado en inútil para la mayoría para, a partir de ahí, construir una nuevo país en el que todos los pueblos de España estén dispuestos a vivir sin indecentes y sin indecencias. Tome nota don Felipe y lea estos días alguna de las suertes de sus antecesores en los siglos XIX y XX, y por qué, para cambiar de rumbo antes de que la dinámica histórica termine en un nuevo desastre por fragilidad.
(*) Periodista y profesor