Desde el comienzo de la legislatura
Palinuro viene insistiendo en que el PP no es propiamente un partido
político sino que, por la cantidad de procesos penales que encaran
muchos de sus miembros y principales dirigentes, más parece una
asociación de malhechores. Presidentes de Comunidad Autónoma, de
diputaciones, alcaldes, concejales condenados en firme por delitos de
prevaricación, apropiación indebida, cohecho, contra la Hacienda
pública; docenas de otros cargos imputados, procesados por delitos
similares, siempre en la línea del saqueo; hasta ministr@s y el propio
presidente del gobierno acusad@s de cobrar sobresueldos en B. El caso
Gürtel ha evidenciado que durante años se ha tejido una tupida red de
corrupción en las instituciones gobernadas por el PP que ha convertido
la política en un lodazal en donde también chapotean otras instancias de
calado, como la Casa Real en el asunto de Urdangarin y su esposa. Este
frenético expolio de las arcas públicas, planeado y ejecutado
sistemáticamente, tiene poco que ver con la política.
Tal
es el error de la mayoría de los analistas: creer que porque
formalmente sea un partido político y de gobierno, al PP le interesa la
política, entiende de ella o actúa políticamente. Falso. No hace
política y sospecho que ni la entiende. Solo le interesan los negocios,
los pelotazos, el enriquecimiento de los suyos y el mangoneo. Por dos
vías, la colectiva y la personal. La colectiva es lo que se entiende
aquí como neoliberalismo, consistente en privatizar todo lo público,
tenga la forma que tenga y vendérselo a las amigos en forma de empresas
privadas seguras porque son privadas pero viven de contratar con la
administración pública en régimen de suculentas concesiones otorgadas
por los mismos que las privatizaron y luego ocuparán cargos muy bien
remuneradas en ellas. Se crea así una red de compradazgo entre políticos
corruptos, funcionarios venales, empresarios inmorales que parasita la
administración pública e impide la recuperación del país.
En
el orden personal, la acumulación de fechorías, algunas pintorescas,
como los aeropuertos sin aviones, los museos vacíos, los circuitos de
fórmulas desiertos, prueban que el famoso dicho de yo estoy en política para forrarme,
lo dijera quien lo dijera, es lema, consigna, promesa, anhelo del
conjunto de la tropa. La lluvia de dietas, sobresueldos, comisiones,
cohechos, fraudes, malversaciones, subvenciones, donativos, he hecho
crecer un florido vergel de sinvergüenzas, casi todos ellos enriquecidos
de la noche a la mañana con intereses y depósitos en numerosos paraísos
fiscales. Y en ese vergel lucen también especies de otros partidos,
tanto colectiva como personalmente: el PSOE en Andalucía y en Caja
Madrid; según parece, también CiU se lleva su tajada; y en menor, pero
significativa medida, IU. Todos.
Llamar
a eso partido; llamarlo gobierno, Parlamento, oposición, sistema
político, es un ejercicio de retórica absurda. Esto es un patio de
Monipodio. El gobierno lleva tres años escaqueándose, pendiente de lo
que sale en los medios por si lo incrimina, soltando un discurso
triunfalista que los hechos desmienten y perdiendo el tiempo en
controlar los medios, censurar la información y confundir a la opinión
pública. Las instituciones están todas intervenidas de hecho por el
partido, con la parcial excepción del poder judicial en el cual un
puñado de jueces y fiscales que hacen honor a su condición se atreve a
investigar y procesar los casos de corrupción a un precio altísimo.
Basta recordar que los dos únicos condenados hasta la fecha en los casos
Gürtel y Blesa son dos jueces.
Si
las instituciones están así es fácil imaginar cómo estarán quienes por
ellas pululan. Ayer mismo traían todos los medios las andanzas y
mangoneos durante años de 86 galopines de Caja Madrid con sus tarjetas
opacas. Empresarios, sindicalistas, funcionarios, políticos y
expolíticos, comunistas, socialistas, conservadores llevaban una vida de
lujo desenfrenado a cuenta de los impositores y de todos los ciudadanos
pues finalmente esa Caja fue rescatada con miles de millones dinero
público. Han dejado rastro por todas partes de sus gustos y aficiones y
cabe hacerse una idea de qué tipo de gente estaba al mando de la cuarta
entidad financiera del país: comilonas, hoteles de lujo, joyas, cash
a cientos de miles, mucho alcohol, clubs, pubs, puts (acabo de
inventarme el término, pero encaja), safaris, viajes de placer, golf.
15,5 millones de euros del dinero de todos en seis o siete años. Ni uno
ha comprado un incunable, una edición príncipe, un libro raro, o un
grabado, una estatua, algo de cerámica. Ninguno ha dado prueba alguna de
que no se trata de un puñado de patanes enriquecidos. Y muy solidarios,
como buenos mafiosos. Díaz Ferrán, actualmente en Soto del Real, se
pulió una pasta en papear en el restaurante de su amigo Arturo Fernández
que hizo lo propio en su propio pesebre; él se lo guisó, él se lo
comió, él se lo pagó y él se lo cobró. Un puñado de miles de euros. El
tipo que lleva tres meses sin pagar la nómina de sus empleados.
El
anecdotario es suculento y morboso. Compraban lencería y quién sabe qué
más cosas picaronas. Pero eso no es lo importante, como no lo era que
Roldán se corriera las juergas en gayumbos. Lo importante es lo que
significa el fenómeno en su conjunto. El saqueo de Caja Madrid fue una
operación diseñada desde arriba. Blesa, presidente del Consejo de
Administración desde 1996 a 2009, fue nombrado por su amigo íntimo
Aznar. Las relaciones entre ambos irán saliendo de esos miles de emails
que el imitador de Hemingway en el África ha intentado bloquear y, al
parecer, Bankia ha entregado ya al juez. La mínima parte que se sabe ya
pone los pelos de punta. Y queda tela por cortar. Como de la red de
corrupción que Blesa tejió, pringando a todos los miembros de los
órganos de supervisión, consejo, vigilancia y lo que fuera. Como la
política de concesión de subvenciones y créditos, regida por el
favoritismo más evidente, partidos, fundaciones, empresas, amigos. Como
los desatinos que condujeron finalmente a la quiebra de la Caja que,
según parece, se trató de frenar a base de idear la indignante estafa de
las preferentes. Así los jubilados de Madrid se quedaron sin sus
ahorros para que estos granujas se doraran la panza al sol del Caribe.
Del
principio al final una operación política para "privatizar" las cajas
y, de paso, esquilmarlas. Una operación del PP con la complicidad si no
de los otros partidos, al menos de sus representantes en ellas, que
guardaban silencio mientras se fundían la pasta pública en pitanzas.
¿Y
qué decir de Zapatero quien, en 2007/2008 al comienzo de una crisis que
se obstinó en negar más que Rajoy el nombre de Bárcenas, andaba
presumiendo de la fortaleza del sistema financiero español, que había
pasado todas las pruebas de stress y, en especial, las cajas de
ahorros piezas rozagantes de ese sistema sabiamente reformado por no sé
qué ministro socialista de Economía. ¡Caja Madrid, ejemplo de sano
sistema financiero! Supongo que Blesa y sus amigos de francachelas
reirían a mandíbula batiente mientras brindaban con Dom Perignon.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED