Dijo
el rey don Juan Carlos, recientemente en Nueva York, que la Monarquía
seguirá vigente en nuestro país mientras quieran los españoles. Y esa es
la clave democrática que debe centrar el debate inducido desde hace
meses sobre la forma de Estado en España, hábilmente emboscada en el
referéndum sobre la reforma política celebrado en diciembre de 1978,
hasta colar por resultados 'a la búlgara'.
Se
quiera o no, ahí arranca la legitimidad asistida de la actual Monarquía
porque, con la Constitución de 1978, se interrumpe formalmente la
legalidad política franquista y nace en teoría un nuevo régimen
reformista, que consensua aquello de que España es un Reino y Juan
Carlos de Borbón y Borbón su monarca, con poderes supuestamente
limitados por las leyes emanadas de las nuevas Cortes Generales
democráticas pese a conservar la jefatura de los Ejércitos, lo que hoy
ya no significa lo que entonces ante levas mercenarias frente a los
clásicos reemplazos.
Otra
cosa será que la crisis económico-moral y la situación de verdadera
emergencia nacional, por ausencia de bienestar y seguridad, ponga en
cuestión ahora la ineficacia, derroche y culpabilidad del Estado de las
Autonomías y, en consecuencia, la validez o no de la Monarquía
juancarlista que lo cobija, tras la catarsis que se nos avecina para
extirpar el cáncer de una corrupción estructural.
O, incluso, la idoneidad del Heredero para coyuntura histórica tan determinante y mutante; cuando lo cierto es que se le supone incapaz desde algunos sectores relevantes de la sociedad española sin haber tenido, siquiera, la oportunidad de demostrar su hipotético valor añadido con una estrategia propia, que todavía se le hurta con toda intención prudente desde la propia Casa del Rey, donde no se quiere oir ni hablar de abdicación pese a las fuertes y crecientes presiones cortesanas y los 45 años que pronto cumplirá el Príncipe don Felipe, presa de cierto pánico escénico calculado cuando el que actúa en público no es el protagonista principal.
O, incluso, la idoneidad del Heredero para coyuntura histórica tan determinante y mutante; cuando lo cierto es que se le supone incapaz desde algunos sectores relevantes de la sociedad española sin haber tenido, siquiera, la oportunidad de demostrar su hipotético valor añadido con una estrategia propia, que todavía se le hurta con toda intención prudente desde la propia Casa del Rey, donde no se quiere oir ni hablar de abdicación pese a las fuertes y crecientes presiones cortesanas y los 45 años que pronto cumplirá el Príncipe don Felipe, presa de cierto pánico escénico calculado cuando el que actúa en público no es el protagonista principal.
Pero
el ruido del republicanismo, a raíz de la crisis que flagela a España y
los españoles, es oportunista en tanto en cuanto que no se había
atrevido a medir fuerzas con el juancarlismo hasta muy recientemente y
porque el estado general de descontento de la población crece
exponencialmente desde el segundo mandato socialista del ex presidente
Zapatero. Antes, se daba por sentado que el actual rey era inderrocable
mientras viviese. Pero ahora, determinados sectores de la derecha y de
la izquierda acarician la posibilidad de que eso ya no sea así si se
consigue que la ciudadanía identifique el caos que se avecina con la
desestructuración interna de la actual dinastía y unas no probadas
corruptelas de la propia Corona.
Los
republicanos españoles -no todos a la vista, de momento, pero ya
legión- ponen el acento, precisamente, en la falta de idoneidad de don
Felipe para suceder a su padre. Y se apoyan en su falta de soltura
pública y en su absoluta falta de conexión con el pueblo por su propio
carácter. La campechanía, como pose, es cierto que no le sale ni
ensayando. Y porque el antecedente de su padre, un magnífico actor hasta
parecer más líder de lo que es, se lo pone mucho más que difícil.
También la reina doña Sofía, a quien se le suponía una profesionalidad
proclamada por su propio marido, ha perdido fuerza ante la opinión
pública al demostrar reiteradamente debilidad de madre y esposa pese a
ganar en cercanía con las gentes desde que es abuela. Sus muy frecuentes
estancias en Londres no se entienden bien aquí al parecer una suerte de
escapismo, que no de sus deberes oficiales.
En
ese déficit veo yo los movimientos de potencias extranjeras aliadas,
que parecen haberle vuelto la espalda a don Juan Carlos, visto el
comportamiento continuado últimamente de los grandes periódicos de
Washington y Nueva York, aunque también de Londres, respecto a nuestro
país, a su viejo líder y a nuestros intereses estratégicos. No me cabe
duda de que detrás de ese cambio táctico está la mano de algunos
españoles notables con ansias de presidir una III República, que ya
creen al alcance de su mano debido al evidente rápido proceso de
envejecimiento de nuestro rey y a su falta de reflejos por errores de
bulto cometidos personalmente en los últimos meses.
La
llegada al Palacio de la Zarzuela de magníficos expertos en
comunicación pública -tras el breve paréntesis que supuso la marcha de
Asunción Valdés, sustituida por diplomáticos que no dominan el mundo
mediático- intenta ahora, a la desesperada, una política de imagen
pública a, mi juicio, un tanto desfasada y atemporal, que pivota sobre
unos viejos clichés y que agrava cualitativamente la situación. Si doña
Letizia no tiene juego en esa estrategia, por formación, edad y
suficiente experiencia, y porque debe luchar con uñas y dientes porque
su marido e hija alcancen el destino que se les supone, me atrevo a
pensar que no se le valora en todo lo que puede aportar como
profesional.
La
Monarquía se salvará si cumple su función constitucional de preservar
la unidad nacional, procurar el bienestar de todos los españoles y
garantizar una verdadera democracia, tras un nuevo pacto con las élites
que albergue en su interior una sincera reforma en profundidad del
sistema, al estilo de la vieja restauración canovista aunque a la luz de
los nuevos tiempos. Si eso no es así, sobrarán argumentos y apoyos
internos para prescindir de lo que sirvió pero ya carece de objeto.
Pero
hay algo más importante aún y que los republicanos consideran el talón
de Aquiles de la Monarquía española: no se ve que el liderazgo, muy
tocado en este momento, del viejo monarca pueda ser sustituido
normalmente por el de don Felipe, por mucha escenificación mediática
puesta en marcha. Con ausencia de compromisos claros, y discursos
repletos de lugares comunes por parte del Heredero, quiero pensar que La
Zarzuela está trufada de personal republicano en potencia, que ya ni se
esfuerza en recomendar un método, presentar un libreto y suplicar
alguna disciplina a una estirpe que parece haber perdido muchos papeles,
hasta dar la sensación de que arroja la toalla y se resigna a acatar lo
que deparen los tiempos en espera de acontecimientos a intentar capear
como se pueda, si es que se puede y merece la pena cuando se dispone de
tal fortuna calculada por expertos.
http://monarquiacoronada.blogspot.com.es/2012/10/salvar-la-monarquia-francisco-poveda.html