Un sistema es un conjunto de cosas que relacionadas entre sí
ordenadamente contribuyen a determinado objeto. ¿Existe, en el sistema
político español, algún conjunto de elementos que ordenadamente
contribuyan a mantener la estabilidad del Estado? Se hace difícil
creerlo: el Jefe máximo distraído con sus aventuras africanas; el
presidente del Poder Judicial acusado de sufragar sus vacaciones con
dinero del contribuyente; el Gobierno, improvisando cada viernes un
recorte de derechos a los ciudadanos; y para colmo, la gran estafa
bancaria. Todo induce a pensar que el Estado ha sido invadido por una
peligrosa banda antisistema.
El presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal
Supremo, Carlos Dívar, viajó 20 veces en fines de semana largos al mismo
hotel de lujo en Marbella desde noviembre de 2008 hasta marzo de este
año. Los 18.654 euros de esos viajes fueron cargados al presupuesto del Consejo. Lo que, en opinión de otro juez, podría constituir un presunto delito de malversación de caudales públicos. A lo que Dívar, respondió afirmando que esos gastos son una miseria.
Las aventuras africanas del Jefe del Estado y las obras y milagros de su augusta familia
son para poner los pelos como escarpias. Ahora, el escándalo nuestro de
cada día se produce a raíz de la nacionalización ma non tanto de
Bankia. Una oscura operación que no hay por dónde cogerla desde un punto
de vista lógico.
Hace poco, docentes, miembros de la industria financiera y asociaciones de consumidores han pedido que se introduzca la Educación Financiera como asignatura en la Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Menuda tesitura a la que habría de enfrentarse un profesor para explicar a los alumnos el siguiente proceso:
I Cajamadrid era una entidad financiera de carácter
público con mucha solera. Funcionaría mejor o peor, seguramente lo
segundo, y requería una profunda reforma de sus estructuras. Lo que no
significa necesariamente que, para arreglar algo, haya que pasarlo al
sector privado.
II No obstante, conforme a las tesis de la
ideología dominante —público malo, privado bueno—, la entidad madrileña
fue desmantelada, y sobre sus restos se constituyó Bankia, un gran banco
privado. Apuntalado, eso sí, con cuantiosas ayudas de dinero del
Estado, pues dice la teoría que el Estado es malo, malísimo, cuando
administra servicios o empresas públicas, pero es bueno, buenísimo,
cuando emplea el dinero del contribuyente para dárselo a la iniciativa
privada. Si es que podemos llamar iniciativa privada a quedarse a precio
de saldo con algo que ya está iniciado. (Atentos a lo que se avecina
con la privatización del Canal de YII, el eficiente y rentable servicio
de abastecimiento de aguas madrileño).
III Se pone al frente de la nueva entidad a un
personaje de relumbrón, pese a que ha demostrado su ineficacia en cargos
anteriores. El hombre del relumbrón se dedica a doblar el tamaño de la
entidad absorbiendo otras cajas con balances podridos. Al cabo de un par
de años, Bankia resulta un fracaso y se encamina a la bancarrota.
IV Ante la grave situación, se reúne el alto
sanedrín económico del país. Que se acoge al principio Too big to fall,
diametralmente opuesto al clásico Torres más altas han caído. En la
nueva economía política, Too big to fall significa que si eres un
parado, un precario, un pensionista, eres algo insignificante. Por lo
que se te puede quitar hasta el aliento vital del subsidio o la pensión.
Pero si se trata del pesebre de oro donde se alimenta una élite con
salarios astronómicos, el Estado debe acudir presto en su auxilio con
todos los medios a su alcance.
V Analizado el problema, el sanedrín decreta que
Bankia es demasiado grande para dejarla caer. Y bajo el pretexto de
evitar los riesgos de que la caída arrastre al resto del sistema,
dictamina que el Estado se vuelva a hacer cargo del invento.
VI El procedimiento es pintoresco: los casi 4.500
millones de dinero público que el odiado Estado prestó a Bankia a través
del FROB, serán convertidos en acciones. El Estado, con el dinero del
contribuyente, compra acciones basura para constituirse en accionista
mayoritario. Bankia, dicen, se nacionaliza. O sea, que lo público
recupera lo que ya era público, sólo que muy devaluado.
VII A esto lo llaman una operación de alta enjundia
financiera, cuando tiene toda la pinta de ser una estafa en toda regla.
¿Cómo llamaríamos a la operación por la cual un ratero nos roba la radio
del coche y, para reponerla, nos vemos obligados a comprarla en una de
esas tiendas de segunda mano donde venden las radios robadas por los
rateros?
En el caso examinado, no ha sido un raterillo revientalunas, sino el
todopoderoso y astronómicamente pagado Rodrigo de Rato Figaredo quien ha
llevado el invento de Bankia al más absoluto desastre. Ahora, Rodrigo
se retira con una buena indemnización. Y el sanedrín pone al frente de
la entidad a un ejecutivo que se jubiló a los 55 años en otra entidad bancaria con una pensión cercana a los 60 millones,
y al que se le permite hacer algo prohibido para el resto de jubilados:
compatibilizar esa pensión con otra suculenta remuneración en la
‘nueva’ Bankia.
Todo induce a pensar que una peligrosa banda de individuos antisistema han invadido el Estado.
(*) ATTAC-Madrid
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