El capitalismo es un desastre. No solamente no puede evitar las crisis
periódicas sino que no sabe cómo salir de ellas. La última crisis va ya
por su quinto año sin perspectiva de mejora. Al contrario. Se ha
abordado con una panoplia de políticas neoliberales que solo han
conseguido empobrecer a la gente y hundir más los países en la crisis,
como ya habían advertido muchos críticos. Lo importante era umoiner la
doctrina.
Resulta así que, después de abundantes políticas de reducción del gasto,
austeridad, aumento de la fiscalidad y otras medidas tan duras como
ortodoxas, en Francia sigue subiendo el paro, el infiel de Moody's
rebaja la calificación de la deuda alemana y la pone en lo que se llama perspectiva negativa,
algo de todas formas menos crudo que el solemne batacazo de Inglaterra.
Creían los ingleses estar a salvo de la enfermedad continental y se
desayunan con la noticia de que están hasta el corvejón en una depresión
y que el crecimiento negativo trimestral del PIB ha sido de
0,7%, en lugar del modesto 0,2% que anticipaban los linces de la City.
Por supuesto, Grecia, Portugal e Irlanda no levantan cabeza.
Cualquiera diría que las políticas de austeridad neoliberales no
funcionan. El problema es que no parece haber otras. La
socialdemocracia, desde luego, no aporta ninguna salvo la mayor
sensibilidad hacia las cuestiones sociales de las políticas neoliberales
compartidas. La izquierda algo más radical sí propone medidas concretas
alternativas a las que se están tomando. Son medidas parciales,
fragmentarias, ya que no se postula un cambio completo del modo de
producción, y que afectan sobre todo a cuestiones fiscales, los
impuestos a las altas rentas, las empresas, el impuesto de sucesiones,
el impuesto sobre el patrimonio, etc.
Con todo, la dificultad de esta visión de reformismo radical es
su viabilidad. Su aplicación consecuente sin duda provocará una huida
general de capitales de España. La teoría presupone un concepto de
soberanía anterior al Tratado de Maastricht de donde salió la moneda
común. Hoy, con esa moneda única, la soberanía está muy mermada. Al
Estado le molesta y debilita mucho la libertad de circulación de
capitales, pero no le queda otro remedio que aceptarla porque forma
parte indisociable de la idea del mercado único. Y, mientras esto sea
así el capital tiene un arma poderosísima frente al Estado: la amenaza
de expatriación. No, no hay doctrinas alternativas completas apuestas al
neoliberalismo sino reformas del capitalismo más o menos radicales.
Y, sin embargo, rara vez ha estado tan claro en la Historia el
surgimiento de una conciencia revolucionaria, de un deseo muy extendido
de reiniciar el sistema, como reza el lema del 15-M o en las
distintas propuestas de abrir un proceso constituyente a través de las
asambleas. Pero la huida de capitales de España pone sordina a las
alegrías de los eventos mencionados para ir a fundirse con esos 17
billones de euros en paraísos fiscales que son la cifra del escándalo,
el baremo de la injusticia, que es consustancial al sistema.
La Unión Europea ha estado muda en todo el proceso. Pareciera haber
quedado reducida al Banco Central Europeo y a las agencias financieras
que el Consejo dice que va a crear para complicar aun más la situación.
Quizá sea llegada la hora en que el Parlamento Europeo convoque una
suerte de Estados Generales de Europa para tratar de hacer realidad esa
unión política que reclaman los alemanes. A lo mejor así puede dar
comienzo una revolución europea..
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED, Madrid
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