En mi último post os hablaba de la irresponsable y nefasta gestión de la clase política española, que despilfarró nuestros recursos de tiempos de bonanza en infraestructuras ruinosas e innecesarias con las que se contrajeron las deudas que hoy nos asfixian. En ese sentido, hace unas semanas un artículo de César Molinas publicado en El País levantaba la polémica al presentar su teoría sobre la clase política española como elite extractiva.
No comparto la propuesta del autor –un sistema electoral aún más
mayoritario del que tenemos, luego aún más potenciador del
bipartidismo-, pero sí muchas de las ideas que él plantea, especialmente
la incidencia de la partitocracia para alimentar un sistema en que llegan a la primera línea política los mediocres y los cínicos.
Pareciera que estamos condenados a repetir nuestra historia, a fuerza de no aprender de ella.
En los siglos XVI y XVII, los pésimos gobernantes que dirigieron los
destinos de España –sobre todo en los reinados de los últimos Austrias-
dilapidaron los ingentes recursos del oro y la plata robada a los
pueblos americanos, y financiaron el desarrollo de Inglaterra y Holanda
mientras España caía en la bancarrota y el pueblo pasaba hambre. 500 años después, la historia se repite.
Cuando, con los flujos de los fondos de cohesión europea, y sobre todo a
partir de la entrada del euro y del aumento de los flujos de capitales
desde el Norte europeo, comenzaron a entrar enormes cantidades de
dinero, éste se malgastó en infraestructuras innecesarias y mal
diseñadas que nos llevaron a la bancarrota.
Como siempre, los trabajadores pagan la fiesta de otros. Y no digo,
no, que el pueblo español no sea responsable. Por aceptar, con pasividad
cómplice, por interés o por desinterés, el yugo de gobernantes irresponsables, mediocres o codiciosos, que, por incapacidad o por malicia, tanto da, nos han llevado a la ruina.
Todavía, quiero creer, el desastre es evitable, o tal vez es la
oportunidad para construir una sociedad más justa, menos enferma. Esa es
la luz de esperanza que quiero ver en las manifestaciones que llevan
repitiéndose en mi país, y sobre todo en mi ciudad, ahora que estoy tan
lejos.
Demasiada falta de vergüenza la del Gobierno al defender la
actuación policial, ahora que el mundo entero sabe, con pruebas
documentadas, que se introdujeron infiltrados para reventar la
manifestación pacífica. Rajoy no quiere escuchar, nunca lo hará. Como
dice Molinas en su artículo, cualquier autocrítica en la clase política
está vedada, pues atacaría las propias bases de su poder. Por eso, desde
todos los partidos (o casi), las críticas son tibias y los argumentos,
banales.
Dejemos que hablen las calles, pues las cosas deberían cambiar mucho para que las respuestas salgan de las urnas. Tal vez sólo si los ibéricos consiguiéramos reproducir esa mayoría absoluta del voto en blanco que reivindicaba José Saramago en su Ensayosobre la lucidez.
(*) Periodista
Sea como fuere, sostengo que el pueblo español es hoy más lúcido que hace cuatro años. Y lo celebro.
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