jueves, 12 de diciembre de 2013

La corrupción como origen de la crisis / María Solano Altaba

El último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) no ha deparado grandes sorpresas pero sí algunos elementos que demuestran que la crisis, si sirve para algo, será para remover conciencias.
Como no podía ser de otra manera en un país con casi seis millones de parados, el desempleo sigue siendo la cuestión que más preocupa a los españoles, que se suman a este criterio en un elevado 77,7% de los casos. Y es una preocupación real, no un mero contagio de preocupaciones ajenas, porque pocos hay que no tengan en su entorno a alguien damnificado por un Expediente de Regulación de Empleo.
Pero la siguiente gran preocupación de los españoles, la que más quita el sueño a un 31,8% de nuestros ciudadanos según la encuesta que maneja el CIS, es la corrupción. España lleva siglos siendo corrupta, a nadie se puede engañar. Tradición no solo centenaria, sino recogida en la mejor literatura, que hasta creó género propio en la picaresca.
Pero a diferencia del natural afecto que despertaba el pobre Lazarillo de Tormes, tan hambriento como sojuzgado por su ciego señor, los “pícaros” modernos no tienen ni pizca de gracia porque roban para hartarse en mariscadas e hinchar unas ya de por sí abultadas cuentas en Suiza. Y lo que roban no procede del egoísta señor que domina sus vidas, sino de otros que están bastante peor que ellos.
Pero ya ha caído al vaso esa gota que lo colmó e inició el imparable proceso. Las turbias aguas de la corrupción, esas que han dejado a nuestro país a la altura de Cabo Verde en la lista de Estados que inspiran escasa confianza, y muy lejos de nuestros socios comunitarios, han inundado ya -por fin- las conciencias.
Y es que puede tener el problema de tanta corrupción admitida, de tanta mirada desviada durante décadas para hacer la vista gorda ante el que delinque, de tanto intento colectivo, de mayor o menor calado, por apropiarse de lo ajeno bajo la excusa de no contribuir con lo propio.
Ese despertar por fin de las conciencias, esa escalada en la encuesta del CIS de la preocupación por la corrupción, son síntomas inconfundibles y muy positivos de una verdadera transformación de fondo, transformación en la cultura española que ya siente vergüenza del que roba, frente a ese extraño orgullo patrio que generaba el listillo y envidiado defraudador.
El CIS recoge un aspecto muy negativo para la sociedad: el volumen de escándalos de corrupción por metro cuadrado de sed política es tan elevado que se ha colado por detrás del desempleo como la gran preocupación de los españoles. Pero al mismo tiempo, la preocupación de los españoles denota un nuevo planteamiento de esa cultura de la picaresca que, por simpática que parezca, no hace más que denigrar al hombre por el peso de la mentira.

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