Qué prefieres, monarquía parlamentaria o
república?». «Un trabajo». Este diálogo se reproducía en una viñeta de
El Roto publicada en El País, y nos remite a una reflexión bien asentada
en el seno de la opinión pública en virtud de la cual lo relevante en
estos momentos son las condiciones de vida y trabajo de la gente, y no
tanto la forma de elección de la Jefatura del Estado.
Entiendo
perfectamente el planteamiento por cuanto no se aprecia, aparentemente,
el vínculo directo o la relación de causalidad entre el modo de acceso a
la máxima institución del Estado y el porcentaje de paro que registra
en un momento dado una sociedad. Aún lo comprendo más si establecemos
una jerarquía de prioridades en relación al grado de urgencia de
resolución de uno u otro asunto.
Ahora bien, es un hecho conocido
en la ciencia política (si es que tiene algo de ciencia) que la
estructura institucional de una sociedad guarda correspondencia tanto
con su grado de desarrollo como con la traslación que del mismo se da a
la ciudadanía. Igualmente lo es que el nivel de democracia de un país es
directamente proporcional a la progresividad en la distribución del
ingreso.
Pues bien, la monarquía española es la cabeza del
andamiaje político levantado en la transición. Así pues, lo que hemos de
preguntarnos es si el régimen de 1978, del que el monarca legalmente
inviolable es su máxima expresión, es un sistema democrático avanzado
que aspira a reducir al máximo el nivel de desigualdad social. A estas
alturas de la película, la llamada transición modélica exhibe sin pudor
sus miserias y carencias, resultado del apaño que se hizo tras la muerte
del dictador. Dicho arreglo consistió, en lo fundamental, en que las
doscientas familias que dirigían el país bajo el franquismo lo seguirían
haciendo bajo una democracia formal que serviría para cooptar a la
nueva clase política del bipartidismo en el seno de la élite dominante, a
través del control partitocrático de todos los poderes del Estado, de
la corrupción y de la llamada puerta giratoria.
El 23F posibilitó el
afianzamiento de esta democracia restringida y oligárquica,
caracterizada por la ausencia total de división de poderes y por un
reparto muy regresivo de la renta, resultado, como asegura el profesor
Vicenc Navarro, de la hegemonía de los sectores conservadores
posfranquistas en todo el proceso de la transición.
El desmontaje y
privatización que tanto Felipe González como Aznar hicieron de la
estructura industrial pública que persistía en nuestro país, confirmaron
esta naturaleza del sistema político. Y el resultado lo estamos
viviendo dramáticamente en estos momentos: de entre las democracias
parlamentarias de nuestro entorno, no hay país más corrupto, desigual y
empobrecido (desde su nivel de renta relativa) que éste en el que
vivimos los españoles.
No se corresponde en absoluto nuestra renta per
cápita (un 90% de la media de la eurozona) con los salarios ínfimos y
esclavizantes que se pagan, lo que a su vez alimenta la falta de demanda
solvente y, en consecuencia, el nivel de paro. Tampoco se corresponde
la caída del empleo que hemos sufrido con la reducción del PIB desde
2008. Como ejemplo, tenemos el nivel de paro de Grecia, similar al de
España, pero allí la economía ha caído más de un 25%, mientras que la
nuestra sólo lo ha hecho un 7%.
El bipartidismo ha sido el más
servil colaboracionista de esa ocupación que sufrimos (que ha acabado con
la soberanía del país) por parte de los mercados financieros y de
Alemania. Ahí está la modificación del artículo 135 de la Constitución,
auspiciada por PSOE y PP, que establece que el pago de la deuda privada
de nuestros bancos a los bancos alemanes se hace con cargo a los
presupuestos del Estado a costa de la sanidad, la educación y los
servicios sociales.
Así pues, la monarquía que tenemos sí tiene
que ver con el empleo, porque la mala calidad de una democracia es una
fábrica de parados.
(*) Profesor
No hay comentarios:
Publicar un comentario