La gente sabe el valor de las consignas. Las inventa, desarrolla y
mejora continuamente. Sirven para que no se olvide de ciertas cosas que
necesita tener presente y que necesita para no desnortarse. La gente
vuelve la vista siempre que puede a la enunciación de esos valores
definidos como axiomas. Para ello han pasado en todos los casos un
proceso de selección y depuración que determina su elección como pendón
de la bandería en cuestión. A veces no deja de ser una idea importada de
la experiencia, la lectura o la aplicación de determinadas prácticas
que terminan ordenándose en una formulación categórica. Un conjunto de
signos alfabéticos que componen un paisaje referencial. A veces, las
consignas se convierten en expresiones del deseo mas quimérico y durante
años y años se repiten, desgastándose paulatinamente, quedando cada vez
mas desvaídas y difusas. Sucede, que el paso de los tiempos actúa en
ellas de filtro y de fieltro, enmascarando su color y puliéndolas tanto
que terminan por no ser lo que eran.
Desde los años de las reuniones clandestinas de la Convención
Republicana de los Pueblos de España, en los finales de las sesiones y
en los Congresos de prácticamente la totalidad de las fuerzas políticas
antifranquistas, se terminaba coreando la máxima que titula estas
palabras. Sin signos de interrogación claro, mas bien lo contrario, en
sentido afirmativo. Y durante muchos años se enunció con la plena
convicción de que aquello pudiera ser posible, aunque no se le pusiera
fecha en el almanaque a ese mañana.
Murió Francisco Franco y llegó la primera transición. Y se mantuvo la
consigna. Todavía nos debatíamos entre Ruptura y Transición
Democrática. Fueron tiempos convulsos, llenos de miedo y descontrol, de
inseguridad y zozobra. Cada día se tambaleaban las esperanzas
depositadas en el proceso. La presencia de la extrema derecha armada en
la calle desdibujaba la polaroid de la situación social. Y de la gente
no se sabía nada que no fuera de la propia militancia. Además de que el
ordenamiento jurídico proponía tantas incógnitas que con cada Decreto
Ley que intentaba aclarar algo mas las cosas, estas terminaban mucho mas
confusas que antes. Fueron tiempos del reinado de los eufemismos. Se
llamaban las cosas sin nombrarlas y cada día que pasaba se podía ver de
que manera se distanciaban las Españas oficial y real. Pero terminábamos
aún coreando con fuerza aquel ¡España, mañana será republicana!
Aunque cada vez se veía mas lejos la posibilidad de la ruptura
democrática, los partidos políticos flojeaban en reclamar La III
República y el pactismo fue siendo el camino señalado por las directivas
de los grandes partidos, mientras los pequeños iban diluyéndose en el
intento.
Al final todo desembocó en la segunda transición donde el PSOE cambio el pactismo por el renuncismo. Empezó a renunciar por La Internacional, siguió por la OTAN y terminó con la reivindicación republicana. Y pronto le siguieron los demás, el PC incluido.
Los valores republicanos quedaron subsumidos por la monarquía
constitucional que hizo de parte de ellos, al menos en las formas,
bagaje propio. El Rey Juan Carlos I con su borbonismo popular
se gano un lugar en la Historia y otro en el corazón de los españoles,
incluso en algunos corazones republicanos. Y no se habló mas del asunto.
Felipe VI será previsiblemente coronado y no habiendo heredado la
campechana actitud cotidiana de su regio padre, seguro que será un buen
Rey constitucional. Sin embargo, creo que a 39 años vista del fin del
Antiguo Régimen, la monarquía continúa siendo una anacronía. Voces
reclamando un Referendum sobre la forma de Estado se oyen cada vez mas
alto y mas claro. Se van juntando firmas hasta las 500.000 precisas. Ese
podrá ser el primer cambio constitucional, por mas que hace una semana
nadie lo previera. Y puede que ese mañana esté mas cerca de lo que pensamos. ¿Dónde hay que firmar?
Hay tantas deudas impagables como sueños por cumplir. Junio
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