Hay algo dramático en esta peripecia de
Pujol ya en la parte final de su biografía. ¡Cuánta razón tenían los
griegos cuando insistían en que nunca se diga de alguien que fue feliz
hasta que haya muerto! No está claro que el ex-presidente de la
Generalitat se sienta personalmente infeliz. Pero sí parece que por tal
lo tendrá la opinión pública y la memoria colectiva en los tiempos
venideros. La experiencia dice que en muchas ocasiones lo que más se
recuerda de las gentes es lo que hicieron mal y no lo que hicieron bien.
Pujol pudo serlo todo y, hasta cierto punto, lo fue. Algún libro lo
llamaba El Virrey. Pero defraudó la confianza depositada en él y su figura se vino abajo. Actualización de una especie de Más dura será la caída.
A
primera vista podría parecer injusto, ya que no está bien que un fallo
destruya la obra de una vida. El problema es que es un fallo, sí, pero
continuado, un fallo de treinta años, sostenido, ocultado, compartido
con la familia con arreglo a un programa, un plan deliberado. Ahí reside
lo malo del asunto: en ser un posible delito continuado; prescrito
total o parcialmente o no es aquí irrelevante. Y aunque no hubiere
delito, Pujol defraudó la buena fe de sus conciudadanos de modo
deliberado, permanente, con ánimo doloso. Es un caso de doble vida, como
la de esos personajes de las novelas de Simenon u otros relatos
policiacos, de gentes que son una cosa por el día y otra por la noche; Molt honorable
a la luz del sol y defraudador a la de la luna. Esa dualidad del médico
Pujol caracterizó su vida oculta y dado que comenzó hace treinta años,
con la herencia de un curioso abuelo, es obvio que la inició por su
cuenta y, quizá, la de su mujer, e incorporó luego a sus hijos, según
fueron creciendo. Un roman fleuve, unos Thiebaut, Rougon-Macquart, Brudenbrooks en catalán catalanista.
Muy
literario. Y terrible. Pujol representó durante más de veinte años el
Estado en Cataluña. Era el pequeño pero todopoderoso Pujol. David hecho
Goliat por la voluntad democrática nacional de los catalanes. Por eso
tocó a rebato envuelto en la senyera e invocó los sagrados
derechos de Cataluña cuando los aviesos poderes centrales quisieron
hurgar en sus tejemanejes en Banca Catalana. Sus compatriotas lo
siguieron. Los centrales se achantaron, temerosos de ver un San Jordi
alanceando el dragón español. O quizá cómplices, volvemos sobre esto más
abajo.
Pujol
era todo, hasta tenía estatuas y su confesión ha provocado una
conmoción quizá análoga a la que provocara en su día la caída del coloso
de Constantino o de Ramsés II, aunque de este no tengo claro si cayó.
Un terremoto que ha afectado a los dos sistemas políticos, el catalán y
el español. El impacto en el catalán se echa de ver en el enfrentamiento
por la comparecencia parlamentaria del Molt Ex-Honorable: ERC, PP, Ciutadans y las CUP quieren que sea ipso facto,
CiU, PSC-PSOE y, creo, EU, admiten aplazamiento. Los primeros amenazan
con una comisión de investigación. En el fondo, hay un intento de
dirimir el asunto en clave catalana, provocando un cambio en las
relaciones del sistema de partidos y permitiendo un sorpasso de
CiU por ERC, al convertir el fraude pujoliano en política deliberada del
nacionalismo burgués; un intento de hegemonizar el soberanismo bajo la
teoría de que los nacionalistas burgueses no conocen más patria que el
dinero. Todos recuerdan ahora las mordaces pero crípticas referencias de
Pasqual Maragall al "problema del 3 por ciento" que resultó ser, según
se dice, del 5 por ciento. Mordida precio fijo. Pero, ¿serán capaces de
admitir que todos tienen responsabilidad cuando menos por negligencia
sino por incumplimiento de taxativos deberes legales y morales de
denunciar las corruptelas? Aplazamos la respuesta a la que se produzca
en España.
El
impacto en el sistema español también ha sido considerable y, por si
hubiera duda, ya se ha encargado el ministro Montoro de patear los
higadillos del ex-president, hablando de posibles delitos. La cuestión
es la misma que en Cataluña: si todos, o muchos y en posiciones de
poder, sabían; si de Madrid partió la orden de investigar Banca Catalana
y de Madrid también la de abortarla en tiempos de González; si Rajoy
era conocedor desde el año 2000 ¿cómo nadie hizo nada? ¿Cómo el fiscal
Villarejo, hoy en Podemos, no actuó? Los españoles, ¿temían que Pujol
incendiara la marca cataláunica o, como se insinuaba más arriba, tenían
un pacto de silencio con la corrupción pujoliana? Podría parecer una
exageración pero, si se tiene en cuenta la firme voluntad de los dos
partidos dinásticos y la mayoría de los medios de comunicación de
sofocar todo debate público sobre el comportamiento de la Casa Real, no
se verá como tal. Y menos si comprobamos su compromiso de blindar todas
las instituciones en nombre de la estabilidad, desde los órganos cuya
composición determinan (Tribunal Constitucional, Consejo General del
Poder Judicial, etc), hasta sus propias organizaciones partidistas y sus
comportamientos ilegales. Hoy por ti, mañana por mí. Cataluña no se
toca. Y menos CiU, catalanes bien criados que siempre apoyan al partido
de turno que esté en mayoría relativa, aunque a cambio de substanciosos
bocados y de hacer la vista gorda. Business as usual en un sistema político caracterizado por la corrupción.
Pero el escándalo Pujol ha estallado en un momento en que los business son todo menos usual.
Rumores hay de que el ex-president ha confesado forzado y bajo amenaza,
como también de que Juan Carlos I dimitió obligadamente. Que ahora
aproveche para divorciarse de su señora es algo que solo interesa a los
cotillas de la Corte. Obligar a cantar a Pujol, se dice, se hace con
ánimo de torpedear el proceso soberanista: la independencia es una cosa
de ladrones, asunto de pelas. Pujol es el nacionalismo; Pujol es
un sirvengüenza; luego el nacionalismo es cosa de sinvergüenzas. Mas se
apresuró a definir la conducta de Pujol como de ámbito estrictamente
privado. Al quite salió la inevitable Cospedal afirmando lo contrario:
Pujol es Cataluña y Catalunya ens roba. No lo diría jamás en
catalán, pero porque le falta salero. Cierto, el fraude pujoliano no es
privado porque lo cometió como cargo público y el más alto de la
Comunidad. Pero de esto los conservadores no pueden hacer causa porque
ellos llevan veinte años haciendo prácticamente lo mismo y, por cierto,
de forma más descentralizada que el jacobino Pujol, pues han repartido
los beneficios para los que se habían asociado entre diversas
comunidades autónomas, municipios, relevantes cargos del partido, cargos
públicos en general y hasta gobernantes.
Concedido, no obstante, este argumento es inválido porque reitera un y tú más.
No, el argumento es que el caso Pujol, que afecta, desde luego, a la
Generalitat como institución y a CiU como coalición partidista, no
afecta al proceso soberanista en sí. Aquellas pueden haber organizado
una red para delinquir, por lo demás como, se dice, ha hecho el PP allí
en donde gobierna, pero eso no tiene nada que ver con un resurgir del
sentimiento independentista que viene de una movilización de la sociedad
civil, precisamente la más interesada en acabar con la corrupción
política imperante. En Cataluña y en España.
El
próximo 11 de septiembre habrá una nueva manifestación de fuerza de esa
movilización popular, transversal, interclasista y hasta interétnica.
Las gentes que vayan a las "V" de la Diada en Cataluña y en el
extranjero, y se supone que serán muchas, no son cómplices de Pujol. Son
sus víctimas. Y por partida doble pues les ha robado el dinero y ha
querido robarles la causa.
Justo
esto, el haber sido capaz de encontrar una causa que aglutine mayorías,
da su fuerza al nacionalismo independentista porque le proporciona
aquello que en la política, como en la guerra, tiene la mayor
importancia: la iniciativa. Frente a él, el nacionalismo español carece
de iniciativa, actúa a la defensiva y sin más recurso que la coerción y
la amenaza de la violencia.
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Ayer me hicieron una entrevista para un digital anglosajón sobre asuntos españoles, llamado The Local. Spain's News in English titulada con cierto dramatismo The Catalonia Issue is about the End of Spain.
Obviamente, está en inglés, pero está muy bien hecha, muy profesional, y
dice substancialmente lo que pienso. Es un poco tarde pero mañana la
traduzco y la cuelgo.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED
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