jueves, 19 de marzo de 2020

El atronador silencio de Felipe VI / José Antich *

Mientras los balcones de Catalunya se convertían en una protesta sonora interminable contra Felipe VI por la corrupción que afecta de lleno a la monarquía española, el rey de España comparecía en televisión para realizar su primera alocución pública tras la expansión de la crisis del coronavirus y la no menos importante noticia de que su padre tenía cuentas en Suiza procedentes, presuntamente, de comisiones ilegales. 

El discurso de Felipe VI destacó, sobre todo, por su atronador silencio respecto a las cuentas offshore de Juan Carlos I en el extranjero y de cuya fortuna es receptor el actual monarca y a quien seguiría como heredera su hija primogénita. La renuncia que ha hecho a la herencia es papel mojado ya que como se ha dicho varias veces, el Código Civil español prohíbe la renuncia futura.

En estos momentos de profundo dolor para la ciudadanía por la alarma y el temor que siente ante la evolución de la infección por el coronavirus, el Rey solo ha sabido encontrar palabras huecas. Ni tan siquiera ha incluido una simple frase con la que marcara, al menos aparentemente, distancia de su padre. Atónita, la España juancarlista -aquí no hay monárquicos, hay juancarlistas ha sido una de las frases de la transición- el deep state español entre otros, se ve forzado a fabricar un nuevo frame que definía muy bien un reciente editorial del diario El País: no se puede confundir la Monarquía con la persona del rey emérito. ¡Glups! Hay que soltar lastre rápidamente.

Felipe VI escogió para su alocución traje azul, camisa blanca y corbata burdeos. No lo hizo detrás de una mesa, como el 3-O, sino tras un atril de color rojo con el escudo de la Casa Real. Si bien hasta ahora, al margen de los discursos navideños desde la Zarzuela, solo había realizado una intervención semejante, tras el referéndum catalán, las diferencias son importantes. No sonó el himno de España como en aquella ocasión, su actitud fue mucho menos gestual y dramática, aunque ahora los muertos se amontonan en ciudades y pueblos, no había ninguna foto a su alrededor y tan solo una planta y una especie de ánfora como escenario.

La magnífica serie The Crown, estrenada en 2016 y que versa sobre el reinado de Isabel II, recoge, de manera precisa y entre otros pasajes ilustrativos sobre el carácter de la soberana británica y su frialdad emocional, el momento de la gran insensibilidad de la monarquía inglesa tras la muerte de la princesa Diana. La lejanía respecto al afecto que le profesaba la población. Las monarquías se basan en eso: en conectar en todo momento con el pueblo. Felipe VI ha ido perdiendo aura a medida que a su reinado le iban cayendo años. Pocos aún, por cierto. Pero suficientes para muchos ciudadanos.

El 3 de octubre de 2017 perdió Catalunya, como se ha ido comprobando inexorablemente desde aquella fecha. La bola se ha ido haciendo poco a poco más grande en el resto del Estado, con una parte del Gobierno, los miembros de Podemos, cada vez más incómodos.

 Este triste 18 de marzo, otro puñado de ciudadanos se han alejado de la monarquía al esquivar su actual titular en su discurso la corrupción que se ha instalado durante décadas en la Familia Real. El tiempo, a veces, lo cura todo. Pero, me temo, este no va a ser el caso.


(*) Periodista y director de El Nacional


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