sábado, 2 de junio de 2012

Divar o la corrupción de los cretinos / Roger Senserrich

De todo lo que ha pasado en España los últimos meses, hay pocas historias más preocupantes que la de Carlos Divar. Que el Presidente del Consejo General del Poder Judicial se monte 20 viajes a Marbella con las excusas más peregrinas es grave, ciertamente. Que el tipo no dimita de inmediato cuando le cazan, avergonzado, es patético. Que sus colegas de partido lo protejan de forma descarada de cualquier crítica es para enviar medio país a hacer gárgaras.

El problema no es la corrupción en sí; cualquier país del mundo tiene cretinos. Estados Unidos envía políticos a la cárcel de forma rutinaria, al fin y al cabo; en cualquier sistema político más o menos desarrollado hay siempre alguien que hace las cosas mal. Lo que realmente me saca de mis casillas es el hecho que el tipo parezca creer sinceramente que esto de irse con siete escoltas a una reunión en Malaga y convertir el paseo en un fin de semana de cinco días en Puerto Banús pagado con dinero público es algo perfectamente natural, parte de los privilegios del cargo. El hecho de ser jefe de algo y tener acceso a la caja es motivo suficiente para utilizar ese dinero como a uno le place.

La conducta de Divar es fruto de dos problemas de fondo. Por un lado tenemos el pésimo diseño institucional del CGPJ en sí. Como explicaban en Hay Derecho hace unos días (pedazo de blog, por cierto), el Consejo se las arregla para estar a la vez muy politizado y no tener nadie que lo controle de forma creíble. Los partidos políticos escogen los vocales, y estos siguen a rajatabla la disciplina de partido. A su vez, el CGPJ promete vigilarse a si mismo, nombrando un contable que revise sus cuentas, votando qué hacer cuando alguien se porta mal y en general arreglando todos sus problemas ellos solitos, al menos en teoría. 

A la práctica, dado que los vocales una vez nombrados están fuera del alcance del parlamento y la justicia ordinaria (que por algo son el gobierno de los jueces), el CGPJ puede hacer realmente lo que le plazca siempre que la fiscalia no se moleste en abrir diligencias. Y la fiscalia, obviamente, es otra institución en teoría independiente pero a la práctica horriblemente partidista, y tendrá tendencia a proteger a los suyos.

El otro problema relevante en el caso Divar es un poco menos teórico y algo más concreto: la falta de respeto por las instituciones del propio implicado. La verdad, me hubiera molestado mucho menos que Divar hubiera sido pillado aceptando un millón de euros en sobornos, vendiendo cargos públicos o incluso recaudando fondos para un partido político. En este caso tendríamos conductas obviamente corruptas y gravísimas, pero al menos el tipo estaría realmente poniéndose las botas sacando dinero del cargo. Los viajes a Marbella, sin embargo, dan la imagen que Divas tiene una imagen más chusquera de lo que implica tener un cargo público de este nivel. El tipo es Presidente del CGPJ; pues claro que los españoles me tienen que pagar los caprichos. Soy una persona importante.

Hablando sobre el tema con unos amigos, nos acordamos de este artículo de Fisman y Miguel sobre los efectos culturales de la corrupción política. La deshonestidad en un sistema político es algo contagioso; como más gente tengas comportándose como un cretino, menor probabilidad que un cretino al azar sea “cazado”. El caso de Divar y sus viajes es indicativo de una norma cultural parecida en la administración en española en este sentido. Si todo el mundo está usando sus presupuestos para viajes como una excusa para irse de vacaciones y su presupuesto de formación para comprarse iPads (“es para ver conferencias del TED”), es perfectamente natural que el Presidente del CGPJ decida irse a Puerto Banús de juerga cada vez que encuentra una excusa decente.

Esto no quiere decir, por cierto, que “el problema de España es que está llena de españoles”, y que nuestros altos cargos tienen actitudes bananeras por el mero hecho de campar por Madrid. La corrupción es, muy a menudo, el resultado de un mal diseño institucional, y el CGPJ es un ejemplo de libro sobre este aspecto. Es un sistema que tolera la deshonestidad; como resultado, vemos conductas bananeras por parte de sus miembros. Por descontado los grandes beneficiarios de esta torpeza legislativa (el propio Divar) no van a mover un dedo para arreglarla, y defenderán con uñas y dientes la “independencia” de la institución.

Insisto: una de las reformas estructurales que España necesita de forma urgente es actualizar la propia administración pública. El franquismo sociológico de Divar (por cierto, ¿Puerto Banús? ¿se puede ser más hortera?) no es fruto del gen unicejo de los españoles, sino de la cantidad de arreglos legales y controles instituciones que son o demasiado débiles o totalmente inexistentes, herencia de un sistema legal aún con ticks autoritarios.  Queda mucho por hacer. Mucho.

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