Parece claro que el 80% del aparato directivo del Partido Popular está
con Mariano Rajoy. También que el 80% de los militantes, con José María
Aznar. Si la crisis económica se acentuara en el otoño, una parte
considerable de los dirigentes del partido se pasaría a las posiciones
del expresidente. Tal y como anunció en Antena 3, Aznar regresaría a la
primera línea política si la situación exigiera de su responsabilidad el
retorno.
Gloria Lomana, que es, antes que nada, una gran profesional del
periodismo, se apuntó el scoop del año al entrevistar a José María
Aznar. Hay un antes y un después de aquella entrevista. Mariano Rajoy,
que inicialmente desdeñó las declaraciones de Aznar, ha demostrado
cintura al reaccionar y, frente a los que le aconsejan la política de
los tres monos de Nikko -no oír nada, no ver nada, no decir nada-,
ordenó a Soraya Sáenz de Santamaría y al ministro Soria que acudieran a
la conferencia de Aznar en el Club Siglo XXI, pilotado ahora por la
mano experta de Eduardo Zaplana.
No se equivocó Rajoy. La presencia anunciada de Soraya puso veladuras en
el discurso de Aznar. Al expresidente le preocupa el “qué más da”, el
“todo vale”, la indefinición en la que se ha instalado un partido como
el suyo que disfruta de mayoría absoluta. Los votantes del PP exigen una
posición nítida en favor de la unidad de España, de la sociedad de
libre mercado, de la familia, de los principios de derecho público
cristiano, de la condena del terrorismo, del auxilio a sus víctimas.
Leopoldo Calvo-Sotelo olvidó en parte todo esto, se corrió hacia la
izquierda siguiendo el péndulo que en 1982 oscilaba hacia el socialismo,
y el centro derecha en bloque le abandonó para votar a Fraga Iribarne.
El descalabro fue descomunal y UCD pasó de 165 diputados a 12.
Aznar no quiere que se reproduzca esta situación y exige del PP respeto y
conse-cuencia con su programa electoral. Ese, y no los cabildeos de
algunos comentaristas, fue el fondo de su interesante conferencia en el
Club Siglo XXI a la que asistí para comprobar la expectación levantada.
Además de la exigencia de que se autentifique el Partido Popular, Aznar
propugnó la reducción del tamaño de las Administraciones públicas, con
el control presupuestario de todas ellas, garantizando la unidad de
mercado. Frente a la fatiga y el desencanto, el expresidente exigió
reformas de alta intensidad y el cumplimiento de lo prometido en el
programa electoral. Propugnó una reforma fiscal al servicio del
crecimiento y de los ciudadanos, y no al servicio de las
Administraciones públicas.
Y afirmó con rotundidad algo que se ha convertido en uno de los
problemas más graves que atosigan a los españoles: los partidos
políticos tienen que ser el cauce de las reformas no su dique de
contención. Los partidos políticos se han convertido en un gran negocio,
también en agencias de colocación para enchufar en las Administraciones
o en las empresas públicas a los parientes, amiguetes y paniaguados. La
regeneración democrática de los partidos políticos es hoy una exigencia
de la vida nacional.
Aunque no lo dijo expresamente, de todo lo expuesto por Aznar se deduce
la necesidad de una prudente reforma constitucional que incorpore a las
nuevas generaciones al sistema. El divorcio entre la juventud y el
régimen resulta cada día más alarmante. En todo caso, si Mariano Rajoy
se encarama en la recuperación económica, se consolidará al frente del
Partido Popular. Si se agudizara la crisis, como algunos vaticinan que
ocurrirá en otoño, -Soraya Sáenz de Santamaría fue vapuleada en la
Bilderberg- entonces el retorno de Aznar no será una quimera. Un
congreso extraordinario del partido podría devolverle al primer plano de
la política nacional. No me parece lo probable pero tampoco es
imposible, aunque a todos convendría que, suceda lo que suceda, se
restablezca la armonía en el seno del centro derecha español y se
produzca, a la vez, la recuperación del PSOE para dar continuidad a la
estabilidad política de España.
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