El comportamiento de Rajoy, el enroque numantino en el silencio, solo
roto con expresiones desconcertantes, tiene al personal maravillado.
Hasta en su partido se hacen cruces de hasta dónde quiere este hombre
prolongar el trance inevitable de su dimisión. Es inaudito que se siga
aceptando esta situación grotesca de que un presidente de gobierno se
niegue a dar explicaciones de sus actos cuando se encuentran bajo
vehemente sospecha de corrupción. De seguir así podemos encontrarnos con
que Rajoy, hipotéticamente citado por el juez, declare que ya ha dicho
todo lo que tiene que decir.
Exactamente lo que hizo ayer, cuando le preguntaron por el asunto de Bárcenas (primera pregunta). Afirmó: Sobre ese asunto ya he dicho cuanto tenía que decir.
"Ese asunto" es Bárcenas, cuyo nombre sigue sin salir de la boca del
presidente, al menos en público. Parece como si los papeles que lo
señalan como receptor de un millón y medio de euros fueran propiedad de
nadie. Pero no a la astuta forma de Ulises, sino de nadie en sentido
estricto. Bárcenas no existe. Y lo que no existe, caramba, no tiene
nombre. Eso es cierto pero, en su ingenuidad algo primitiva, él da la
vuelta a la proposición: lo que no se nombra, no existe.
Pasemos por alto este recurso algo ridículo en atención a la guerra de
nervios a que el presidente está sometido y vayamos al contenido de su
declaración. Afirma que no va a seguir hablando del "asunto" porque ya lo ha dicho todo.
Raro sería que fuera cierto, tratándose de alguien que no solo falta a
la verdad sino que lo admite. Para comprobarlo, vamos a rastrear todo lo que ha dicho hasta ahora al respecto.
Su primera y más sonada afirmación fue en 2009, al sostener bien alto que nadie podrá probar que Bárcenas y Galeote no son inocentes.
Por aquel entonces, Bárcenas existía, tenía nombre y Rajoy lo
pronunciaba, pues era su amigo y persona de confianza a quien él había
designado. No padecía aún esa amnesia selectiva. Y no solo tenía nombre.
Tenía su honradez archidemostrada, era Senador de la Nación y tesorero
del PP. Lo importante, para trincar, claro, era lo segundo. Pero su
garante era Rajoy.
¿En qué momento desapareció Bárcenas y perdió sus atributos, incluido el
nombre? Sencillo, en cuanto se hizo público y fue oficial que en el PP
llevaban años cobrando sobresueldos barcénigos en sobres, según los
papeles en poder del juez. Allí fue donde, a la pregunta de un
periodista, casi al vuelo "¿hubo sobresueldos en el PP?", Rajoy
respondió, esquivo, sin detenerse, casi a la carrera: Sí, hombre. Una expresión que no quiere decir nada, puesto que no es un "no" claro, sencillo, rotundo.
El "no" vendría un mes después, pero transmitido a través de una
pantalla de plasma, en forma de breve alocución leída en la que había
una sola referencia al "asunto". Rajoy se ponía serio y afirmaba que Nunca he recibido ni he repartido dinero negro.
Y, para demostrarlo, se declaraba dispuesto a mostrar su declaración de
la renta. Dejando al margen el hecho de que nadie, ni Rajoy
seguramente, declarará a Hacienda cualquier posible dinero negro, el
hecho es que facilitó la de un año y no correspondiente a los ejercicios
en los que se le achacaban los cobros. En todo caso, la cuestión de la
"negrura" del dinero no puede decidirla el propio interesado sino que
corresponde a los jueces en un sentido jurídico y a la ciudadanía en uno
político. O sea, seguía sin decir nada ni probar nada.
Como el escándalo arreciase y Rajoy no pudiera refugiarse tras el plasma
por verse obligado a mantener ruedas de prensa en el extranjero, a las
insistentes preguntas de los periodistas decidió dar un mentís
categórico a su modo y creyó zanjar la cuestión diciendo: Todo es falso, salvo alguna cosa.
Estas sorprendentes tonterías acabarán formando una antología de
necedades como las que a veces se hacen de los presidentes especialmente
incompetentes, por ejemplo, Bush. Pero, a nuestro efectos, el buen
hombre continuaba silente, sin explicarse.
Y cargado de razón ayer, tras haber respondido que no tenía nada que
decir a la primera pregunta de los periodistas, zanjó la segunda con un
asombroso ya tal que provocó la hilaridad de los asistentes, a carcajada limpia.
Porque, ¿puede considerarse que los dislates y absurdos que el
presidente ha ido hilando en los seis meses desde la revelación de los
papeles bercénigos sean haber dicho algo? Hasta el momento no ha dicho
nada, se ha callado, no se ha querellado con Bárcenas y ha ordenado a
sus subordinados en el partido (y casi todos ellos figurantes en la
contabilidad de los sobresueldos) que mantengan un silencio propio de omertà.
Si ya ha dicho "todo lo que tenía que decir", todo lo que tenía que
decir resulta ser nada. Rajoy no ha dicho nada en seis meses respecto a
la cuestión esencial: ¿cobró usted o no 1.500.000 de euros, se subió el
sueldo más de un 20 %, mientras pedía e imponía sacrificios y recortes a
sus paísanos y encima los engañaba insinuando que tenía problemas a fin
de mes? ¿Sí o no?
La situación es bastante mala porque, siendo evidente para todo el mundo
que Rajoy debe dimitir, no hay nadie en su partido que pueda imponer
esa dimisión y quienes en teoría podrían hacerlo, Aznar, Gallardón,
Aguirre, aparecen también salpicados en el "asunto" tanto como Rajoy,
tienen presuntos sobresueldos, malversaciones, corruptelas de todo tipo
por las que pueden ser encausados en cualquier momento y, como aquel,
carecen de crédito y autoridad moral para iniciar regeneración alguna.
La corrupción en el partido es general.
Esa corrupción debilita al gobierno del Estado en un momento decisivo,
cuando se intensifica la pretensión independentista catalana. Tengo para
mí que los dos partidos dinásticos y nacional-españoles, el PP y el
PSOE, no calibran bien el alcance y el respaldo de esa pretensión.
Piensan con categorías del pasado que podrán frenar el independentismo
valiéndose del Tribunal Constitucional y, en último término, de medidas
coactivas de otro tipo. También abrigan la esperanza de desactivar el
independentismo mediante concesiones de carácter económico; cediendo en
la cuestión del cupo, por ejemplo. Piensan, sobre todo en el PP, que así
se atraen a CiU a la causa española, al menos de momento. Lo suficiente
para salvar los trastos. Quienes vengan detrás, que arreen. Es un error
de visión de estos políticos de vuelo raso. Lo verán en los próximos
meses. Y una cuestión importante en todo esto es cuál sea la autoridad
del gobierno de Rajoy, que es un zombie, para hacer frente al mayor
desafío hasta la fecha a la planta territorial española.
(*) Catedrático de Ciencia Política
No hay comentarios:
Publicar un comentario