CARACAS.- Los activistas opositores en los barrios pobres del este de Caracas tienen un plan para poner fin al gobierno de Nicolás Maduro
sin quemar neumáticos ni bloquear calles: construir parques, reparar
caminos y convencer a sus vecinos de que el socialismo es un callejón
sin salida.
Los vecindarios más humildes de la capital venezolana casi no vieron
las barricadas humeantes y los violentos enfrentamientos que
envolvieron, durante más de un mes, varias de las zonas de clase media
de la nación sudamericana en la peor ola de disturbios de la última
década en la nación de la OPEP.
En la vasta barriada de Petare, un laberinto de laderas de casas de
bloques de ladrillo rojo y ranchos humildes que alguna vez fue un
bastión del fallecido líder socialista Hugo Chávez, los líderes locales de la oposición dicen que los "tirapiedras" están equivocados.
"No queremos guarimbas (barricadas), ni estar trancando calles. Esa
no es la forma de salir del presidente", dijo Junior Pantoja, un
concejal municipal del partido de oposición Primero Justicia en Petare.
"Aquí hemos convencido a chavistas como no tienes idea", explica. "¿Cómo? Con trabajo. Eso funciona mejor que marchar".
En Petare y otras barriadas que salpican las laderas de Caracas,
muchos ven los disturbios como una reedición de las protestas callejeras
de hace 12 años, un intento fallido de mellar la popularidad del
carismático Chávez, quien murió de cáncer el año pasado.
Petare, compuesto por cientos de barriadas que van desde grupos de
endebles estructuras de zinc hasta humildes casas un poco más
ornamentadas, ha sido un ejemplo de cómo la oposición puede usar las
políticas públicas para desafiar al Gobierno, incluso en las áreas menos
privilegiadas.
Un alcalde opositor ganó el municipio en las elecciones de 2008
aprovechando el descontento y consolidó su apoyo prestando atención a
los problemas de las comunidades pobres.
Eso representó un cambio de enfoque en la oposición tras años de
intentar sacar a Chávez del poder a través un fallido golpe de Estado,
un paro de dos meses de la industria petrolera y ataques virulentos
contra el mandatario y sus simpatizantes.
Muchos venezolanos dicen que apoyan las manifestaciones pacíficas
contra la elevada inflación y la crónica escasez de productos básicos.
Pero otros tantos aseguran que las protestas alteraron sus vidas y no
están logrando debilitar a Maduro.
Además, el bloqueo de calles y carreteras agravó la escasez de alimentos.
Como las barricadas han obligado a cerrar algunas rutas del
transporte público y desviado otras, los residentes de barrios
marginales como Petare, que ya enfrentaban largas rutas a casa, ahora
deben perder más tiempo en el tráfico.
"Para mí, la oposición está restando gente para su proyecto. Esa
trancadera de calles está perjudicando a su misma gente", dijo José
Guevara, un técnico de electrodomésticos de 44 años que vive en
Caucagüita, un vecindario de edificios desvencijados en la colina de
Petare.
Guevara dijo que a pesar de ser un partidario leal de Maduro apoya
al alcalde opositor Carlos Ocariz, porque ha trabajado por mejorar la
iluminación, la recogida de basura y las calles.
Aunque en las áreas de clase media las protestas desataron una
virulenta animosidad partidista, barrios como Petare suelen ser modelos
de convivencia en donde los vecinos tratan sus diferencias políticas
como si fueran rivalidades deportivas.
Los residentes llegaron a un colorido acuerdo para pintar la
empinada escalera que conduce a la casa de Pantoja alternando un escalón
rojo y otro amarillo, los colores del gobernante Partido Socialista
Unido y del opositor Primero Justicia.
"Yo no entiendo tanto enfrentamiento, confrontación. Yo no veo
necesario eso", dijo Pantoja, que integra un equipo de bochas de su
comunidad donde hay gente de todos los colores políticos.
"¿Tu crees que son mis enemigos por pensar diferente?", pregunta.
Petare, originalmente una hacienda colonial del siglo XVII, se llenó
de asentamientos marginales a lo largo del siglo pasado hasta
convertirse en una densa masa de calles estrechas con una población que
abarca desde la clase trabajadora a la miseria.
Mientras las zonas más prósperas tienen calles pavimentadas donde
abunda el comercio, los asentamientos más recientes son poco más que
chozas alineadas a lo largo de caminos de tierra, donde las líneas
eléctricas cuelgan precariamente de troncos.
"No estoy de acuerdo con que estén haciendo todas esas marchas en la
calle, porque, al final, ¿para qué? Si no están resolviendo nada con
eso", dijo Rosmely Florian, un ama de casa de 39 años parada en la
puerta de su vivienda en un asentamiento particularmente precario
llamado Mariscal Sucre.
La mujer dijo que la única ayuda que han recibido fue un puente que
la municipalidad está construyendo para conectarla con la comunidad
vecina al otro lado de una quebrada.
Líderes de oposición de línea dura como Leopoldo López, que fue
encarcelado el mes pasado por encabezar las manifestaciones, dicen que
las protestas callejeras son la única opción, puesto que las
instituciones del Estado están tan degradadas que es imposible un cambio
democrático.
Los partidarios de Maduro sostienen, por su parte, que la oposición
pretende desestabilizar su gobierno a través de prolongadas alteraciones
de orden público que dañan espacios públicos y ponen vidas en peligro.
Las manifestaciones se calentaron a mediados de febrero, después que
tres personas murieran a causa de disparos tras una marcha de oposición
en Caracas.
Desde entonces, las concentraciones han sido una combinación de
marchas pacíficas y choques violentos entre policías y grupos de jóvenes
encapuchados que les lanzan cócteles molotov, cierran calles y queman
basura.
La policía antidisturbios responde usando gases lacrimógenos, algo
que el Gobierno describió como una acción moderada pero la oposición
denunció como brutal represión, citando innumerables videos grabados con
celulares que muestran a los manifestantes siendo golpeados o
maltratados por las fuerzas de seguridad.
Las protestas realizadas todas las tardes en una plaza del elegante
barrio de Altamira parecen haber perdido fuerza después de que la
Guardia Nacional tomara el fin de semana el control de las
inmediaciones.
Las nubes de gas lacrimógeno dejaron paso a protestas pacíficas y hasta una "performance" artística.
Pero muchos continúan viéndolo como una distracción a los problemas
como la escasez de alimentos básicos como harina de maíz, aceite y
leche, que los activistas opositores consideran la mayor amenaza al
socialismo.
"Los abastos no tienen nada, la comida no se consigue, la gente se
la pasa metida en colas", dijo Ana Castro, una empleada municipal de 33
años en Caucagüita. "¿Para qué tantas protestas si la gente se está
convenciendo de que este sistema no funciona?".
"No estoy de acuerdo que con estas acciones violentas destruyamos lo poco bueno que nos queda", concluyó.
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