JOHANNESBURGO.- La democracia sudafricana, que tuvo como gran artífice al fallecido
expresidente Nelson Mandela, cumple mañana veinte años de un mayor
bienestar que muchos países en África, pero lejos de haber resuelto
problemas acuciantes para la mayoría de unos ciudadanos que desconfían
de sus dirigentes.
La efeméride se celebrará este domingo, en el
llamado "Día de la Libertad", con un acto de Estado en la sede del
Gobierno en Pretoria, y con conciertos, servicios religiosos y todo tipo
de eventos en toda Sudáfrica.
Un 27 de abril pero de 1994, los
ciudadanos no blancos votaron por primera vez con plenos derechos en
unas elecciones multirraciales que convirtieron a Mandela, líder del
Congreso Nacional Africano (CNA), en el primer presidente negro del
país.
Desde aquel histórico día, el país ha seguido sin
sobresaltos la senda democrática y se ha convertido en la primera
economía del continente, tras el desmantelamiento del régimen de
segregación racial del "apartheid", impuesto por la minoría blanca hasta
1994.
Sin embargo, la gestión de los líderes sudafricanos que
sucedieron a Mandela, que gobernó de 1994 a 1999, ha hecho crecer en los
ciudadanos el escepticismo y el malestar ante una clase política
acechada por escándalos de corrupción y acusaciones de ineptitud.
"Tenemos
una Constitución perfecta, pero no los medios para aplicarla", dice la analista de negocios y activista lesbiana Mantedieng Mamabolo,
que se refiere a uno de los aspectos más alabados de la Carta Magna
sudafricana: los derechos que otorga a las minorías sexuales.
"Nuestros
derechos no se respetan en muchos sectores de la sociedad", explica
Mamabolo, de 26 años, quien lamenta la incapacidad del Estado de
proteger a los homosexuales que viven entre las capas más desfavorecidas
del país.
"El Gobierno no hace nada por crear empleo y no
tenemos salidas para prosperar", cuenta el joven parado Sipho
Mthembu frente a su chabola del asentamiento de Kliptown (Soweto,
Johannesburgo).
El desempleado Mthembu comprende "las
dificultades de revertir en veinte años" siglos de discriminación contra
la mayoría negra del país, pero no ve en el gubernamental CNA -en el
poder desde 1994- "un plan" para emancipar a los pobres y reducir la
brecha social.
Además de esta falta de estrategia, Mthembu
denuncia casos "vergonzosos" de abuso de poder como el de la reforma de
la residencia privada del presidente del país, Jacob Zuma, en la que se
gastó más de 15 millones de euros y que llevó a la defensora del pueblo,
Thuli Madonsela, a pedir al mandatario devolver el dinero.
"Fue
un ejemplo muy importante de integridad para la salud del sistema",
comenta el empresario hostelero Dirck Pont sobre el informe que
emitió hace meses Madonsela acerca del abultado gasto.
Sin
embargo, Pont no cree que ese caso vaya a influir en la tradicionalmente
amplia mayoría del CNA en las elecciones generales del próximo 7 de
mayo.
"La mayoría del país carece de educación", apunta el
empresario, de origen holandés, sobre el que muchos analistas coinciden
en señalar como uno de los grandes retos de Sudáfrica.
Buena
conocedora de ese problema es Lindiwe Zulu, profesora en el instituto
público de educación secundaria Eqinisweni, junto al populoso
asentamiento de Ivory Park, situado entre Pretoria y Johannesburgo.
Zulu
destaca los muchos "avances" logrados desde 1994, pero también la
desmotivación de los profesores por el exceso de alumnos, especialmente
en las zonas rurales, y las carencias del sistema público en los
estudios matemáticos y científicos.
Como Zulu, el director del
instituto, Jabu Kunene, llegó al centro y a Ivory Park el año de las
primeras elecciones democráticas y, desde entonces, recuerda con orgullo
que "se han construido carreteras, casas...".
"Esta escuela
funciona (...). El que quiere estudiar estudia, el que no, es porque no
quiere", asegura Kunene, quien destaca que el centro ofrece a
todos los alumnos comida y toda su educación es gratis, algo que no
ocurría durante el "apartheid".
Preguntado sobre el sistema, el
director se muestra frustrado por la falta de educación profesional, que
permita formar trabajadores cualificados y cambiar un mercado laboral
desequilibrado que sigue apostando masivamente por la mano de obra negra
y barata.
La decepción también embarga a Pont, que llegó a
Sudáfrica en 1976, para abandonar el país en 1986 por el clima de guerra
civil y regresar en 1994 para las primeras elecciones libres, con la
esperanza de volver a un "país normal".
"Hoy no lo es en
absoluto. Aquí no hay mantenimiento, que es lo más importante en
cualquier país. (El Gobierno) sólo arregla las cosas cuando se rompen",
lamenta Pont.
Esas carencias no las sufren únicamente en forma de
baches en las carreteras o cortes de electricidad empresarios como
Pont, sino también poblados chabolistas de todo el país, que han vivido
este año violentas protestas por los deficientes servicios públicos.
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