La reciente dimisión de ese niño repelente y protagonista que
se llama Alberto Ruiz Gallardón, como ministro de Justicia, es sólo un
paréntesis en su carrera política. Porque Gallardón, hijo de un
importante miembro de Alianza Popular, José María Ruiz Gallardón, que se
ganó a pulso su hueco en la dirección cuando saltó el escándalo Naseiro
en tiempos de José María Aznar y supo darle carpetazo, quizá por sus
conocimientos de ex-fiscal. Un feo asunto que puso en jaque el primer
gobierno de Aznar. El joven Alberto lo salvó.
Después
pasó por la Comunidad de Madrid y por la alcaldía de la capital, donde
despilfarró con proyectos faraónicos, se llevó a Cibeles la sede, con
mayordomo incluido... Han sido muchas y muy sonadas las salidas que este
rival de Esperanza Aguirre, siempre haciéndose el rojillo dentro del
pepé. Incluso quien le sigue de cerca vislumbra cierto complejo por no
estar en un partido de la izquierda, de la que ha lamentado en muchas
ocasiones que no le entiendan.
La
retirada de la reforma de la Ley del Aborto donde se quemó a lo bonzo
con un proyecto que a pocos gustaban, ha sido la justificación de su
salida, de su dimisión. Pero desde hacía años que no encajaba. No se
hablaba con el Fiscal General, se llevaba mal incluso con sus
subordinados. Porque lo que de verdad pretendía era llegar a la
presidencia del gobierno. Y como ha visto que el propio Partido Popular
va a la deriva, pues abandona el barco, como las ratas. Esa imagen de
dignidad dimitiendo ante las cámaras es falso. Quien lo conoce, quien lo
conoce bien, destacan su inmensa ambición política. Se va porque le
conviene no hundirse con el PP. A Gallardón lo que le gustaría es ser el
Pablo Iglesias de Podemos.
(*) Periodista y editor de www.muyconfidencial.com
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