El inevitable obispo soltó ayer una
bomba pastoral. Indignado por la claudicación del gobierno en el
aborto, lanzó una tremebunda marianítica, llamando "desleal",
"insensato" y falto de "rigor intelectual" al presidente del gobierno.
Como suena; lo comentaré más abajo. Utiliza el prelado una terminología
casi apocalíptica, curiosa mezcla de retórica bíblica ("diabólica
síntesis", "estructuras de pecado", "excomunión") y lenguaje ilustrado y
tecnocrático ("feminismo radical", "imperialismo transnacional
neocapitalista" (sic), el "lobby LGTBQ"), en un batiburrillo confuso que
muestra tanto desconocimiento sobre la edad contemporánea como
prepotencia en la imposición general de un dogma religioso tan opinable,
problemático e incierto como cualquier otro, el musulmán o el judaico,
por ejemplo.
Lo
que delata el exabrupto obispal, en realidad, es una indignación mucho
más profunda. Muy alarmado, monseñor llama ya a la acción política para
imponer la doctrina social de la iglesia. Incluso lleva su audacia a
proponer por enésima vez la posibilidad de regenerar los partidos
políticos mayoritarios, aunque hasta ahora estos intentos han sido
siempre improductivos. Es un lenguaje altanero. Invocar la regeneración
de los partidos no por la corrupción, la falta de representatividad,
sus estructuras no democráticas, sino porque ha habido un choque de
carácter dogmático revela soberbia eclesiástica hasta en España, país
sumiso a los desvaríos de la religión, y ha irritado a los políticos.
Pedro Sánchez, convertido en una especie de cañón giratorio con encargo
de disparar a todo lo que se mueva, respondía horas más tarde con una
carta abierta de la que también diremos algo. Pero ese sobresalto de los
políticos, yerra el punto central de la indignación clerical, que está
oculto en la combativa epístola obispal.
Ciertamente,
el aborto es cosa de la que la iglesia ha hecho causa mayor, cosa de
principios irreductibles, valores, fundamentos. Pero, en el fondo, la
trinchera es una avanzadilla de un frente más profundo en que hay dos
elementos decisivos: la perpetuación de la supeditación de la mujer
negándole un derecho esencial a su vida, y el núcleo de la teología
política católica basada en la teoría de las dos espadas del Papa
Gelasio. Las dos espadas, forjadas por Dios, son autónomas. En uso de
esa autonomía, el gobierno comunicó a la jerarquía la retirada de la
ley contra el aborto antes que al pais y al parlamento. Quizá antes
que al ministro de Justicia.
Ya
solo este hecho obliga a cualquiera con alguna conciencia cívica a
preguntarse quién gobierna en España, si el poder civil o la iglesia. Es
obvio que los proyectos legislativos más ideológicos de este gobierno,
la reforma del aborto y la de la educación, vinieron dictados por los
curas. Lógico, creen los gobernantes, acudir a ellos a comunicarles
antes que a nadie las dificultades para realizarlas. Sí, cierto, piensa
el obispo; pero no es bastante. La teoría de las dos espadas afirma la
superioridad de la espiritual sobre la terrenal; esta es autónoma
excepto en aquellos casos que afectan a cuestiones espìrituales,
privativas de la iglesia. En ese caso el poder espiritual prevalece
sobre el temporal. ¡Justo lo que no ha pasado! El gobierno, aleve, ruin,
cobarde, traidor, ha faltado a su obligación. La segunda espada se ha
alzado sacrílegamente contra la primera. Procede la excomunión, gruñe el
obispo y no cualquiera sino latae sententiae, en el momento del pecado/delito, porque el aborto es, sobre todo, un pecado.
Esa
es la razón de la furia obispal, expresada con muchas protestas de
respeto a las autoridades, pero tanto más enconada cuanto no puede
hacerse pública: si cedéis en el aborto, acabaréis practicando el
regalismo, el laicismo, el relativismo, relajando el control sobre esas
enemigas del cuerpo místico que son las mujeres y hasta aceptando que la
iglesia deje de financiarse con cargo al erario público y la sostengan
los fieles. Y eso ya son palabras mayores.
Así que el obispo entra a saco. Rajoy, el desleal, ha inclumplido su promesa electoral
en relación con el aborto. O no se ha enterado de que el hombre lleva
tres años incumpliendo sus promesas electorales, lo que sería grave, o
eso le importa una higa, lo que sería peor viendo los parados, los
jóvenes, la violencia de género, los desahucios, la pobreza infantil. Da
igual. Rajoy es un "insensato" y carece de "rigor intelectual". Esto
último es obvio; basta con oírlo hablar. Pero quizá el obispo debiera
vigilar el suyo. Al igual que Ruiz-Gallardón, por darse aires de
enterados en las líneas actuales de pensamiento social, político,
filosófico, utilizan conceptos que no entienden o que instrumentalizan
de forma lamentable, ridículo. No es exagerado decir que el párrafo
siguiente muestra la necesidad de que el prelado se informe algo más
porque, en verdad, es que no tiene ni idea de lo que dice, o vaya al
psiquiatra: el Partido Popular es liberal, informado ideológicamente
por el feminismo radical y la ideología de género, e “infectado” como el
resto de los partidos políticos y sindicatos mayoritarios, por el lobby
LGBTQ; siervos todos, a su vez, de instituciones internacionales
(públicas y privadas) para la promoción de la llamada “gobernanza
global” al servicio del imperialismo transnacional neocapitalista.
Substitúyase el lobby LGBTQ por los protocolos de los sabios de Sión, el
Partido Popular por el Liberalismo, el feminismo radical y la ideología
de género por la masonería y el judaísmo internacional, la gobernanza
global por la tiranía de Satanás y el imperialismo transnacional
neocapitalista por el Anticristo y el discurso es el de siempre.
Pedro Sánchez se ha sentido obligado a pergeñar una carta abierta
que ha publicado en Twitter, con buena intención, pero con falta de
enjundia. Una carta de protesta, sí, pero también sumisa, redactada en
esos términos conciliatorios que luego impulsan al PSOE cuando tiene el
poder a confraternizar con la iglesia, no en todos los aspectos, pero sí
en algunos cruciales en los que el socialismo, típico producto del
enteco nacionalismo español de raíz liberal, se pliega a las exigencias
del nacionalcatolicismo, verdadera maldición de los españoles. La carta
contiene protesta, pero rezuma respeto. El PSOE ha pedido a la jerarquía
que releve al obispo de Alcalá, seguramente en la creencia de que su
sustituto sea menos brutal. Pero no es esta la actitud que un partido
heredero de la ilustración europea (ya que la española ha dejado escasa
herencia) deba adoptar ante un episodio de esta naturaleza en el que se
juega un asunto fundamental para la sociedad española y su convivencia,
de la que habla Sánchez, pero sin referirse a nada específico.
Y
lo específico está al alcance de todos: acometer de una vez por todas
la separación de la iglesia y el Estado en España; denunciar los
Acuerdos con la Santa Sede de 1979 y el Concordato de 1953; suprimir el
presupuesto de culto y clero y hacer que la iglesia se financie por sus
propios medios y cumpla sus obligaciones fiscales como todos los
ciudadanos. Solo así conseguirá alguna autoridad moral para hablar de
las cosas del común. En caso contrario, el que se da ahora mismo, la
iglesia actúa con evidente falta de legitimidad y de autoridad, puesto
que arremete contra las decisiones de un Estado del que vive. Y, por
cierto, opíparamente.
De
eso, en la carta de Pedro Sánchez no hay ni palabra. El obispo
montaraz, al oír que se le critica tan respetuosa como sumisamente
pensará en recia tradición española: ahí me las den todas.
(*) Catedrático de Ciencia Política de la UNED
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