Cuando en julio de 2012 el eurodiputado británico Nigel Farage, líder
del Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), euroescéptico,
definió a Rajoy como el lider más incompetente de toda Europa resultó profético. Pero se quedó corto, o quizá empleó el conocido understatement
inglés. De Europa y quizá del mundo entero. Dos años después de tan
atinado juicio y casi tres ya de mandato del presidente, las pruebas de
que merece de sobra la caracterización son abrumadoras. Y, por
descontado, contradicen el altísimo concepto que el interesado tiene de
sí mismo. Suele repetir como un sonsonete cuando habla en público, lo
cual no es frecuente, que España es una gran nación. A su juicio
es un enunciado de hecho, tan evidente, que basta con mencionarlo para
que todo el mundo lo reconozca y actúe en consecuencia. Sin embargo no
está nada claro. No se sabe qué entienda Rajoy en concreto por una gran nación, de qué criterios, datos, indicadores e índices se vale para identificarla y distinguirla de una pequeña o mediana nación.
Es más, sospecho que tampoco tiene claro qué sea España además de una
unidad de destino en lo universal, como dijo José Antonio Primo de
Rivera, quizá inspirándose en el socialdemócrata Otto Bauer. Tanteemos
ambas cuestiones.
Una
gran nación no da el espectáculo mundial que dio ayer la ministra Mato
en una rueda de prensa improvisada a toda pastilla para atajar el
peligro de un pánico mundial a cuenta del ébola. El acto no fue sino la
guinda de un increíble pastel de chapuzas en el manejo de una historia
de todos conocida. Desde que el PP se instaló en el poder impuso dos
criterios para la gestión de la sanidad pública española, hasta entonces
una de las mejores del mundo, hoy en el lamentable estado que puede
verse: a) disminuir gastos, costes, recortar prestaciones, reducir
personal, eliminar servicios, instalaciones, encarecer y restringir el
acceso al servicio público de salud so pretexto de la crisis económica
que azota al país; b) desmantelar el sistema público en manos de sus
comunidades autónomas privatizándolo por razones político-ideológicas so
pretexto de una mayor rentabilidad falsa con el fin de enriquecer a
los gobernantes y a los amigos, enchufados y parientes de los
gobernantes. Es decir, las decisiones del gobierno para gestionar la
sanidad pública han sido económicas, política e ideológicas. No
sanitarias. La repatriación de los dos curas fue una decisión política
que, al mezclarse con el desastroso estado en que dos años de recortes,
incompetencia y expolio han dejado al sistema nacional dieron como
resultado una alarma no solo nacional sino europea y mundial. Por eso se
vio obligada la indescriptible ministra Mato a convocar una rueda de
prensa con la que consiguió una vez más dejar clara su incompetencia y
su denodada voluntad política de seguir destrozando la sanidad pública,
así como el caos que reina en esta en especial en los servicios
especializados en el tratamiento de este tipo de casos. En verdad Nigel
Farage se quedó corto. Rajoy es el líder más incompetente de toda
Europa, al frente de un gobierno cuyos ministros no le van en zaga en
tan gloriosa condición.
Y
presuntamente corrupto, cosa que tampoco encaja con concepto alguno de
gran nación. El caso Gürtel, la corrupción extendida como una red
mafiosa desde hace años entre las instituciones, los partidos y los
delincuentes más o menos empresariales, afecta de lleno al partido del
gobierno y salpica por todas partes a su presidente. En ninguna nación,
no digo ya grande, tampoco pequeña o mediana, si es civilizada, se
aceptaría que una persona en la situación de Rajoy, acusado de haberse
lucrado con fondos ilegales, fuera presidente del gobierno. La Gürtel es
un caso específico, al que se suman otros no menos pintorescos, como el
de Matas, Fabra, Urdangarin, etc. España vive en estado de corrupción
permanente. El expolio de Caja Madrid presidido por Blesa carece de
parangón: ochenta y tantos individuos, sin más méritos que ser
enchufados de partidos o políticos, trincando más de quince millones de euros
en comilonas y gastos suntuarios pagados en negro, negrísimo. Un puñado
de refinados granujas de la confianza de otro mangante encumbrado por
el primer presidente del gobierno del PP, otro pájaro sin escrúpulos a
la hora de forrarse como sea. ¿Puede ser grande una nación cuya cuarta
entidad financiera es esquilmada por una partida de sinvergüenzas
durante años y años? Y ese latrocinio quizá no sea sino el resultado de
comprar el silencio de sus beneficiarios frente a otro latrocinio aun
mayor, el de los miles de millones de euros de coste del rescate/estafa. ¿Es
una gran nación aquella que expolia a sus ciudadanos y entrega después
el producto del expolio a los bancos que, a su vez, desahucian a los
expoliados?
Lo de la gran nación
ya se ve en qué queda. Pura palabrería, mera fanfarronada hispana de un
gobierno incompetente que vende la idea de una Marca España con
espíritu comercializador o de mercadeo pero no puede evitar que esta
represente incompetencia, corrupción, fracaso y chapuza. España aparece
aquí como una empresa administrada por un Estado. A su vez la ideología
neoliberal dominante considera tal Estado otra empresa. Se trata de
España como Estado y empresa. Justo donde Rajoy muestra de nuevo su
fabulosa incompetencia a la hora de enfrentarse a la cuestión catalana
que, en buena medida, se ha avivado merced a la torpe, inepta e
impositiva política del PP cuando estaba en la oposición y que luego en
el gobierno ha convertido en línea maestra de sus decisiones sobre
Cataluña. La gran nación es tan grande que no deja sitio a
ninguna otra en España. Y defiende su unicidad mediante el Estado.
España como Estado es el arma de que se vale Rajoy para hacer frente al
secesionismo catalán. La única arma. El Estado, todo el peso de la ley,
la legalidad y nada más. El Estado propio de una gran nación
habrá de ser un Estado de derecho y por eso Rajoy esgrime la ley y la
Constitución frente al nacionalismo catalán. Que esa ley y esa
Constitución carezcan de legitimidad a los ojos de este y que mucho más
carezca de ella el uso que de ambas hace Rajoy, instrumentalizándolas
para sus fines partidistas, no es algo que preocupe a los gobernantes
españoles. No ven estos que un conflicto tan desproporcionado entre
España y Cataluña no puede tener buena prensa extranjera para los
intereses españoles y, sobre todo, no calibran la trascendencia política
que sus miopes decisiones puedan tener en Cataluña, en España, en
Europa, en el mundo. La vicepresidenta del gobierno amenazó el otro día
expresamente al presidente Mas advirtiendo que la Fiscalía estaría muy
pendiente de sus actos. Al margen del juicio que esta amenaza merezca,
imaginemos que la Fiscalía decide en algún momento proceder penalmente
contra Mas. ¿Qué hará el gobierno? ¿Meterlo en la cárcel?
Y si la gran nación solo puede vender incompetencia y su Estado solo puede amenazar pero poco más, ¿de qué está hablándose aquí?
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED
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