No
hace mucho, Pablo Iglesias aseguraba a sus enfervorizados seguidores en
Cataluña que nadie lo vería abrazarse con Artur Mas,
despreciable epígono de la casta. Por entonces venía de tomar café con
pastas en una reunión secreta con José Bono y Rodríguez Zapatero, no
menos despreciables miembros de la no menos despreciable
casta. Dirigentes del PSOE, que, como todo el mundo sabe, es igual al PP
que, como todo el mundo sabe es igual a CiU.
Todos iguales en la
amalgama de la casta, gente que teme al pueblo, que no da la
cara, que se esconde en reuniones y conciliábulos secretos. A él,
Iglesias, nunca se lo vería en una de estas porque todo lo hace al
descubierto, a la vista de la gente, coram populo, ante todos los
compañeros y compañeras, las bases, las asambleas, a quienes se informa
de todo y toman las decisiones en público.
Porque decía en una entrevista en 20 Minutos Nosotros no somos de cosas secretas. Eso queda para la gentuza de la casta, para la castuza.
Y
hoy se entera la gente de que este puro adalid de la publicidad se
reunió en secreto con Zapatero y Bono hace unos meses. Y se entera
porque lo revela la periodista Esther Palomera en el Huftington Post, no porque ninguno de los dos asistentes, Iglesias y Errejón, lo revelara. Estos, que no son de cosas secretas, estaban callados como muertos. Alguien se ha ido de la lengua. ¿Quién?
Averígüelo
Vargas o el que esté interesado en este tipo de cotilleos, que hay
muchos, porque la política española consiste básicamente en esto, en
cotilleos.
Descubierto
el secreto conciliábulo, los que intentaron ocultarlo dicen ahora que
es la cosa más normal del mundo, que no tiene nada de malo. Entonces,
¿por qué lo han ocultado? Pues por eso, porque carece de importancia
pública que cuatro personas se reúnan privadamente, a hablar de teoría
política, de literatura y quizá de los manuscritos del Mar Muerto,
explicaciones que amontonan innecesariamente porque están convencidos de
que la gente es idiota y se le puede contar lo que sea.
Sin embargo,
estas personas no son personas privadas cualesquiera sino los
principales dirigentes y exdirigentes de importantes formaciones
políticas que, cuando aparecen en público es, justamente, para
insultarse. ¿Cómo no va a tener interés general una reunión secreta
entre quienes dicen a los demás lo que tienen que hacer, pensar, votar y
que, en público, entre sí, se atacan?
La
reunión tenía que ser secreta y, al parecer a ello se comprometieron
los asistentes, cumpliendo, sin duda por ignorancia, el famoso dicho
kantiano de que "todo aquello que, afectando a terceros, no puede
hacerse público, es malo".
Claro
que hay grados y grados de maldad. En el caso de los dos socialistas es
explicable. Bono, un seudosocialista nacionalcatólico cree que la
política es esto, pura intriga, maniobra, conciliábulo y mentira
institucionalizada. Zapatero, algo mejor persona, pero bastante
limitado, hace cualquier cosa con tal de estar en la pomada. Que ninguno
de los dos dijera nada a Pedro Sánchez quien, por supuesto, debería
estar enterado de que miembros de su partido hablan a escondidas de él
con gente que va por las corralas poniéndolo de chupa de dómine,
demuestra de qué estofa moral está hecha la alta militancia en el PSOE y
qué grado de compañerismo hay en él. Vamos, que Palinuro -cuya simpatía
por Sánchez es nula- le manda un abrazo y le compadece por los felones
que tiene que soportar en su partido pues, anticuado como es, piensa que
los hombres, antes que socialistas, católicos o de Podemos deben ser
nobles.
¿Y
los otros dos? Los del asamblearismo, puertas abiertas, transparencia,
los legatarios de los bolcheviques en la paz de Brest-Litovsk, cuando
Trotsky anunció a un mundo perplejo que los revolucionarios renunciaban a
las cláusulas secretas en la diplomacia porque el pueblo tiene derecho a
saber siempre qué hacen sus gobernantes. Los herederos del 15M que sí
representan a la gente, le dicen lo que piensan y hacen y toman las
decisiones de abajo arriba. ¿Qué hacían esos dos?
Engañar,
mentir, defraudar como bellacos. Por eso no querían que la reunión se
conociera. Porque era una reunión con dos de los más destacados miembros
de la casta, uno de los cuales nada menos que el artífice de la reforma
del artículo 135 de la CE a espaldas del pueblo. Del otro, el siervo
devoto de sor Maravillas ni merece la pena hablar.
Palinuro
se ha sentido tan estafado y burlado por estos farsantes como, supongo,
el resto del personal. Y eso que nunca se tragó el rollo del empoderamiento
que los de Podemos van soltando por ahí para engatusar a la gente del
común y hacerle creer que pinta algo cuando no pinta nada porque, bien
se ve, el juego de estos nuevos predicadores es el mismo que el de la
casta, concepto que, como todos los que manejan está copiado,
literalmente plagiado, de elaboraciones ajenas.
En
los últimos días venía lloviendo sobre mojado. En Sevilla, Iglesias
vilipendió y zahirió a Pedro Sánchez, mientras callaba sobre el desastre
del gobierno de la derecha; insultó a la izquierda llamándonos
"trileros"; y difamó a la presidenta de Andalucía sin que, hasta la
fecha, haya probado las acusaciones ni se haya disculpado. Todo con la
arrogancia y la prepotencia de los jayanes del PP.
Sabiendo con quién se reúne en secreto a hablar de "teoría política", la verdad, no es extraño.
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