Acababa de afirmar el señor Rajoy en la
televisión que él o sus colaboradores inmediatos no sabían nada de una
caja B en el PP. Año y medio antes, en sede parlamentaria no dijo
desconocerla sino que negó su existencia misma. Entre tanto, después de
minuciosas indagaciones, el juez, la fiscalía y la abogacía del Estado
la dan por cierta. El presidente ya no se atreve a negarla. Admite que
puede haber existido, pero era de propiedad y exclusivo conocimiento del
señor Bárcenas, como su nombre indica. Él y sus colaboradores no sabían
nada ni habían visto nada.
Los
españoles somos un pueblo místico. Absortos en la contemplación de lo
más alto, no vemos la realidad inmediata. Es el misticismo de Mato, la
Infanta, Aguirre, Rajoy, el partido en pleno que no solamente no es una
asociación de malhechores, como sostiene la Antiespaña, sino que es una
orden de guerreros y monjes.
Negada,
refutada la caja B, aparecen ahora 78 caballeros, tarjeta B en ristre, a
las órdenes del señor Blesa, prior de la cofradía de la Santa B, hasta
su relevo en 2008 por el señor Rato a quien se propone elevar a la
condición de señor Bato. Ambos habían sido nombrados en su día por el
señor Aznar, gran maestre de la orden. A Blesa lo hizo presidente de
Caja Madrid en 1996 y a Rato o Bato, ministro de Economía y Hacienda,
puesto que le sirvió para pasar al Fondo Monetario Internacional y, de
ahí, a la presidencia de Caja Madrid.
Qué
relaciones tuvieran Aznar y Blesa es algo que acabará saliendo en el
proceso y los indicios tienen mala pinta. Por lo demás, Blesa y Rato,
ayudados por casi todos los 78 directivos (hubo algunos que no usaron
las tarjetas B) se dedicaron al parecer a saquear sistemáticamente la
cuarta entidad de crédito del país hasta llevarla a la quiebra con una
presunta estafa a cientos de miles de impositores en forma de preferentes.
Luego fue preciso rescatar la entidad con dineros públicos y en ese
pozo negro se insuflaron decenas de miles de millones de dinero público.
Una historia de hampones de cuello blanco.
Este
órgano de dirección y, es de suponer, control de la Caja tenía condigna
representación de todos los estamentos políticamente relevantes:
partidos políticos (gobierno y oposición), sindicatos, patronal y
diversas administraciones públicas. Gentes de alta consideración social:
conocidos empresarios, profesores de Universidad, dirigentes diversos,
periodistas, economistas, abogados. Muchos de los cuales predicaban a la
sociedad las virtudes morales del ahorro, el sacrificio y el esfuerzo
mientras tiraban de tarjetas B, fraudulentas, para pagarse excursiones a
la Transilvania o cacerías en Swazilandia.
"Hay que trabajar más y
ganar menos", decía el consejero de la Caja Díaz Ferrán, quien lleva una
temporada descansando en la cárcel de Soto del Real de lo mucho que
trabajó zampándose lo que compraba con la tarjeta B. El señor Recarte,
también imputado, cantaba las excelencias de libre mercado mientras
ordeñaba su tarjeta B por 139.000 euros para pagar clubs deportivos,
entre otras actividades de esfuerzo.
El
hecho de tener a todas las fuerzas vivas representadas e interesadas
garantizó dos cosas: 1ª) los gastos de estas gentes son tan típicos y
pintorescos que van a suministrar mucho material para la creación
literaria; 2ª) se mantendría el secreto de las prácticas. En efecto:
nadie vio nada en catorce años. Nadie supo nada. A nadie le extrañó
nada. ¡Oh misticismo del pueblo español!
El
señor Aznar nombró a Blesa, pero no supo nunca lo que hacía. Llegaron
los socialistas, tampoco se enteraron de nada y, en mitad de su mandato,
tras un revelador forcejeo político entre las administraciones de
Madrid, con cruce de palabras fuertes, se produce el relevo de Blesa por
Rato, lo que equivale ya a la explosión definitiva de la entidad.
Huele
a chamusquina. A más que chamusquina. Y, sin embargo, puede que ese no
saber nada de los implicados no sea disparatado. Ignoro los
conocimientos del señor Blesa para dirigir algo tan complejo como Caja
Madrid, aunque brillantes no deben de ser, pero ¿qué decir del señor
Rato, quien ha confesado al juez que no sabe contabilidad y que ignora
la Ley de Cajas, a pesar de haber sido presidente de una de ellas? O
sea, la Caja no solo se hundió por el latrocinio sistemático de sus
directivos sino también por su absoluta incompetencia. No sabían lo que
hacían. Eso no los exime de responsabilidad, pero da una idea de las
manos en las que está el país.
Porque
la responsabilidad por nombrar a un incompetente recae también sobre el
nombrador. Aznar nombró ministro de Economía y Hacienda a uno que no
sabe gran cosa de la materia y al señor Blesa presidente de Caja Madrid
porque fue compañero suyo de pupitre en el colegio.
La
historia mete miedo pero se resume así: la corrupción del país llega al
extremo de que un órgano en el que están representadas todas las
fuerzas políticas institucionales interesadas, se dedica a saquear la
cuarta entidad de crédito del país (y, por extensión, todas las cajas),
incluso mediante prácticas presuntamente delictivas hasta que, a causa
de eso y de su fabulosa incompetencia, el sistema se hunde con un
perjuicio enorme para la población pero sin que los responsables
políticos de esta catástrofe asuman un ápice de responsabilidad. Ahí
está el señor Rajoy, responsable del nombramiento de su compañero de
gabinete, Rato, pero al que hoy niega haber conocido jamás. Ahí también
el señor Aznar, responsable de los nombramientos de estos dos presuntos
sinvergüenzas, impartiendo lecciones de recto y honrado proceder.
España es un país en B
España es un país en B
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED
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