Destitución fulminante. Sorpresa
general. Reacciones en cadena. Contrarreacciones. Cruces de acusaciones y
palabras subidas de tono. Algunas tan subidas que se gritaron ante la
sede del PSOE en Ferraz en una manifestación espontánea de medio
centenar de socialistas gomecistas, muy enfadados con la dirección federal.
Respetando
las distancias y las diferencias, algo parecido al guirigay montado en
IU de Madrid hace unos días. Podemos, que sigue haciendo destrozos en
las aguas estancadas de los partidos de la izquierda, se configura más
como imperativo del verbo podar que como presente de indicativo de
poder. Según se dice, la derecha se frota las manos. Pero será de frío
porque, al menos en Madrid, se encuentra en situación de similar
desconcierto, sin candidatos a las municipales y autonómicas de mayo. En
este momento, ningún partido tiene candidato a la Comunidad Autónoma
salvo, precisamente, el PSOE. Sorprendente. Pero, cierto, el espectáculo
están dándolo las izquierdas.
Los
problemas de los partidos tienen componentes externos que todo el mundo
puede valorar, como los procedimientos judiciales o los procesos
electorales, y otros internos, de información reservada a los militantes
y dirigentes, sobre todo dirigentes, que, muchas veces, solo disponen
de parte de ella y no muy sana. Es decir que, cuando estalla uno de
estos problemas es muy difícil que la ciudadanía pueda hacerse una idea
de lo que está pasando, de quién tiene razón y quién no. Las acusaciones
mutuas lo embarullan todo.
Y así resulta que, no ya la gente, sino
muchos militantes no saben por qué lado inclinarse. Una prueba es ese
manifiesto del grupo Socialismo Democrático, de Alberto Sotillos,
titulado Comunicado sobre la situación del PSM
del que lo único que se saca en claro es que los autores no tienen nada
claro qué está pasando en su partido y no saben por quién pronunciarse.
Por eso se lamentan de la situación y proponen unas medidas
exquisitamente democráticas pero que, supongo, no hay tiempo ya de
articular antes de las elecciones. Y a las elecciones tiene ese partido
que presentarse.
Quizá
la dirección pudo haber hecho las cosas de modo más versallesco. Es de
suponer que su decisión será legal desde el punto de vista de sus
estatutos. Pero a lo mejor era recomendable guardar más ciertas
formalidades, reunir algún órgano colegiado y tomar una decisión con un
debate. Esto quizá le hubiera dado más apoyo. Pero tampoco el afectado
se ha andado por las ramas. Ha convocado una rueda de prensa y ha
cargado contra Sánchez, proclamándose desobediente, rebelde y amenazando
con ir a los tribunales en defensa no de su honor, que da por supuesto,
sin o de su cargo. A su lado estaba Carmona, candidato a alcalde
de Madrid, quien reiteró que ponía la mano al fuego por Gómez, gesto
noble, pero no muy hábil.
La línea de fractura está clarísima. Fractura irremediable. Es la confrotación. Pero en ella, los gomecistas,
por numantinos que sean, llevan las de perder. No estaban preparados y
sus compañeros de la dirección, sí. Ha sido una serie de golpes
fulminantes que estaban programados: a) destitución de Gómez; b)
nombramiento de una comisión gestora a cargo de Simancas y Lissavetzky,
dos históricos, uno de ellos víctima directa del tamayazo; c) designación del candidato a la Comunidad, Ángel Gabilondo.
Un
golpe de efecto, un golpe de autoridad que, con mayor o menor razón, ha
sido bien recibido por los militantes y los ciudadanos en general, de
acuerdo con un sondeo de urgencia de Metroscopia para El País,
según el cual, la intención de voto del PSOE remonta en 8,2 puntos y
consigue el milagro de superar a Podemos.
Muchos dirán que, en realidad,
esas son las ganas de El País de que eso suceda pero, en
cualquier caso, Pedro Sánchez estará exultante porque ha probado que,
como dijo, no le tiembla la mano y que en el PSOE manda alguien: él. Los
barones han aceptado todos la medida, con alguna suave queja en cuanto a
las maneras, en cerrado asentimiento. El PSOE muestra unidad interna y
eso, hoy, es un enorme activo. Solo Susana Díaz se mantiene en el fiel
de la balanza. Será acertado o no, pero las circunstancias objetivas han
cambiado: tomar Andalucía desde Madrid no es lo mismo que tomarla desde
Ferraz.
Sánchez
se ha consolidado despidiendo a Gómez. Si es justa o no la medida es
cosa que se verá según avancen las investigaciones sobre el caso de
Parla; pero, desde luego, es ejemplar y, según se ve por las reacciones,
ejemplaridad es lo que la gente busca, harta de corrupción. La bronca
que le han montado los diputados díscolos a cuenta del pacto
antiterrorista y la cadena perpetua disfrazada es más ideológica y, por
lo tanto, manejable. Andalucía está fuera de cuentas con las elecciones
de marzo. ¿Qué queda por hacer tras haber demostrado que el PSOE es un
partido fuerte, capaz de tomar decisiones drásticas, como destituir a un
barón y nombrar un candidato nuevo en horas mientras los demás dan
vueltas al atajo?
Seguir
demostrándolo y, una vez que ha marcado las distancias con el resto de
la oposición, Podemos y el pecio de IU, marcarlas ahora con el gobierno y
demostrar a este que está en condiciones de sustituirlo. Que está en
condiciones de desmentir a Rajoy cuando le vaticina que no llegará a ser presidente del gobierno.
Habiéndolo predicho el presidente lo más probable es que suceda lo
contrario, pero no estaría mal que Sánchez mostrara en este empeño tanta
autoridad, audacia y tesón como en el de conquistar Madrid.
Para ello, lo único eficaz es presentar la moción de censura.
A lo mejor, además de Madrid, conquista España.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED
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