Este país tiene una deuda inmensa con el
juez Castro, ese hombre que, en cumplimiento de su deber, ha instruido
la causa cuya vista oral se inició el lunes y en la que, entre otros
acusados, se sientan en el banquillo una infanta de España y su marido.
Es fácil intuir las inmensas presiones que ha debido resistir ese
representante del Poder Judicial, viendo el papelón que en la primera
sesión de la causa estuvieron haciendo el fiscal y la abogada del
Estado, empeñados en apoyar a la defensa de la infanta para exonerarla
contra viento y marea.
Sí,
el país entero debe un homenaje al juez Castro. La base de la
civilización es la justicia y la base de la justicia, la independencia y
la honradez de los jueces. De cada juez.
Porque
no solamente el fiscal y la abogada del Estado defendían a la acusada.
Todo el establecimiento mediático, todos los publicistas del régimen,
que son muchos y muy bien pagados, todas las fuerzas vivas del orden y
la tradición, apoyan que se otorgue a la infanta un trato de privilegio
porque, en el fondo, no creen que la justicia deba ser igual para todos.
Sin
embargo, el problema no es si esta señora es acusada, juzgada y
condenada o no. Aunque parezca mentira, es lo de menos. Su importancia
personal es cero. De hecho la Casa Real ya la ha despojado de su título
nobiliario y la ha arrojado de su seno, que es como desnaturalizarla.
No, el problema no es ella personalmente, sino lo que representa. Ella
no es más que un cortafuegos. De lo que se trata es de eliminar la
posibilidad de que la incriminación llegue más arriba, a su hermano, a
su padre, a la Corona, a la institución monárquica. Porque, aunque las
magistradas ya hayan rechazado dos veces la petición de que Juan Carlos I
y Felipe VI comparezcan como testigos, sus nombres seguirán
apareciendo, las peticiones seguirán produciéndose y de ellas se harán
eco los medios extranjeros.
Por
mucho que pretendan evitarlo, en el banquillo de la Audiencia de
Mallorca no se sienta sola la infanta de España. Se sienta, se quiera o
no, la sombra de su padre (presente en la sala como el espíritu del
padre de Hamlet) y el actual Rey en efigie.
Se sienta la monarquía.
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