PARÍS.- Hace diez años, Bin Laden y su socio carnal, el ex presidente
norteamericano George W. Bush, globalizaron el terrorismo de masas y la
represión a escala mundial. El Plan Cóndor aplicado al universo.
Exactamente una década después, el movimiento de los indignados
globalizó la protesta social y el hartazgo ante un modelo de depredación
social, de abuso y de consumo cuyo control está reservado a una elite
violenta e impune. Las protestas que sacaron a la calle a decenas de
miles de personas en el mundo vienen a darle cuerpo a una corriente
moral y política cuyos precursores llevan años proponiendo modelos
alternativos al sistema de destrucción neoliberal. Si Sthéphane Hessel y
su libro Indígnense logró aunar a un planeta indignado, hay
autores cuyos ensayos ya contenían muchas de las consignas que ahora se
escuchan en las calles del mundo.
El economista francés Thomas Coutrot es uno de ellos. En 2005 publicó
un libro que está en el corazón de la crítica formulada por los
indignados: Democracia contra capitalismo. En 2010 salió otra
obra que representa muy bien la esencia de lo que los indignados
reclaman en París, Londres, Nueva York, San Pablo, Tel Aviv o Berlín: Terrenos para un mundo posible: volver a darle raíces a la democracia. Economista y estadístico, vicepresidente de la ong Attac desde
2009, miembro de la Red de alerta sobre las desigualdades, Thomas
Coutrot rescata un hecho central en la emergencia de esta revuelta
globalizada: ante el agotamiento del modelo capitalista y neoliberal y
el descrédito de los dirigentes políticos, los pueblos salen a la calle y
encarnan así una suerte de retorno a la raíz de la democracia. Para
Coutrot, la sublevación del mundo occidental no hubiese sido posible sin
las revoluciones árabes que las precedieron.
Eduardo Febbro. Para usted, el movimiento de los indignados
significa un retorno a las fuentes de la democracia. Pero hasta ahora
los responsables políticos del planeta hacen oídos sordos a los reclamos
de este movimiento mundial.
— Thomas Coutrot. El retorno a las fuentes de la
democracia significa la intervención del pueblo. Es entonces casi normal
que los dirigentes políticos se hagan los sordos porque no están de
acuerdo con ello. Consideran que son los representantes del pueblo y
que, por consiguiente, les corresponde a ellos gestionar los asuntos del
pueblo. De hecho, los dirigentes políticos no quieren ver que en el
movimiento actual hay una crítica fundamental contra el sistema tal y
como funciona hoy. Será necesario mucho tiempo y mucho trabajo para que
la clase política acepte ver que su papel ha sido puesto en tela de
juicio. Por eso, lo esencial de todo esto no está tanto en la crítica al
sistema financiero. Esto no es nuevo. Lo novedoso está precisamente en
la crítica radical de la representación política, ese grito mundial que
dice “¡ustedes no nos representan!”. La gente está diciendo: no es
porque votamos por ustedes que van a hacer lo que les da la gana entre
dos elecciones en contra de nuestra opinión. Esa es la innovación
fundamental. El reclamo de un retorno a las fuentes de la democracia, a
la democracia real, es histórico.
Muchos analistas critican a los indignados porque carecen de líderes visibles. Ese no es su análisis
– No, desde luego. Hay que ver esto desde una perspectiva histórica.
Estamos recién al comienzo de una crisis muy profunda, una crisis a la
vez del sistema capitalista y, más fundamentalmente, del modo de
civilización y del llamado capitalismo parlamentario. Este capitalismo
parlamentario está en una fase terminal y el movimiento de los
indignados, que tiene resonancia mundial, es uno de los primeros signos
que la sociedad está emitiendo. Las sociedades humanas están trabajando,
creando alternativas para un modelo democrático que está agotado. No se
trata entonces de un movimiento coyuntural que se vaya a apagar así
nomás, o que se calmará con la próxima reactivación económica. Hay que
verlo en una perspectiva más amplia, es decir, cara a los próximos diez
años.
Esto equivale a decir que la reprobación actual va más allá
del confort y de un hipotético crecimiento recuperado o de la
recuperación de la actividad económica
– Sí, desde luego. Vemos muy bien que lo que está en tela de juicio
es mucho más fundamental que la dominación de la finanza y que la misma
dominación de la clase política. Lo que está en tela de juicio es un
modo de desarrollo basado en el enriquecimiento permanente y el
crecimiento constante, independientemente de toda finalidad humana. Por
eso creo que este movimiento, que explota en plena crisis del modelo
democrático, está llamado a madurar en los próximos años.
Lo que vemos hoy es, de hecho, la explosión de todo un
conjunto de ideas e iniciativas que ya estaban postuladas desde hace
tiempo, tanto en el tercer mundo como en los países emergentes, en las
comunidades indígenas. Esos discursos penetraron las democracias
occidentales
– Sí, es cierto. En el seno del movimiento alter mundialista ya se
veía la emergencia de estos componentes así como la crítica radical del
modelo de desarrollo, no sólo capitalista sino también occidental. Este
modelo se caracteriza por estar basado únicamente en el bienestar
material, independientemente de los valores y de la solidaridad. Hoy,
ese movimiento ha logrado desarrollar sus críticas en el mismo corazón
de Europa.
¿Acaso el sistema capitalista no llegó ya al final de su propia barbarie social?
– No creo que haya llegado al final, pienso que aún tenemos para un
rato y que todavía veremos desarrollos terribles. La crisis económica y
social no se acabó. Aún no llegamos al final de la barbarie social. Me
temo que lo que viene será muy feo con, por ejemplo, el
desencadenamiento de los nacionalismos y el desgarramiento entre las
naciones. Ya vemos hoy el ascenso de las tensiones dentro de la misma
Europa, entre Estados Unidos y Europa, entre la China y Estados Unidos.
Las rivalidades se afilan. Las elites intentarán prolongar su
dominación, buscarán legitimarla recurriendo como siempre a un enemigo
exterior, al nacionalismo.
Sin embargo, la emergencia de un movimiento mundial como el de los
indignados es un signo de que lo peor no es una garantía. La acción de
la sociedad civil puede ser un muro de contención. Estamos en una
carrera mundial entre soluciones autoritarias, que implican la xenofobia
y el repliegue sobre sí mismo, y, del otro lado, la afirmación de una
sociedad civil internacional en torno a los valores de la democracia. Lo
curioso es que estos valores son los valores oficiales de las elites.
De allí el hecho de que el movimiento de los indignados sea a la vez
poderoso y peligroso para las elites, porque reposa sobre la ideología
oficial de las elites. Pero esas elites se han vuelto incapaces de
preservar esos valores.
Es una paradoja: se hace una suerte de Revolución en nombre de los valores de la elite dominante
– Sí, esa es la gran paradoja de esta crisis y de este movimiento,
que defiende los valores supremos de la sociedad. Las elites que se
proclaman democráticas están renunciando a la democracia para preservar
su dominación.
Muchos indignados reconocen la influencia determinante que tuvieron las revoluciones árabes en la posterior revuelta occidental
– Las revoluciones árabes fueron una chispa fundamental porque
demostraron que, incluso las situaciones más bloqueadas, que incluso los
regímenes menos democráticos en donde las elites lo tenían todo
controlado, podían desembocar en una situación revolucionaria increíble e
inesperada. Las revueltas árabes aportaron un aliento de esperanza, un
impulso, una dinámica. El mundo se dio cuenta de que las elites
dominaban porque nosotros permitíamos que dominen. Hacen lo que quieren
porque nosotros las dejamos hacer y, además, a menudo votamos para que
lo hagan. Las revoluciones árabes fueron un mensaje de esperanza y un
llamado a la sublevación de los pueblos. Hoy, la gente ha renunciado a
resignarse.
Otra paradoja radica en el hecho de que Francia, el país de
la Revolución por antonomasia, el país de donde es oriundo el autor del
libro a través del cual se plasmó el movimiento –Indígnense, de Stéphane Hessel– sea en la actualidad el más pasivo, el menos movilizado
– Se trata de una auténtica paradoja. Hay varias razones para
explicar esto. Tal vez la primera sea el fracaso del movimiento social
contra la reforma del sistema de jubilaciones impulsado por el
presidente Nicolas Sarkozy. Fue un movimiento muy profundo y mayoritario
en la sociedad, que no logró que el gobierno retrocediera con su
reforma. Eso ha pesado mucho en la disponibilidad mental de los
ciudadanos para emprender otra acción colectiva. También tenemos la
campaña electoral en curso, que polariza mucho los debates y lleva a que
mucha gente se diga: vamos a sacarnos de encima a Sarkozy y después ya
veremos. El último elemento es el hecho de que Francia no conoce por el
momento una ola de austeridad tan brutal como Grecia, España o Portugal.
Las políticas de austeridad en Francia están muy por debajo de las
aplicadas en otros países, incluso Gran Bretaña o los Estados Unidos.
Estos factores explican por qué, por el momento, la población no se
siente tan agredida como en otros países.
Sorprendió el surgimiento de un movimiento social en la cuna del liberalismo: Estados Unidos
– La crisis social es la consecuencia del ultraliberalismo más
dogmático, pero fueron los ultraliberales quienes cristalizaron un
movimiento de masa como el Tea Party. Ahora bien, el despertar
del movimiento de los indignados en los Estados Unidos muestra que la
sociedad civil democrática empieza a organizarse, a actuar, a plasmarse
en un movimiento de masa y popular.
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