¿Qué se ha creído este pavo? ¿Que se
puede andar zarandeando a los trabajadores así porque sí? Un rey que le
echa la bronca a su chófer por una nimiedad no es un rey sino un vulgar
patán. ¿Cuál es el mérito de abroncar a alguien que depende de ti y no
puede responder? Que venga a abroncarme a mí o a cualquier otro
republicano de los que estamos hasta las narices de este parásito que
solo da que hablar de él por sus meteduras de pata, sus vergonzosos
pasatiempos o sus intentos de salvar a ese yerno impresentable, presunto
ladrón de guante blanco.
¿No quiere Juan Carlos aguantar las pitadas y abucheos de la gente
indignada por los recortes de la derecha a los trabajadores, los
pensionistas, los parados y los privilegios concedidos a los ricos? Pues
lo tiene muy sencillo: hable, dígalo, en vez de zarandear al chófer por
una menudencia; haga frente a Rajoy y su gobierno de mangantes y
meapilas y póngase del lado del pueblo.
Imposible, ¿verdad? De entrada es que ni se le ocurre. ¿Ponerse él del
lado de la chusma? ¡Hombre, por Dios, que hay clases! Y, aunque se le
ocurriera, faltaría tiempo a los neofranquistas para recordarle que,
aunque sea el sucesor del Caudillo por la gracia del mismo Caudillo, él
no pinta nada. Más moderados, los constitucionalistas cortesanos,
incluidos los de izquierda, le recordarán que, según fórmula acrisolada,
el Rey reina, pero no gobierna... salvo que le interese a la derecha,
en cuyo caso todas las máximas contitucionalistas se van al garete. ¿No
se llevó Rajoy al Rey a presidir el consejo de ministros en el que se
aprobaron los recortes, o sea el expolio de los trabajadores y clases
medias en general? ¿No aparerce así como responsable o cómplice de esas
políticas injustas? Algún alma caritativa podría intentar salvarle la
cara argumentando que no lo hizo con mala intención, sino solamente
empujado por su innato atolondramiento. Cierto, atolondrado lo es un
rato largo, tanto que se parece mucho al inspector Clouseau, cuando
intenta atravesar las cristaleras sin abrirlas o se da en el morro con
el quicio de una puerta. Pero el gesto de presidir el consejo de
ministros en que se privó de su derechos a cientos de miles de personas
no era atolondramiento, sino colaboración.
¿De qué se extraña si la gente le pita y abuchea? Y que se dé con un
canto en los dientes de que las cosas no vayan -de momento- a mayores.
El rey se reúne de comilona con los empresarios más poderosos del país,
para hablar, según dice de la crisis. Es decir, se reúne para hablar de
la crisis con sus más directos beneficiarios. Es cierto que también
recibió a Toxo y Méndez en La Zarzuela a primeros de agosto, pero eso es
algo atípico. Tan atípico que hasta los dos sindicalistas se pusieron
corbata que jamás hizo tanta justicia al origen histórico de la prenda,
símbolo de las sogas que llevaban al cuello los esclavos. Lo que le va
al rey es el yantar con los ricos, con los que le hacen regalos y sacan
partido de su cercanía al monarca para hacer más negocios. Como su
yerno. Lástima que a este lo perdiera la tontuna y la codicia. A estas
alturas ya podría ser uno de los comensales del rey, empresario de éxito
y respetado.
En resumen, Juan Carlos, que no eres ya un chaval: no se matan elefantes
por entretenimiento en escapadas clandestinas y picaronas cuando uno
preside el World Wildlife Fund, ni se zarandea al chófer cuando uno tiene que aguantar los pitidos de su amado pueblo.
Abdica, hombre, antes de hacer alguna otra estupidez que comprometa más
el destino de una corona de inexistente legitimidad. Y fíjate que
Palinuro te da el consejo desinteresadamente puesto que, como
republicano correoso, lo que le interesa es que te la pegues ya del todo
para reclamar la IIIª República.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED, Madrid
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