TAMPA.- En un partido que busca su identidad, Paul Ryan es la identidad. Nadie sintetiza como el candidato a la vicepresidencia de Estados Unidos el pensamiento actual del Partido Republicano, su estado de ánimo y su futuro político. A los 42 años y después de una dura pendiente hacia el primer plano, esta noche se ha dirigido a la convención de Tampa para darle brío al conservadurismo norteamericano, fe en su victoria y una razón clara por la que luchar: echar a Barack Obama de la Casa Blanca.
“Acepto la llamada de mi generación para dar a nuestros hijos la
América que se nos dio a nosotros”, dijo en su discurso de esta noche.
“Nosotros no esquivaremos los temas difíciles, nosotros dirigiremos.
Nosotros no perderemos cuatro años culpando a otros, asumiremos
responsabilidades. No reemplazaremos nuestros principios fundamentales,
reaplicaremos nuestros principios fundamentales”, añadió, en
demostración de su energía y sus convicciones.
“Cuando el gobernador Mitt Romney me pidió que me sumara su ticket”,
recordó Ryan, tratando de transmitir a sus compañeros de partido el
optimismo del que él suele presumir, “yo le dije: está bien, cumplamos
nuestro trabajo, y eso es exactamente lo que vamos a hacer”.
Consciente de que era observado con más interés y curiosidad
de los que ha despertado quien ahora es su jefe, Ryan dedicó una gran
parte de su discurso a elogiar las cualidades de Romney, de quien dijo
que le separa una generación, pero con quien aseguró coincidir
ideológicamente, con quien no comparte religión, pero a quien se dijo
unido por una misma visión, la de que “nuestros derechos proceden de la
naturaleza y de Dios, no del Gobierno”.
Aunque desató muchos aplausos y dejó claro que es un hombre muy
apreciado en esta convención, Ryan no pronunció un discurso brillante.
Se le notó nervioso, y solo conectó verdaderamente con la audiencia
cuando hizo referencia emocionada a su padre, ya muerto, y a su madre,
presente en la sala al lado de su esposa y de sus tres hijos.
Las partes del discurso que levantaron a los delegados de sus
asientos fueron las alusiones a Obama y a su Administración. “Se han
quedado sin ideas. Su momento vino y se fue. Miedo y división es todo lo
que han dejado”, manifestó.
Acusó al presidente de haber hundido el país
y no haber reaccionado más que con discursos a los problemas con los
que se ha encontrado. “Palabras no han faltado durante estos cuatro años
en la Casa Blanca. Lo que ha faltado es liderazgo”, sostuvo.
Habló algo menos de sus propias ideas,
aunque las trazó genéricamente cuando afirmó que lo que necesitan los
ciudadanos es “libertad sin la supervisión de planificadores centrales” y
lo que necesita el país es “simplemente, dejar de gastar lo que no
tiene”.
El paso de Romney por esa convención ha dejado abierto un debate
sobre influencia en la campaña. Un candidato a la vicepresidencia no
gana ni pierde elecciones. Como mucho, como ocurrió hace cuatro años con Sarah Palin, puede dar momentáneamente oxígeno a una campaña decaída. La presencia de Paul Ryan en el ticket de Mitt Romney tiene también más valor político que electoral.
Sirve para reconciliar a Romney con la base radical del partido, y le
da sustancia y coherencia a un candidato que no sobresale por ninguna de
esas dos cualidades. Es dudoso que eso haga más presidenciable al líder
de la candidatura. Lo que es seguro es que ha convertido a Ryan en la
figura con más proyección del republicanismo actual, quien mejor representa la estrategia de drástica reducción del tamaño del Estado que el partido ha asumido como su principal causa.
Gane o pierda las elecciones del 6 de noviembre, Ryan vislumbra un
horizonte personal optimista. Por su juventud y sus ideas, está llamado a
llevar la bandera del conservadurismo hasta la meta.
En última instancia, Romney es un advenedizo que llegó a la posición
que ocupa como consecuencia de una serie de carambolas políticas. Ryan
es un conservador desde su primera juventud, inspirado en las lecturas de Ayn Rand,
criado junto a notables conservadores, como Jack Kemp o John Sununu, y
jaleado por poderosas instituciones conservadoras, como el Cato Institute, la Heritage Foundation o la revistas National Review y Weekly Standard. Su lealtad conservadora está garantizada.
También lo está su empuje. Poco después de llegar al Congreso, con
solo 24 años, puso en marcha un ambicioso plan de reforma de la
seguridad social que incluía la eliminación de una buena parte de la red
de protección social construida por los demócratas en los años sesenta.
Muchos republicanos venían hablando de eso durante décadas, pero nadie
se atrevió a plasmarlo en una plataforma política que incluía un sistema
privado de pensiones similar al que existe en Chile desde la dictadura
militar.
Ryan vendió ese plan sin éxito a George W. Bush, y trató después de
sacarlo adelante como la alternativa republicana al victorioso Barack
Obama, encontrándose también con la resistencia del viejo establishment republicano en el Capitolio, capitaneado por el actual presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, que no creía viables propuestas tan radicales.
Tuvo que esperar hasta la irrupción del movimiento del Tea Party
en 2010 para que sus ideas, no solo fueran tenidas en cuenta, sino que
se convirtieran en la principal propuesta de cambio del Partido
Republicano.
En ese camino, Ryan ha demostrado intransigencia en la defensa de sus
principios —él es el principal responsable de que la Casa Blanca no
haya conseguido ni un solo acuerdo presupuestario con la oposición
durante toda esta Administración— , pero también suficiente pragmatismo
como para no destruir su carrera política en los primeros compases. De
hecho, el plan Ryan actual no es el plan Ryan original. Gran parte de
sus referencias ideológicas han sido eliminadas y algunos de los
apartados más polémicos, como el de la privatización de las pensiones y
de la asistencia sanitaria a los jubilados, han sido suavizados.
Con todo, el plan Ryan es la más audaz propuesta de reforma del
estado del bienestar norteamericano que se ha conocido nunca, y Obama se
lo ha tomado siempre muy en serio. Es al plan de Ryan, aunque mencione
el nombre de Romney, su rival hoy en día,
al que Obama se refiere cuando acusa a la candidatura republicana de
haber emprendido una guerra contra los trabajadores y la clase media.
Ryan participa, por tanto, en esta convención como un verdadero ídolo
entre los delegados. Ryan pertenece a una especie en extinción en EE
UU. De origen irlandés y católico, de una familia rica vinculada al
negocio de la construcción —aunque él trabajó de joven en McDonalds—,
apasionado defensor de las armas y enemigo del aborto, Ryan puede ser
una de las últimas opciones para un sector de la sociedad que deja de
ser mayoritario. El conservadurismo norteamericano, actualmente
enfrentado a las minorías raciales, a las mujeres y a la ciencia, corre
el riesgo de estrellarse contra el muro de la demografía. Ryan puede ser
una de las últimas balas que queden en su recámara, la última gran
esperanza del hombre blanco, según crónica de 'El País', de Madrid.
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