MADRID.- El antropólogo estadounidense David Graeber, líder del movimiento
'Occupy Wall Street,' reexamina en la obra 'En deuda' los violentos
cimientos económicos del capitalismo, describe la deuda como una
herramienta de los Estados para controlar a los ciudadanos y emplaza a
una condonación de los créditos, según recoge 'Público'.
El mundo necesita condonar todas las deudas existentes. Tanto las
internacionales como la de los consumidores. De esta manera, se
“aliviría sufrimiento” y la humanidad recordaría que el “dinero no es
inefable”, que “pagar los propias dedudas no es la esencia de la moralidad”
y que la democracia es el sistema que permite a las personas ponerse de
acuerdo para buscar lo mejor para todos. Esta es la “propuesta” que
lanza el antropólogo estadounidense David Graeber, líder del movimiento Occupy Wall Street, en el ensayo En deuda, una historia alternativa de la economía (Ariel) [Debt: The First 5000 Years] sale a la venta el próximo mes de septiembre en España.
La
propuesta de Graeber, doctor en Antropología y profesor del Goldsmiths
de Londres, no es producto de una genialidad propia, siquiera de una
observación de la realidad económica del mundo occidental, sumido en una
grave crisis de deuda desde 2008. Graeber repasa la historia de la
economía mundial desde la antigua Mesopotamia hasta la actualidad a lo
largo de 516 de páginas, en las que reexamina los orígenes de diferentes
mitos y aseveraciones que el sistema ha convertido en verdades indiscutibles como el origen del capitalismo o el propio concepto de deuda.
La
premisa que da lugar al análisis de la historia económica es
contundente. Tras la explosión de la crisis en 2008 quedó patente que
“la historia que se había contado a todo el mundo durante la última
década se había revelado como una inmensa mentira”. Por lo que Graeber
considera imprescindible iniciar un “auténtico debate público acerca de
la naturaleza de la deuda, del dinero y de las instituciones financieras
que han acabado teniendo el destino del mundo en sus manos”. Un debate
indispensable en las puertas de un cambio de era, según Graeber. “Cada vez más, parece que no tenemos otra opción”, asevera.
El
análisis de Groeber, reconocido anarquista, arranca desde la propia raíz
del asunto. El origen de la economía. La teoría tradicional explica el
nacimiento de la economía a través de El mito del trueque. Una
vaca por 40 gallinas. Para Groeber el trueque no es más que “un
subproducto colateral del uso de monedas practicado por personas
acostumbradas a transacciones en metálico cuando por una u otra razón no
tenían acceso a moneda”. Pero la confusión histórica no es casual. Adam Smith, en su obra La riqueza de las naciones (1776), acude al trueque para señalar la economía como un mero intercambio, como dos partes de un contrato.
Smith
y los posteriores historiadores de la economía olvidan adrede, a juicio
de Groeber, que la historia del mercado y de la deuda, y del
capitalismo por extensión, están ligadas a la guerra, la conquista militar, la esclavitud o el tráfico de personas. Remarca
Groeber que la deuda y el mercado no han existido sin la compañía de
una institución fuerte, ya sea ley sharia, la monarquía de origen
divino, o el Imperio romano que imponen a ciudadanos o súbditos que
imponga determinados tributos, impuestos y dé valor a las deudas
adquiridas.
La
diferencia entre los dos conceptos resulta fundamental para conseguir
una definición del concepto “capitalismo”. Si partimos de que la
economía surge del intercambio el capitalismo puede ser conceptualizado
como un sistema que “permite a quienes tienen ideas potencialmente
comercializables reunir recursos para hacer realidad”. Por tanto,
incluyendo todo lo anteriormente descrito, el capitalismo no sería más
que el sistema en el que los que poseen capital manda e imponen condiciones sobre los que no lo tienen.
Evitar la sublevación popular
Para Groeber, la economía como tal surge en el momento en el que en
la antigua Mesopotamia se iniciaron a contabilizar por escrito las
deudas. En todas y cada una de las experiencias humanas en sociedad,
argumenta Groeber, ha existido la deuda. Sin embargo, las diferentes
civilizaciones, como la romana o la griega, quienes también se vieron
envueltas en diferentes crisis de deuda, insistieron en “suavizar el
impacto, eliminar abusos evidentes como la esclavitud por deudas” o
“emplear los botines del imperio para proporcionar todo tipo de
beneficios extra a sus ciudadanos pobres a fin de mantenerlos más o
menos a flote pero que nunca cuestionaran el propio concepto de deuda”.
Asimismo, otras sociedades aplicaban una especie de año Jubileo en el que se borraban todas las cuentas y se reiniciaban las cuentas para que las bases sociales del sistema no se sublevaran.
El
imperio capitalista, forjado durante los últimos 500 años, aprendió
esta lección. A través de la deuda, sus principales potencias
establecieorn una jerarquía mundial condenando a una gran mayoría del
mundo a una esclavitud eterna (en este punto el autor pone como ejemplo
la historia de Haití, pero sabía cómo mantenerse. El sistema en una
"situación de conflicto de clases" límite que ponía en peligro su propia
viabilidad, debido al auge del comunismo en el período de entreguerras y
tras la Segunda Guerra Mundial, supo repartir “los botines del imperio de la deuda” entre los ciudadanos de los países dominantes. Tal y como hizo Roma o Atenas para superar sus respectivas crisis de deuda.
En
el caso de que las instituciones no respondieran a tiempo a la
situación de crisis se corría el peligro de una sublevación popular.
“A lo largo de la mayor parte de la historia, cuando ha aparecido un
conflicto abierto entre clases, ha tomado la forma de peticiones de
cancelación de deudas: la liberación de quienes se contraban en la servidumbre por ellas y, habitualmente, una redistribución más justa de las tierras”, escribe.
El sistema aplicó las tesis keynesianas y “suspendió la guerra de clases”.
“Para explicarlo crudamente: a las clases trabajadoras y blancas de los
países de Atlántico Norte, de Estados Unidos a Alemania, les ofrecieron
un trato. Si acordaban dejar de lado las fantasías de cambiar
radicalmente la naturaleza del sistema, se les permitiría mantener sus
sindicatos, disfrutar de una amplia gama de ventajas sociales (...)”,
explica.
La conquista neoliberal
Sin embargo, en
1979 con la llegada de Ronald Reagan y Margaret Thatcher al poder en
Estados Unidos y Gran Bretaña, respectivamente, el sistema capitalista
volvió a mutar y el “trato quedó deshecho”. Así quedó explícito en el
ataque conjunto que ambos dirigentes lanzaron a los sindicatos de
trabajadores. En ese momento, el sistema buscó que todos los ciudadanos
se convirtieran en “rentistas”, que jugaran en el mercado y, al mismo
tiempo, les “animó a pedir préstamos”. Lo llamaron la
“democratización de las finanzas” o "neoliberalismo", Groeber no duda
en calificarlo como “el imperalismo de la deuda”.
En este sistema los ciudadanos son “minúsculas corporaciones,
organizadas en torno a la misma relación entre inversor y ejecutivo:
entre la fría y calculadora matemática del banquero y el guerrero que,
endeudado, ha abandonado cualquier noción personal de honor para
convertirse en una especie de máquina desgraciada”. Sin embargo, esta
forma de capitalismo también ha fracasado y ha llegado a su fin porque
está demostrando cada día que transcurre desde el inicio de la crisis
que todo es “una flagante mentira”.
No
obstante, a diferencia de otras fases de la historia el Estado o el
Imperio no ha actuado para defender a la población de los acreedores.
Muy al contrario, ha obligado a los “deudores pobres” a rescatar a los “deudores ricos”
y ha modificado las normas para proteger a los acreedores de manera que
el pago de la deuda por parte de los pobres sea obligatoria. “Resulta
que no todos tenemos que pagar nuestras deudas, sólo algunos”, analiza.
Reiniciar el sistema
Por
ello, Groeber emplaza a “limpiar la pizarra [de deudas] a todo el mundo
y volver a comenzar”. La manera de organizarse en esta nueva etapa aún
es desconocida. La alternativa no lo tendrá fácil, recuerda Groeber,
quien señala que durante los últimos treinta años la sociedad ha
presenciado “la creación de un vasto aparato burocrático para la
creación y mantenimiento de la desesperanza” cuyo objetivo es asegurarse
de que “los movimientos sociales no crezcan, florezcan o propongan
alternativas”. “Cualquier idea de cambiar el mundo parece una fantasía vana e infundada”, apunta.
El primer paso de la nueva forma de organización social está señalado. “Limpiar la pizarra de deudas”.
Después, apunta Groeber habrá que continuar debatiendo. “Lo que sí
sabemos es que la historia no ha acabado y que surguirán con total
seguridad nuevas y sorprendentes ideas”, concluye.
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