PEKÍN.- La conciencia ambiental de la clase media
china está en aumento. Y no solo eso, sino que está obteniendo hasta el
momento respuestas positivas del Gobierno. Un hecho insólito que no deja
indiferente a nadie. El último caso han sido las protestas de unas
4.000 personas en las calles de la ciudad de Ningbo, a las que la
policía respondió con gases lacrimógenos pero que han conseguido que se
cancele el plan de construcción de una nueva planta petroquímica.
El cambio se encuentra en que en los últimos meses los ciudadanos chinos se unen cuando no ven claros los proyectos de desarrollo de nuevas plantas químicas y ven en peligro su salud y la de sus familiares, mientras que antes estos proyectos pasaban desapercibidos y ni siquiera se les prestaba atención.
Las protestas de Ningbo duraron casi una semana, alcanzando su cúspide en el fin de semana pasado, cuando las autoridades se rindieron y anunciaron que el proyecto se posponía. Un simple comentario en la red social del Gobierno de Ningbo el domingo por la tarde informaba de cambio de planes: “El proyecto no se llevará a cabo y el trabajo preliminar del proyecto de la refinería química será detenido y se hará una nueva evaluación científica”. El anuncio generó casi 20.000 comentarios en menos de 24 horas.
“Estoy impresionada por la fuerza de las protestas. Los ciudadanos de los alrededores de Ningbo llegaron a viajar hasta 50 kilómetros para llegar al centro y participar, para donar comida o para dar agua a los participantes. Muchos incluso recogieron la basura para dar ejemplo de limpieza, y lo más importante, la gente cantó para mantener la reputación de Ningbo como ciudad civilizada”, asegura Yunyao en su cuenta de Weibo, la versión de Twitter en China.
El proyecto que había desatado la indignación de muchos vecinos de la ciudad, estaba valorado en unos 7.000 millones de euros y pretendía producir 15 millones de toneladas de petróleo refinado y 1,2 millones de toneladas de etileno anualmente, uno de los productos más importantes de la industria química.
El grupo estatal Sinopec es el inversor detrás de esta controvertida fábrica, que según medios basados en Hong Kong, produce una media de 500.000 toneladas de paraxileno, un derivado del petróleo utilizado en la fabricación de botellas de plástico, cuya exposición prolongada puede dañar el sistema nervioso, los riñones o el hígado, y del cual ya se contabilizan 13 fábricas repartidas por las provincias costeras chinas.
El subsecretario general del Gobierno de la ciudad de Ningbo, Chen Bingrong, anunció en una rueda de prensa de la que no se avisó a los medios internacionales presentes en la cobertura de las protestas, que el Gobierno haría pública la información detallada del nuevo proyecto, así como audiencias públicas para evaluar el impacto ambiental del mismo.
Los manifestantes han conseguido la parte más importante de todas las demandas pero no todas. Entre las que no han tenido éxito está la petición de dimisión del alcalde de la ciudad, Liu Qi, y la puesta en libertad de los 52 detenidos por no abandonar los alrededores de las oficinas del Gobierno cuando la policía se lo solicitó en algún momento de los últimos tres días.
En total, el número de protestas medioambientales en China ha crecido un 120% del año 2010 a 2011, según el vicepresidente de la Sociedad China de Ciencias medioambientales, Yang Chaofei, quien reveló que el número de incidentes ambientales con participación masiva ha crecido un 29% del año 1996 al 2011.
Según Yang, el Ministerio de Protección Medio Ambiental de China dejó de publicar las estadísticas sobre las protestas hace varios años, cuando se superó la cifra de los 100.000 participantes, aunque estos datos si fueron públicos en el año 2005, cuando se contabilizaron 92 accidentes, casi todos relacionados con la contaminación por productos químicos peligrosos.
Éxitos anteriores
El punto de partida de la concienciación medioambiental en el país asiático podría remontarse a 2007, cuando los ciudadanos consiguieron suspender la construcción de una planta altamente contaminante en la ciudad de Xiamen, en el sur de China, también para la producción de paraxileno, abreviado con las siglas PX en muchos de los eslóganes de los manifestantes.
En aquel entonces, la agencia oficial Xinhua destacó que un millón de mensajes de teléfono móvil de los ciudadanos habían convencido al Gobierno local de Xiamen de la cancelación de la construcción de una planta que iba a ser construida a tan solo siete kilómetros del centro de la ciudad, cerca de áreas residenciales y escolares.
Tras décadas de rápida industrialización que comenzaron con la apertura económica impulsada por Deng Xiaoping en los años 80, China podría estar ahora haciendo frente a las peores consecuencias medioambientales, y así lo explica el periodista Ma Jun al semanario económico chino Caixin: “Por supuesto que en la próxima década es necesario llevar a cabo un cambio de rumbo en relación con el medio ambiente. Pero con la tendencia general del desarrollo, a menos que haya un gran cambio y que toda la sociedad participe en el movimiento ecologista, no habrá ningún cambio, incluso en las próximas dos décadas”.
Para Ma, en los países occidentales para hacer frente a la contaminación se ha utilizado el Estado del Derecho, pero en el caso de China “se debe lograr una aplicación estricta de las leyes” para poder conseguirlo.
Para el novelista Xia Shang, los ejemplos de protestas que se han dado en otras ciudades de la geografía china como Xiamen, Qingdao o Shifang son un claro caso con el que se hace la pregunta de por qué el Gobierno chino sigue poniendo en práctica estos programas a pesar de que sabe que se encontrará con el rechazo del público.
“Los políticos solo quieren el desarrollo, conseguir el objetivo del PIB, así como ocultarse detrás de estos programas, es la arrogancia del poder, donde no se tiene en cuenta la salud del pueblo”, subraya Xia en su cuenta de Weibo.
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