LISBOA.- Miles de ejemplos que dejan
traslucir el "via crucis" que atraviesa la sociedad lusa durante los
últimos años, víctima de una crisis que afecta a toda Europa pero que es
especialmente cruda en Portugal, donde ya en 2010 cerca de una cuarta
parte de la población vivía bajo el umbral de la pobreza.
Más allá del rescate financiero, la recesión, el aumento de impuestos
y el agudizamiento del paro, un simple paseo por la capital lusa es
suficiente para percibir su impacto en los rostros de sus nuevos pobres.
En la céntrica Avenida Liberdade, el brillo de los escaparates de
algunos de los comercios más exclusivos de la ciudad no deslumbra lo
suficiente como para no observar que los cartones utilizados por los
"sin abrigo" cada noche parecen multiplicarse, apilados frente a bancos
de madera que harán las veces de cama.
La misma sensación se percibe en la fila de quienes esperan su turno
para recibir el tradicional plato de sopa portuguesa y algo de comida
frente a la furgoneta de una ONG lusa.
Donde antes predominaban los drogadictos, hoy también esperan padres de familia con problemas para alimentar a sus hijos.
Pero los efectos de la crisis no sólo emergen al caer la noche. De
día, algunos pequeños -pero significativos- detalles relacionados con el
consumo dan buena cuenta de que las dificultades afectan a la mayoría
de los más de diez millones de portugueses, cuyo salario medio se sitúa
entre los más bajos de la UE: 17.000 euros anuales.
"Nosotros detectamos ahora que mucha gente compra 60 gramos de
fiambre, lo que equivale a apenas dos lonchas, y la carne de ternera ha
ido sustituyéndose, primero por la de cerdo, luego la de pollo y ahora
incluso por salchichas, debido a su menor precio", explicaba
recientemente Alexandre Soares dos Santos, presidente de uno de los
mayores grupos de distribución del país, "Pingo Doce".
Pocos escenarios mejores para observar cómo ha menguado la economía
del portugués medio que la "Feira da Ladra", un mercadillo callejero en
el que históricamente se han vendido cosas usadas, cuando no
directamente robadas.
Durante el último lustro, el perfil de los vendedores ha cambiado
sustancialmente y se han incorporado decenas de jóvenes que acuden con
la idea de sacarse un sobresueldo, según confirman desde el propio
Ayuntamiento de Lisboa.
"Se nota que cada vez hay más jóvenes, que vienen y venden algo de
ropa, mucha de marca. Ahora somos más vendedores pese a que los ingresos
bajan y bajan", se lamenta Manuela, dueña de un puesto de discos
abierto los dos días de la semana que funciona el mercadillo desde hace
treinta años.
El hecho de tener que pagar un permiso municipal de entre 10 y 25
euros por jornada para poder comerciar en la zona ha llevado a algunos a
tirar de picaresca.
Es el caso de Joao y María, dos veinteañeros portugueses que
arrastran una maleta, cargada sobre todo con ropas que ya no utilizan.
"Lo que sacamos supone una ayuda económica", explican a la carrera, tras
ser detectados por la policía.
Zapatos viejos, figuritas, libros o una "melé" de camisetas y jerséis
sobre la que se reúnen mujeres y hombres en busca de la mejor ganga
forman parte de la fotografía habitual de esta feria.
No era tan común antes de esta crisis, sin embargo, encontrar
imágenes como la de Margarida Fernandes, la mujer que vende su abrigo
por dos euros.
Cuenta que trabajaba en una residencia de ancianos, pero un cáncer de mama le hizo estar de baja y ya no recuperó el trabajo.
Nacida en Guinea-Bissau -antigua colonia lusa-, asevera que nunca
había vivido tantas dificultades desde que llegara a Lisboa, hace ya dos
décadas.
Las señales que deja esta crisis en Portugal llegan hasta la sede del
Parlamento, convertido en escenario habitual de las protestas
ciudadanas, 24 en sólo dos meses.
Sus escalinatas y muros permanecen manchados de pintura y grafiti,
sin limpiar, como si se diera por sentado que la recesión y subida del
paro que se prevén para 2013 volverán a depararle nuevas
manifestaciones.
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