Twitter es parte decisiva del ágora
pública digital. Una corrala tecnetrónica en donde las noticias se dan
simultáneas a los hechos de que informan. Anoche saltó una: Pablo
Iglesias retaba en directo en La Sexta a un debate cara a cara a Pedro
Sánchez. Un terremoto. Los tuiteros se enzarzaron. Los socialistas
estaban enconados; unos criticando que Podemos fuera la oposición de la
oposición, lo cual favorece al gobierno; otros señalando que era el PSOE
quien ya había retado a Podemos infructuosamente. Ignoro si Sánchez ha
recogido el guante. Supongo que sí.
Iglesias
es ante todo un animal mediático. Su capacidad para hacer política a
través de los medios tiene al respetable maravillado. Si Guy Debord
hubiera alcanzado a ver el auge de Podemos, se sentiría vindicado en su
veredicto de la sociedad del espectáculo; y Baudrillard hubiera detectado de inmediato el simulacro.
La política se hace valiéndose de los medios de comunicación. En ellos
está la llave del poder. No el poder mismo. Con los medios se ganan las
elecciones. En ese terreno es donde Pedro Sánchez ha salido también a la
reconquista del electorado perdido. El nuevo secretario general del
PSOE sigue de cerca a Iglesias, lo imita, al tiempo que lo distingue con
sus críticas al populismo y, siguiendo su ejemplo, se multiplica en lo
medios.
Casi suena a una
historia para etólogos, con dos machos marcando territorio y luchando
por la jefatura de la manada. O para politólogos, con dos líderes
delimitando campos y compitiendo por la hegemonía sobre el electorado.
El reto de Iglesias es el desafío a combate singular de los dos jefes
por ver cuál señorea el campo mediático. Eso es lo que más irrita a los
socialistas, el hecho de que, como buen táctico, el de Podemos escoja el
momento y el lugar de la confrontación. De nada sirve recordarle que
los socialistas lo habían retado antes o que el deber de la oposición es
oponerse al gobierno y no a la oposición. Son consideraciones
irrelevantes para el cálculo pragmático que late en el reto.
No
estando en el Parlamento, Iglesias tiene escasa base para invitar a un
debate televisado a Rajoy que, por otro lado solo se pone delante de una
cámara cuando no hay nadie más en kilómetros a la redonda. Ese reto
corresponde a Sánchez a quien, aun siendo parlamentario, no se le había
ocurrido. O no lo tiene por necesario pues, en principio, ya se mide con
Rajoy los miércoles en el Congreso. Aunque esto no sea en nada
comparable a un debate de televisión.
El
reto llega el mismo día en que, entre noticias contradictorias, parece
fijo que Podemos concurrirá solo a las elecciones municipales, dejando
las alianzas para después de la votación. En realidad, la
organización/movimiento ha fagocitado a IU, pero no le interesa la
fusión porque, procediendo de la misma cultura comunista en sentido
genérico, no quiere que se la confunda con ella. Esta actitud pretende
reproducir el ejemplo de la Syriza griega que, viniendo de la izquierda
marxista, no es el partido comunista. Al plantear el reto al PSOE,
Podemos ya da por amortizada IU, se sitúa a la par con el PSOE y le riñe
el territorio. Convierte de esta forma en acción política los
resultados de los últimos sondeos que dan a Podemos como segunda fuerza
política en Madrid.
Así
se muestra la iniciativa política pero también se abre cierta
paradoja. Iglesias aparece ahora como el defensor de la plaza mediática
frente al forastero que quiere entrar en ella. Justo lo que era él hace
un par de años. Los dos están bastante nivelados en edad, formación,
actividad política. Pero uno defiende las murallas y el otro las asalta.
Son Eteocles y Polinices en la lucha por Tebas y por la herencia
maldita de Edipo: el poder. Hay mucho de personal en este
enfrentamiento. Pero discurrirá por los cauces dialécticos. Iglesias
querrá dejar probado que el aparato del PSOE es pura casta, si bien no
así su militancia, mientras que Sánchez probará el peligroso populismo
de su adversario quien, por ganarse el favor de las mayorías, arruinará
el país.
Ese
reto apunta a un debate con un significado que va mucho más allá de la
circunstancia actual. Es un debate en el territorio de la ya casi
ancestral división de la izquierda entre, para entendernos, socialistas y
comunistas; un debate histórico, interno a la izquierda. Una pelea que
los comunistas han perdido siempre cuando la competición era a través de
elecciones democráticas. La tradición comunista, queriéndose pura y
considerando traidora a la socialista, es la eterna derrotada. De ahí
que Podemos, procedente de esa tradición pero con voluntad de triunfo y
de representar algo nuevo, evite toda asociación con el comunismo; pero
su objetivo principal sigue siendo la socialdemocracia. Pues la miel de
la victoria solo se degusta cuando el adversario prueba la hiel de la
derrota.
La
diferencia entre este enésimo enfrentamiento y los anteriores es que
los retadores tienen una voluntad deliberada de dar la batalla en el
discurso. En lugar de enfrentarse a la socialdemocracia -a la que
previamente relegan al campo de la derecha- mediante el radicalismo de
la palabra, ahora se hace mediante un discurso templado, neutro,
moderado, relativista para no asustar a nadie, pero con promesa de
reformas de calado. Una versión actualizada del reformismo radical a
que se apuntó la izquierda alemana posterior a los años sesenta. Si al
poder solo se llega por vía electoral, hay que ganar el apoyo de la
mayoría, cosa que se hace diciendo a esta lo que esta quiere oír; y oír a
través de la televisión. Por eso es imprescindible cuidar el lenguaje,
convertirlo en un telelenguaje, que no asuste, ni crispe, que invite a
confiar. Un ejemplo llamativo: los marxistas de Podemos no hablan nunca
de revolución, sino de cambio. El término con el que ganó
las elecciones el PSOE en 1982 y el PP en 2011. La moderación y buenas
formas del lenguaje tienen réditos electorales, aunque preanuncien un
apocamiento de las intenciones.
Esa
división de la izquierda beneficia a la derecha. Pero es inevitable. Y,
además de inevitable, de consecuencias muy variadas. El reto a Sánchez
se inscribe en la estrategia de lucha por la hegemonía de esta
jurisdicción ideológica y trata de provocar una situación en que el
enfrentamiento sea entre la derecha y Podemos, para lo cual este encaja
al PSOE en el PP con el torniquete de la casta. A su vez, el PSOE puede
revestirse de la autoridad que parece dar la moderación frente a los
extremismos fáciles de esgrimir: el populismo de los neocomunistas, el
neoliberalismo e inmovilismo de los nacionalcatólicos. La amenaza de
polarización puede venir bien al PSOE, beneficiario del voto asustado
por los radicalismos, para resucitar el centro de la UCD.
De esas incertidumbres está hecha la política.
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