MADRID.- Antonio María Rouco Varela (Villalba, 1936) es el protagonista de la
'Biografía no autorizada' que firma el periodista José Manuel Vidal en
Ediciones B, un espejo en el que aparece un hombre «presumido,
obsesionado por el control» y «falto de todo tipo de cualidades» si no
es la de «la estrategia» y «el miedo».
Vidal, director de la web 'Religión Digital', asegura que el cardenal
tenía preparado su relevo a los 80 años (tiene 78) y que así lo había
pactado «con Benedicto XVI», pero la llegada del papa Francisco cambió
los planes.
El obispo Carlos Osoro, «un Bergoglio a la española», lo ha
relevado en el cargo, pero Rouco no ha dado su brazo a torcer. «Se ha
aferrado a su fortín del palacio episcopal, en la planta alta y noble, y
le ha dejado el piso de abajo a Osoro, lo que ha sentado muy mal en
Roma. Es inaudito. Mientras el Papa viaja en utilitario, Rouco ha pedido
secretario, asistentes, chófer y un coche nuevo. Un Passat o un Audi»,
explica su último biógrafo, que cuenta que sus allegados están
intentando convencerle de que se traslade a un piso en la calle Mayor
para mitigar el escándalo.
En un principio, Vidal y él tuvieron una buena relación que terminó
con el primer capítulo del libro, que trata sobre su infancia. «Me lo
devolvió lleno de tachones en rojo. Rouco tiene una lista negra y yo
entré a formar parte de ella».
Su niñez guarda, a juicio del periodista, algunas claves para el hermetismo
posterior. «No desarrolla sus sentimientos. Tiene una personalidad muy
poco expansiva, probablemente provocada por la pérdida de su padre y la
enfermedad de su madre».
El resto del relato dibuja un personaje antipático que considera a la
prensa «el mayor peligro» y que no concede entrevistas a medios que no
le sean afines. Teme «cualquier luz» que amenace el control férreo que
ejerce sobre la Iglesia española, «favoreciendo a los movimientos
neoconservadores con tres principios innegociables: las relaciones
sexuales, el aborto y la eutanasia. El que se salía de ahí se veía
apartado y con una queja en Roma.
Esto fue lo que le ordenaron Juan
Pablo II y Benedicto XVI». Con este hablaba en alemán, su gran orgullo,
«más que el gallego que consideraba un idioma de paletos». Cuando llegó
Francisco, su mundo se vino abajo. Él votó al continuista Angelo Scola;
de ahí una frase que se le atribuye y que fue la comidilla en Roma: «El
cónclave se nos ha ido de las manos». Él también fue un «candidato
serio» al sillón de San Pedro, pero llevó demasiado lejos la tensión con
el Gobierno de Zapatero, lo que «no gustó en el Vaticano. La oposición a
ZP la hizo él y no el PP, aunque nunca se llevó bien con Rajoy».
Detrás de esa cerrazón en la que «tachaba los nombres de las listas
en rojo» hay un hombre todo lo normal que cabe. «Es muy presumido».
Viste zapatos buenos y lustrosos, y lleva un peine en el bolsillo para
que en su cabeza no quede nada al albur del viento. Vidal dibuja a un
religioso que come muy pocos alimentos y en muy pocas cantidades «porque
es estreñido. Por eso siempre está delgado». Sus intestinos le hicieron
un gran andarín: dedica los lunes a caminar por los alrededores de un
convento de monjas de Rascafría con su secretario, el padre Ortuño.
El tiempo que no ejerce, que es poco, lo pasa en un chalé que tiene
en el Delta del Ebro o con su familia. Adora a su hermana, hizo obispo a
un sobrino y otra sobrina, misionera favorable al preservativo, es «su
conciencia progre».
Otra miembro de su familia, Magdalena Rouco, posó desnuda en 'Interviú'. Ese fue su único escándalo. Hasta hoy.
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