Comienza la asamblea estructuradora de
Podemos, la reunión que decidirá qué forma ha de tener la fuerza
Podemos, a la que sus mismos militantes se resisten a llamar partido. Y
lo hace en un clima de controversia u oposición entre varias
concepciones orgánicas de las que dos tienen por ahora mayor respaldo
colectivo: las de los Pablos, Echenique e Iglesias. No han conseguido,
aunque lo han intentado, consensuar una única que lógicamente sería
ganadora. Y se mantienen opuestas ambas opciones. Los medios, siempre
tremendistas, hablan de conflicto, buscan el toque dramático.
Así abre
hoy El Plural: Fin de semana clave para Podemos: el liderazgo de Pablo Iglesias y su presencia en las municipales, en entredicho.
¡En entredicho! Vieja institución de la Guerra de las investiduras y de
antes. Grave advertencia. Al reconocer la divergencia de criterios, los
de Podemos ya avisan de que muchos medios están muy interesados en
informar de disensiones, conflictos, enfrentamientos. Por diversas
razones. Sin embargo, aseguran, son discrepancias lógicas,
democráticamente ventiladas y que desembocarán en una unidad
fortalecida. Claro; no van a decir que piensan liarse a mojicones.
La
divergencia u oposición de criterios es de fondo, de mucho fondo, un
fondo con ecos de viejas polémicas del movimiento obrero, de la
izquierda. Los medios que, además de tremendistas, son muy
iconográficos, le dan los dos nombres y les ponen los rostros de
Echenique e Iglesias, aunque son decisiones colectivas, porque la
política, hoy, la vieja y la nueva, es mediática y está personalizada.
Y, en este caso, personalizada en estos dos dirigentes que toman sobre
sí una especie de tarea de paladines en combate singular, método
tradicional de decidir muchas veces batallas en guerras antiguas. Las
tesis de los dos Pablos se enfrentan en la arena y los demás jalean.
Desde
luego, el ejemplo es una metáfora. Pero toda metáfora define a su modo
una realidad. La divergencia de criterios no es una batalla, por
supuesto, pero es un conflicto en el sentido más aséptico y sencillo
posible. Y los conflictos, todos, solo pueden resolverse de dos modos:
vence una de las partes o llegan a un acuerdo que, por supuesto, incluye
el de tablas o empate. Todo acuerdo, todo pacto implica concesiones.
Las diferencias entre pactos radican en la cantidad y calidad de las
concesiones de unos y otros. De eso viven los asesores.
¿Qué
cabe esperar en el combate singular entre los dos Pablos? La Asamblea
decidirá. Las tesis del uno y el otro, de Claro que Podemos, CP,
(Iglesias) y Sumando Podemos (SP) (Echenique) sobre todo en el aspecto
orgánico son muy dispares y difíciles de casar. CP es más jerárquico,
tiene una estructura de partido de liderazgo y, aunque los nombres
tratan de apelar a la tradición consejista, viene a reproducir la de un
partido leninista: secretariado, con un secretario general y unos
secretarios sectoriales que aquí se llaman portavoces; una especie de
comité central, llamado consejo ciudadano y un comité ejecutivo o
politburó, llamado consejo de coordinación. Por su parte, el plan de SP
es una concepción más asamblearia y genuinamente consejista. No hay
secretario general sino una troika, la Asamblea se reúne cada dos años,
los círculos son autónomos y muy importantes y el consejo ciudadano se
provee en parte por sorteo. Pues sí, dos modelos.
El
primero, el del liderazgo, cuenta con la gran sinergia del de Iglesias,
que es apabullante. Y si, al fin y al cabo, aquí de lo que se trata es
de ganar las elecciones y gobernar, como repiten los de Podemos a
quienes quieren escucharlos, resulta estúpido prescindir de esa vis
atractiva poderosa que se desprende del carisma, mediáticamente
multiplicado, de Iglesias. El segundo, el modelo más colectivista,
horizontal, asambleario, desconfía del culto a la personalidad del
liderazgo y espera el triunfo electoral de una movilización y
participación ciudadanas crecientes porque esa es la base misma de la
democracia.
Me
temo que, por muchas concesiones que se hagan las partes con afán de
conservar la unidad, los dos modelos no sean compatibles y que
prevalecerá uno u otro. Que el lector barrunte.
Las
demás propuestas orgánicas ofrecen elementos de acuerdo porque tienen
muchas coincidencias: limitación temporal de los mandatos, revocabilidad
de cargos, transparencia financiera. La dificultad sin duda no radica
aquí en el acuerdo sino en su posterior factibilidad. La bondad del
principio de limitación de mandatos no es evidente por sí misma. Se basa
en la natural desconfianza hacia la esencia corruptora del ejercicio
del poder. Y, sí, algo de eso hay en la historia. Pero también es cierto
que, si alguien, por la razón que sea, no se corrompe y la gente lo
elige una y otra vez democráticamente, no hay razón para frustrar ese
deseo de los electores. Recuérdese, a Robespierre lo llamaban el
"incorruptible" y hubo que desalojarlo a tiros.
De hecho, la práctica moderna, que se implantó en tiempos de F. D. Roosevelt en los EEUU, obedeció al deseo de los republicanos de quitarse de encima un presidente demócrata al que no ganaban en las elecciones. A lo mejor lo más razonable no es limitar mecánicamente los mandatos sino impedir que los mandatarios se corrompan y tomar medidas cuando eso suceda, y no porque sí. Recuérdese que algunos presidentes latinoamericanos precisamente de izquierda tuvieron que reformar las constituciones para prolongar la cantidad de mandatos. Así que, en efecto, a lo mejor es más prudente aplicar la revocación a todos los casos y nos ahorramos limitar nada.
De hecho, la práctica moderna, que se implantó en tiempos de F. D. Roosevelt en los EEUU, obedeció al deseo de los republicanos de quitarse de encima un presidente demócrata al que no ganaban en las elecciones. A lo mejor lo más razonable no es limitar mecánicamente los mandatos sino impedir que los mandatarios se corrompan y tomar medidas cuando eso suceda, y no porque sí. Recuérdese que algunos presidentes latinoamericanos precisamente de izquierda tuvieron que reformar las constituciones para prolongar la cantidad de mandatos. Así que, en efecto, a lo mejor es más prudente aplicar la revocación a todos los casos y nos ahorramos limitar nada.
Pero
la revocación tampoco es cosa tan sencilla como parece. Si se
establece, ¿cómo se garantiza que no la van a usar unas facciones para
derribar a los cargos de otra con motivaciones poco confesables? Fiar
todo a un infalible olfato del electorado para detectar fraudes quizá
sea ingenuo. No cabe olvidar que, como regla general, es más fácil
conseguir que la gente vote en contra de alguien o algo que a favor.
Aplaudo
a rabiar que haya una coincidencia, casi unanimidad, en imponer un
criterio de igualdad completo, movido por un colectivo feminista de
Podemos. Pero quizá quepa añadirle algo. A lo mejor ya está propuesto
pero, por si acaso, consiste en aplicar siempre, de modo obligatorio,
una perspectiva de género en todos los debates, todas las discusiones,
todas las decisiones y propuestas. Es inadmisible, pero muy frecuente,
sostener que, como se está animado del más noble y radical espíritu
feminista igualitario y no se concibe un futuro en que esa igualdad no
sea tan natural que ni se mencione, cabe ahorrarse preocuparse por ella
ahora. Incluso se puede transigir con ciertas desigualdades tan
inevitables como transitorias y en las que no cabe invertir energías y
recursos, siempre escasos, porque de lo que se trata es de conquistar el
futuro.
Es
muy interesante y decisivo para la izquierda y el conjunto del sistema
político español lo que está discutiéndose en esa Asamblea. La visión
convencional y tópica de los medios, sobre todos los que quieren meter
cizaña, que son muchos, no vale para nada. Y los ataques y críticas
procedentes de los otros partidos, algunos de los cuales se sienten
amenazados por la existencia de Podemos, aun valen menos. Eso sin contar
con que ocuparse de ellos significa, en realidad, ocuparse de asuntos
cuyos vuelos teóricos y conceptuales suelen ser gallináceos. Cito tres.
El primero, la pelea entre Sosa Wagner y la dirección de UPyD o, mejor
dicho, Rosa Díez, con la rabieta del primero que dice abandonar la
organización para recuperar su libertad. Ahora nos enteramos de que
militar en un partido y representar a los ciudadanos en un órgano como
el Europarlamento es no tener libertad.
El
segundo, la recuperación que ha hecho Pedro Sánchez del espíritu de
Suresnes en el cuadragésimo aniversario. No está mal en la medida en que
es parte de la campaña del neófito líder por adquirir relevancia
pública. Reunir en torno suyo a glorias decrépitas como González y
Guerra tiene un aroma camp pero no parece muy eficaz para su
propósito. El tándem González-Guerra fue a revitalizar un partido
moribundo, apagado, mortecino, vencido, sin más ilusión que sobrevivir
en los asilos del exilio. Sánchez, hoy, tiene que impulsar, vigorizar
una maquinaria apelmazada, burocratizada, corroída por los intereses
creados, las rutinas, las banderías y lealtades y acostumbrada a vivir
bien.
El
tercero, en el PP vuelve a reinar la amnesia. Aznar no ha dicho nada
respecto a Blesa y Rato, dos de sus hombres de máxima confianza; no se
acuerda de ellos. Y Rajoy ha olvidado el nombre de Rato como en su día
olvidó el de Bárcenas. Pero, sea por lo verbal o lo gestual, por lo
explícito o lo implícito, la crónica del PP es tangencial siempre a la
de los tribunales.
Así
que los dos lugares de España en los que el debate político tiene mayor
altura, aunque por razones distintas, son la Asamblea de Podemos y
Cataluña. Es una pena que no se crucen.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED
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