Cuando los analistas políticos más radicales se enfadan suelen llamar a
España "país tercermundista" o "república bananera". Hacen peyorativa
referencia a dos modelos imaginarios y, por supuesto, extranjeros y
señalan cuánto se les parece nuestro país. No son expresiones muy
afortunadas porque a quien verdaderamente se parece España es a ella
misma, cuyas rarezas y peculiaridades dejan muy chicas las de aquellos.
España es un desbarajuste secular y sus raíces se encuentran en su
propio y genuino ser; es la heredera de la corte de los Austrias,
pobladas por frailes, monjas, enanos y bufones; la de los Borbones y sus
francachelas; la de la Corte valleinclanesca de los milagros; la de la
Celtiberia Show del llorado Carandell.
Las
tarjetas negras están afiladas como guadañas que van segando gañotes de
gente respetable. Como títeres de guiñol caen exministros y
vicepresidentes del gobierno, decanos de colegios profesionales,
notorios empresarios, representantes políticos. Gentes que hasta ayer
predicaban moderación a los demás, sacrificios, trabajar más y ganar
menos, renunciar al salario mínimo, al digno, al subdigno y al ínfimo;
pechar con todo tipo de subidas y recortes. Ciudadanos ejemplares,
puentes entre el pueblo y unas autoridades que hacen cuanto pueden.
Compatriotas a quienes ahora quema el dinero obtenido de las mágicas
tarjetas que eran como genios serviciales de las mil y una noches, y
andan devolviéndolo en donde pueden. Coge el dinero y corre... a la
ventanilla de Hacienda.
Las comparecencias parlamentarias de ayer. El nuevo ministro de Justicia, Catalá, quien tuvo que encajar a barba firme una intervención demoledora de un diputado de Amaiur,
acusando a la policía española de torturar y con documentos
internacionales, aclaró modestamente que solo queda un año de
legislatura y que quizá no le dé tiempo a deshacer el desbarajuste que
ha organizado su predecesor Gallardón en todos los ámbitos de la
justicia. Forma parte del desgobierno más acrisolado: tres años para
desbaratarlo todo y uno para recomponerlo. De la comparencia de la
ministra de Sanidad ya se ocuparán las revistas Mongolia y El Jueves, que son sus espacios naturales, y el Gran Wyoming
por supuesto. De sus tareas se ocupa la vicepresidenta. Va a ser el
primer caso de la historia de ministra con cartera sin cartera. Algo
único, como Dios manda.
En
los medios atruena el desbarajuste en marcha. Suspende el ánimo
escuchar en el 74 aniversario del asesinato de Lluís Companys a un
tertuliano que fue portavozarrón del gobierno de Aznar diciendo que a
Mas le falta un fusilamiento. Añade este fino comentarista de la
actualidad que lo han "malinterpretado". Y no lo dudo. Pero no porque lo
hayan interpretado mal sino porque él no sabe hablar. Seguramente
quería decir que, a fuerza de buscar protagonismo y huir hacia delante, a
Mas le vendría de miedo que lo fusilaran para poder decir luego: "Aquí
estoy, fusilado, por amor a la Patria". Pero le faltan recursos
literarios para dibujar su imagen y dice lo que dice. No dudo de que no
quiere que fusilen a Mas. Entre otras cosas, porque, si se le hubiera
ocurrido, lo habría dicho. España y yo somos así, señora.
Y,
cómo no, la ebullición catalana. Al tiempo que el sistema político
catalán digiere el cambio de escena impuesto por Mas, el movimiento
soberanista ha convocado una manifa pro consulta, independentista, para
el próximo diumenge en la Plaza de Catalunya. Es un reto directo lanzado
a los nacionalistas españoles que se manifestaron hace cuatro días en
el mismo punto. Esperan los catalanistas que las comparaciones sean
abrumadoras. ¡Con lo fácil que hubiera sido sentarse hace meses a
negociar una consulta democrática que permitiera saber de cierto qué
piensan los distintos sectores de la sociedad catalana! Hubiera evitado
al gobierno y, de paso, al Estado estos espectáculos lamentables en los
que la negra honrilla del nacionalismo español aparece en toda su
miseria: manifas escuálidas, fascistas brazo en alto, arzobispos que
piden a los independentistas que pasen por el confesionario o la cabra
de la legión.
Se oyen algunas tímidas voces intentando cambiar la melodía. Hasta El País, convertido en buena parte en vocero del gobierno, reconoce que la sola invocación de la legalidad no es suficiente y reclama medidas políticas, es
decir, que se negocie y no al modo de Rajoy, negándose a toda
negociación, si no de verdad. Seguramente es el criterio de sus
accionistas extranjeros quienes, no estando inmersos en el desbarajuste
general, ven las cosas con algo más de ese sentido común del que Rajoy
presumía tanto como, según se ve, carece de él.
Al tiempo, El País,
creyéndose heredero de sí mismo, analiza en el citado editorial la
situación política interna de Cataluña e insiste en el enfrentamiento
abierto en el bloque soberanista sin dar ni una. Claro que hay
enfrentamiento y división y los aliados discuten agriamente. Pero
mantienen una unidad estratégica, no porque las partes sean prudentes,
sino porque no pueden hacer otra cosa. ERC acepta lista única en unas
elecciones anticipadas siempre que Mas no la encabece, que dimita. Pero
Mas sigue siendo el líder, el que toma las decisiones, el que manda en
Cataluña, aunque Rajoy no se haya enterado o quizá por eso. Suya es la
iniciativa, la que El País suplica al gobierno central que tome,
porque tiene opciones coaliciones y alianzas parlamentarias alternativas
para seguir gobernando, aplazar las elecciones y recuperar el terreno
perdido. Los dos partidos dinásticos están locos por pactar con él,
juntos o por separado. A ninguno de los sectores soberanistas interesan
esas posibles alternativas; a ERC porque postergan el momento de la
confrontación y clarificación final y el posible sorpasso; a
CiU porque la presentan bajo una luz poco favorecedora a su perfil
nacional catalán. Así que lo lógico será que hagan cuanto puedan para
evitarlas y mantener la unidad de acción. Será además lo que
probablemente les exigirán los manifestantes del diumenge.
A
Rajoy se le rompe España y ni se entera o hace como que no se entera.
Aplica su conocido ardid de ignorar cuanto no le interesa. Así como las
gentes primitivas piensan que aquello que no se nombra no existe, Rajoy
silencia lo que lo incomoda. Pasó meses sin pronunciar el nombre de
Bárcenas pues de esta manera lo desmaterializaba, lo "descreaba", lo
borraba del mundo de los vivos. Y no, Rajoy no es un primitivo; es el
expresidente de la Diputación de una pequeña capital de provincia de la
que el saber popular gallego dice que "duerme". Ese es el espíritu que
ha trasladado al gobierno del Estado. Así, sale a la calle como el que
sale a la Alameda por la tarde, y va diciendo a sus convecinos que
"España es una gran nación". Sus asesores, alguno de los cuales debe de
haberse enterado de cómo han procedido los británicos con su referéndum,
le han hecho decir que en España todos queremos mucho a los catalanes.
Lo cual ya tiene mérito y papo para alguien que, estando en la
oposición, encabezó una recogida de firmas por toda España en contra del
Estatuto catalán y se hizo fotografiar muy orgulloso a la vera del
Congreso de los Diputados con enormes valijas en las que, decía, había
cuatro millones de votos en contra del estatuto de esos catalanes a
quienes tanto quiere; tanto que no los deja votar, no sea que se
envicien.
La
gran nación como Dios manda, espléndidamente representada en su
presidente, cruzó la frontera para explicar a los europeos nuestro
exitazo en materia de lucha contra el ébola. Los europeos aprovecharon
para felicitar al presidente, según afirmó este a su regreso a España.
Al día siguiente, Obama convocaba una videoconferencia con los líderes
europeos de Italia, Francia, Alemania y el Reino Unido, ignorando al
héroe del momento, el de la gran nación. Pero sin duda no le importará
pues sabe que los europeos transmitirán a Obama las sabias consejas que
él les dio. ¿No lo habían felicitado por ellas?
Nada
de país tercermundista ni república bananera. Puro desbarajuste,
desgobierno como Dios manda, caciquil y corrupto en el estilo clásico de
la primera restauración, irresponsable y ciego ante la magnitud de los
problemas a los que se enfrenta.
(*) Catedrático de Ciencia Política en la UNED
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