Como Palinuro carece de ciencia infusa,
no está en posesión de verdad absoluta alguna y carece de títulos para
ir por ahí repartiendo credenciales de nada, considera que el PSOE es un
partido de izquierda. Quizá no sea tan de izquierda como otros, pues en
esto de la ideología, como en todo, hay gradaciones. Pero de izquierda.
Se basa para ello en el hecho de que los propios socialistas afirman
serlo y parece razonable iniciarse en lo debates otorgando algún crédito
a lo que dicen las partes interesadas.
Si duda, cuando afirman ser de
izquierda, los socialistas pueden estar mintiendo. La mentira es uno de
los atributos que definen a los seres humanos como racionales. Pero
también pueden estar mintiendo quienes les niegan tan codiciada
condición izquierdista y se la reservan para sí. Aunque se tipifique
como un mal, la mentira es una forma de bien público en el sentido de
los economistas, esto es, algo que pertenece a todos y de lo que nadie
puede ser excluido.
En
los últimos años se ha producido un cambio en la actitud general del
PSOE que ha inducido una creciente opinión popular de que el partido ha
dejado de ser de izquierda. Cuántos años en concreto en cosa sujeta a
las exigencias de cada cual. Hay quien dice que tres, otros diez, otros,
cuarenta. Va en pareceres. En todo caso los suficientes para que haya
crecido llamativamente la intención de voto de una izquierda más a la
izquierda y se equipare con frecuencia al PP con el PSOE.
Ahora
el PSOE muestra clara voluntad de enderezar entuertos, disipar dudas,
recuperar su discurso genuino, mostrar su rostro de izquierda. Es más o
menos creíble pero Palinuro aplica aquí el mismo criterio de conceder un
voto de confianza a lo que se dice. No siendo, además,
sectario, sostiene que lo importante es que haya un voto mayoritario de
izquierda. No es de recibo que gobierne la derecha porque aquella es
incapaz de ponerse de acuerdo.
Con
ese espíritu constructivo, Palinuro aconseja al PSOE recuperar el
crédito perdido mostrando que se toma en serio la tarea. Para ello debe
marcar distancias nítidas con el PP en todos los terrenos, incluido el
de la organización territorial del Estado; o sea, Cataluña. El PSOE no
puede decir que en esto está detrás del PP sin fisuras. La gente
no es tonta y puede entender que entre la independencia y la represión
sin más hay posiciones intermedias de negociación que posibiliten
acuerdos en los que no se menoscaben los justos derechos de nadie. Los
justos. No lo injustos.
Ese
distanciamiento debe ser total. No cabe seguir actuando como comparsa
en un esperpento en el que se hace pasar como política la actividad de
un gobierno apoyado por un partido que los jueces consideran una posible
organización de malhechores y presidido por alguien bajo acusación de
haberse lucrado con la corrupción.
Y
también tiene que marcar las distancias por el otro lado con Podemos,
que representa un reto de absorción de votos socialistas tradicionales
mucho más fuerte de lo que nunca fue IU. El hecho de que los novísimos
se apropien de la bandera de la socialdemocracia debiera suscitar una
respuesta rápida del PSOE. Al fin y al cabo, están arrebatándole la
marca de fábrica, normalmente un activo muy importante en toda empresa
colectiva.
¿Qué debería hacer? Es obvio: elaborar un relato sucinto y
claro de lo que la socialdemocracia ha hecho en España de bueno,
reconocer lo que haya hecho de malo y proponer enmiendas creíbles. Y
atenerse a él. Y difundirlo. Está en su derecho. Como lo está Podemos en
dudar de su sinceridad. Y vuelven a estarlo los socialistas cuando
dicen que, pues lo mejor resulta ser la socialdemocracia,
socialdemocracia por socialdemocracia, más vale apostar por la auténtica
que por la prometida.
Dos
últimas cuestiones. La izquierda socialdemócrata no tiene por qué ser
antimonárquica. Los partidos socialdemócratas nórdicos y de otros países
europeos conviven con la monarquía. Pero tampoco tiene por qué ser solo
monárquica y menos en España. También puede ser republicana. En gran
medida lo es y, por tanto, el PSOE debe matizar su reciente monarquismo
para reconocer la legitimidad de la república y el derecho de la gente a
decidir entre una y otra.
La
segunda cuestión, la Iglesia. No hay ninguna razón para que el PSOE no
se comprometa ya a denunciar los Acuerdos con la Santa Sede y separar de
una vez eficazmente la Iglesia del Estado para que aquella deje de ser
un Estado dentro del Estado y admita su condición de asociación privada.
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