El rey Felipe VI tuvo que hacerse acompañar de las
autoridades del Estado durante su primera visita a Barcelona. Ese es,
sin duda, el principal titular del vacío dispensado por las autoridades
catalanas cuando llegó este domingo al Palau de la Música
para presidir la cena de gala del congreso internacional de telefonía
móvil.
Si dentro del Palau fue el vacío, en el exterior del coliseo
musical la noticia fueron las ruidosas protestas. Hasta diez calles
adyacentes habían sido acordonadas por los Mossos d'Esquadra
para impedir el acceso de los manifestantes al perímetro oficial. Tan
solo la Via Laietana estaba despejada desde su acceso sur para que
pudiera acceder sin problemas de tráfico la comitiva oficial.
Vacío institucional, protestas en la calle y cassolada importante
en muchísimos municipios de Catalunya para hacer evidente la protesta
por la visita. Así transcurrieron las dos primeras horas de la estancia
real en Barcelona.
Por si alguien tenía dudas, el clima de malestar expresado después del discurso del Rey del pasado 3 de octubre persiste
de una manera importante en Catalunya. El espectacular operativo
policial y las protestas así lo reflejan. Hay un antes y un después de
aquel 3 de octubre, de la supresión de la autonomía en Catalunya, de la
destitución del Govern y del exilio del president y cuatro consellers a
Bruselas y la posterior entrada en prisión del resto del Ejecutivo
catalán.
Por no hablar de la prisión de los Jordis y las citaciones en
calidad de investigados de varios cientos de alcaldes y la represión del
referéndum del 1 de octubre. Ante todo ello, la Corona, lejos de
cumplir un papel arbitral, ha tomado partido de una manera nada dudosa.
Las elecciones del 21 de diciembre han repetido la mayoría
independentista y nadie parece haber asumido desde Madrid que las viejas
recetas ya no valen. El discurso del monarca -10 párrafos en inglés, 3
en castellano y 3 en catalán- , ajeno a cualquier contingencia, pasó de
largo de la situación política. Y no aparece ninguna referencia
temporal en el texto, que bien pudiera ser el mismo que leyó la última
vez.
En
la mesa presidencial, aunque no en el sitio que le tocaba, ya
que estaba ostentosamente excluido de su posición, el president del
Parlament, Roger Torrent, con lazo amarillo en la solapa, no aplaudió
la intervención del jefe del Estado. Sí que lo hizo, en cambio, la
alcaldesa Ada Colau, muy
acostumbrada a hacer una cosa y la contraria al mismo tiempo. Desde
Bruselas, el president Puigdemont había advertido por la mañana que el
Rey sería bienvenido a Catalunya cuando pidiera perdón. Algo que
obviamente no se produjo ni parece que se vaya a producir.
(*) Periodista y ex director de La Vanguardia
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