Casi todas las grandes novelas del XIX y muchas de las mejores
narraciones de todos los tiempos tienen como protagonista a un trepa.
Trepa es Julien Sorel y Lucien de Rubempré, Fermín de Pas y hasta
Marcel, el narrador de la À la Recherche, aunque quizá a este último deberíamos encuadrarlo mejor dentro de la categoría de los snobs.
El snob viene a ser un trepa algo más refinado y quizá no tan
ambicioso, pues en el fondo la única meta que se propone el snob es
entrar en los salones de los ricos y poderosos para codearse con ellos.
Al trepa, sin embargo, eso de codearse y fardar de relaciones no le
llama demasiado la atención. El trepa, si entra en los salones, es
mayormente para enriquecerse y adquirir poder.
El trepa no ceja hasta que no llega a la cúspide, aunque para ello
tenga que valerse de todas las malas artes que los libros de moral
siempre han censurado. La hipocresía, la adulación y la falta de
escrúpulos son algunos de los atributos más visibles del trepa, quien,
con tal de alcanzar sus objetivos, mentirá, prevaricará o traicionará al
mejor amigo. El trepa es un ser indigno. Su única lealtad es a su
propia persona.
Nombré antes, entre otros, a Julien Sorel y a Lucien de Rubempré,
pero en realidad es injusto calificar a estos dos personajes de “trepas”
sin más, pues en los dos hay un fondo trágico del que carece por
completo el trepa de casta. El trepa no tiene nada de romántico ni de
noble en sus acciones, las cuales vienen motivadas más que por un
resentimiento de clase –aunque también–, por una mediocridad intrínseca.
El trepa es mediocre, vergonzosamente mediocre, y de ahí su
parasitismo. A sabiendas de que poco puede aportar por su trabajo ni por
su inteligencia ni, claro está, por su posición social, desde muy joven
aprende a mimetizarse con aquellos que más tienen, pueden o saben.
El trepa suele ser un experto en saber qué decir o qué callar delante
de sus valedores, cuidándose en todo momento de soltar una mala palabra
o una palabra de más. Sus dichos o sus hechos nunca surgen del corazón,
sino de una cabeza que calcula muy bien las consecuencias antes de
mover ficha, como si su vida no fuera otra cosa que un tablero de
ajedrez donde lo que importa es dar jaque mate a quien poco antes le dio
la mano.
El trepa sabe posicionarse muy bien en cualquier situación que le
presenta la vida. No se verá nunca a un trepa que vaya de pie por mucho
tiempo en el vagón de un metro; y, como ya se ha dicho en algún otro
sitio, el trepa es todo aquel que entrando por detrás de alguien en una
puerta giratoria sale siempre por delante.
El trepa se da en todas las sociedades y en todas las profesiones,
aunque su presencia resulte endémica en la política, en las finanzas y
en el mundo de la cultura, probablemente porque estas actividades
propician mucho más el tráfico de influencias y los trapicheos que si
uno se dedica a poner empastes en una clínica dental, amasar pan en una
tahona o escribir programas informáticos para Microsoft o Apple.
El trepa es por la mayor parte un parásito social del que no se puede
esperar nada bueno. En cantidades moderadas una sociedad lo soporta
mal que bien, pero ¡ay de aquel país que se encuentra con un exceso de
trepas en el gobierno, en los estamentos financieros y hasta en la
redacción de los periódicos!
(*) Profesor titular en el Queensborough Community College y el Graduate Center de la Universidad de Nueva York (CUNY)
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