El ayuntamiento de Tarifa ha aprobado la construcción de más de 300
viviendas y 1.400 plazas hoteleras junto a la playa de Valdevaqueros.
Si no lo evitamos, este paraje único, libre de construcciones, y
ubicado entre los Parques Naturales del Estrecho y los Alcornocales,
puede caer bajo la nueva ola del ladrillo. No es el único. Como si
nada hubiera ocurrido en España en estos últimos años, se suceden
los nuevos proyectos urbanísticos en los lugares más bellos de nuestro
litoral. Es el neoladrillismo.
Así, aquellos parajes que por estar peor comunicados, o por haber sido
emblemas de la protección ambiental, se han librado del brutal
urbanismo de la última década, están ahora muy amenazados. Se trata de
lugares singulares de especial belleza, y hasta ahora prácticamente
vírgenes, que lograron sobrevivir de la voracidad urbanística.
Hablamos por ejemplo de la playa de Es Trenc, en Mallorca. Un inmenso
arenal que ha sufrido varias veces la amenaza de construcciones, pero
que hasta ahora se había mantenido incólume gracias a la tenacidad de
los grupos ecologistas, en especial del incansable GOB. En Murcia la
amenaza se cierne sobre las costas de cabo Cope, hasta ahora ajenas al
ladrillazo que inundó otras zonas de su litoral como La Manga del Mar
Menor. En Almería es el Cabo de Gata el espacio sometido al riesgo de
una nueva ola del ladrillo, como si no estuviera grabada en nuestra
retina la imagen de ese espantoso hotel en la playa de El Algarrobico.
Pero ¿cómo es posible que esto ocurra con la que está cayendo
precisamente como consecuencia de un urbanismo salvaje y de una burbuja
inmobiliaria que no se supo o no se quiso parar? Ahí tenemos a Bankia,
arrastrada al abismo precisamente por los activos tóxicos procedentes
del ladrillo. Un abismo que parece arrastrarnos a todos y que, si no se
remedia, va a costarnos miles de millones de euros de dinero público
mientras se recortan servicios básicos para la ciudadanía.
Sin embargo, parece que esté modelo, el de los 5 millones de parados,
sigue teniendo defensores en diferentes instancias y que podría volver.
La falta de alternativas de los grandes partidos le abre el camino.
Ahora no vendrá de la mano de una banca fuertemente endeudada, sino a
través de inversores o fondos extranjeros específicos que buscan dónde
invertir.
El neoladrillismo no es masivo, ni se da en cualquier parte. Busca
lugares de especial valor para proyectos de alto standing que puedan
comercializarse
perfectamente entre inversores extranjeros.
Puede ser un buen negocio
para ellos, pero en España sólo dejará más destrucción agotando todavía
más el atractivo turístico de nuestra costa, a cambio de muy poco.
Ya hemos visto lo que nos ha traído la economía del ladrillo. Volver a
escuchar los mismos argumentos de hace una década para justificar que
se enladrille la playa de Valdevaqueros en Tarifa es inaceptable. No
debemos permitirlo. No podemos consentir que una vez más se engañe a la
gente con un falso desarrollo cuyas consecuencias ya conocemos. Tenemos
que decir no. Otra vez no.
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