Siendo penosa, antidemocrática y rabiosamente anticonstitucional la
bronca del Rey ayer al Presidente del Gobierno por tener a Wert como
ministro y a Wert como ministro del Gobierno de España (cinco horas
después, desmentida a medias por la Casa Real) aún fue peor la reedición
en papel cuché del Príncipe de Asturias del tomo en rústica de su
padre.
Al Rey, despóticamente entrometido, puede excusársele –si es que queda
alguien que lo quiera- por el desgaste propio de los años, el peso de su
oscura fortuna o las malas compañías, íntimas cuanto onerosas. Pero al
Príncipe puede achacársele algo mucho peor: seguir la torcida senda de
su padre, que se resume en halagar a la izquierda y el separatismo
mientras se preocupa de silenciar a la derecha nacional. El intolerable
comportamiento del Rey ayer fue la prueba de que esta corona no merece
la Jefatura del Estado. La locuacidad desnortada del Príncipe augura que
el futuro Jefe del Estado Español no llevará corona, si ésta es incapaz
de conservar la cabeza y de guardarle el respeto debido a la nación.
En los últimos años, por razones de mera prudencia histórica –el ya
lejano fracaso de las dos repúblicas- y de razonable precaución nacional
–el Rey como último valladar político y militar frente al separatismo-
hemos querido mantener la esperanza de que el Príncipe no seguiría el
camino de baldosas doradas que su padre transita desde el 23F de 1981 y
la llegada del PSOE al Poder en 1982.
Las maneras educadas que suelen mostrar los Príncipes, lejos de la
falsa campechanía del Rey, no hacen difícil –aunque siempre no resulte
fácil- este trato cortés. Sin embargo, ayer Felipe asumió como propias
tan groseras mentiras, tan burda colección de majaderías progres, que
comprometió, sin necesidad, a la propia institución cuya continuidad
debe asegurar. Si lo que el heredero del Trono quiere mantener es esta
Corona que su padre ha convertido en coartada vagamente medieval de una
política rabiosamente antinacional, tal vez disfrute del afecto de su
familia. Del cargo, le va a resultar dificilísimo.
Mediante la fórmula oscurantista del off the record, es decir, del
secretismo a voces y del discreteo indiscreto, el Príncipe dijo ayer,
según El País - órgano oficioso de la Zarzuela, corroborado por
las agencias y demás medios- que "Cataluña no es un problema". ¿Pero en
qué país vive Felipe? Debe de ser el único que no se ha enterado del
abierto separatismo catalán, porque hasta su padre firmó hace pocos días
en la web de la Casa Real una torpe disquisición sobre galgos y
podencos en la que exhibía una cobarde cuanto inútil equidistancia entre
españoles y antiespañoles.
Pero el hijo fue ayer aún más lejos que el padre: "Confío más en la
Cataluña real que en la espuma que estamos viendo con lo que hacen unos y
otros". O sea, que la manifestación por la independencia promovida por
la propia Generalidad, el espectáculo secesionista del Nou Camp, la
votación en el Parlamento catalán de un referéndum separatista, la aún
más apabullante votación en el Parlamento Nacional declarando ilegal ese
referéndum, la salida a la calle en el mismo momento en que el Príncipe
desvariaba ante los periodistas de decenas de miles de catalanes contra
el proyecto separatista de Artur Mas no son manifestaciones de la
Cataluña real, ente esquivo, invisible para la mayoría de catalanes y
españoles, sólo al alcance intelectual de Don Felipe.
Puesto a meterse en jardines y pisar arenas movedizas, el Príncipe
aseguró que hay catalanes que "no encuentran siglas para su opción
política". No sé tanto como él de la Cataluña real pero hasta donde sé
esos insatisfechos pueden formar el partido que quieran y con las siglas
que les dé la gana. En cuanto a opciones políticas, hoy en Cataluña hay
dos: independizarse de España o continuar formando parte de ella. "La
Casa Real seguirá haciendo lo que hemos hecho siempre", añadió el
Príncipe. O sea, nada.
Pero lo peor es eso de "lo que hacen unos y otros". Lo que hacen unos
es atacar a España y lo que hacen otros es defenderla. Si al Príncipe de
Asturias le parecen actitudes política y moralmente similares, si el
heredero del Trono de España piensa que su tarea es mantener la misma
distancia con los que atacan y los que defienden esa nación que él
debería cuidar, siquiera para reinar en ella, reconozco que me he
llevado un chasco. Me equivoqué al pedir que su progenitor, cómplice de
Zapatero y Mas en el Estatuto de Cataluña que ha destruido el régimen
constitucional, abdicara en un Príncipe libre de ataduras y negocios.
No hay atadura más fuerte que la intelectual ni peor negocio que la
obcecación dinástica. Si la abdicación supone la continuidad política y
no sólo institucional, puede seguir el Rey atropellando la nación
española y protegiendo el naciente Estat Catalá. No será por mucho
tiempo ni le queda demasiado al Príncipe para rectificar. Si no lo hace,
acaso dentro de poco le sobren horas para pensarlo. Hoy, mi obligación
es avisar lealmente, como español, de que una corona sin cabeza acaba
siendo, fatalmente, una cabeza sin corona.
(*) Profesor de Enseñanza Secundaria
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