Mark Twain, uno de los autores más críticos de la sabiduría
convencional que ha tenido EEUU, escribió frecuentemente que el concepto
de patriotismo, en cualquier país, es uno de los más utilizados para
esconder intereses de grupos sociales que quieren mantener, por todos
los medios, sus privilegios utilizando el sentimiento patriótico como
mecanismo de movilización popular, identificando sus intereses
particulares con los intereses de lo que llaman patria. Antonio Gramsci,
en Italia, uno de los analistas más importantes que han existido en
Europa de cómo el poder se reproduce en las sociedades, subrayó con gran
agudeza la función ocultadora de los símbolos de la patria para
defender los intereses de las clases dirigentes.
España (y
Catalunya dentro de ella) es un ejemplo claro de lo que Mark Twain y
Antonio Gramsci indicaron. Las derechas han sido siempre las que se han
presentado como las grandes defensoras de la patria, defensa que
requiere los máximos sacrificios de los que están a su servicio. Uno de
los eslóganes de la Guardia Civil (el cuerpo de policía armado que
históricamente ha tenido la función de mantener el orden público y
reprimir cualquier agitación social que cuestionara las relaciones de
poder existentes en España) era “Todo por la patria”, lo que
podía significar incluso la pérdida de la vida de los guardias civiles
aunque también, mucho más frecuentemente, la de los represaliados. La
Monarquía, el Ejército y la Iglesia han sido siempre las estructuras
institucionales que han defendido el poder de los grupos dominantes en
las esferas financieras y económicas (y, por lo tanto, políticas y
mediáticas) del país, utilizando el amor y el compromiso con la patria
como mecanismo de movilización popular en defensa de sus intereses. Las
pruebas históricas que avalan esta utilización de la patria para dichos
fines particulares son robustas y abrumadoras.
Tales
instituciones de derechas son pues las que se consideran a sí mismas
como las defensoras de la patria. Hace sólo unos días, el diario
monárquico profundamente conservador ABC ponía en portada a la
Duquesa de Alba como la gran defensora de la patria española acusando a
los catalanes de ser poco patriotas (11 Nov. 2012). Tal personaje es una
de las terratenientes más importantes de España y está entre los que
reciben mayores subsidios del estado español y de la Unión Europea, a
cargo del erario público. Su linaje familiar, por cierto, ha jugado un
papel clave, junto con otros terratenientes, en reproducir una situación
en el campo andaluz responsable, en gran parte, de la pobreza de las
poblaciones rurales de aquella parte de la patria española.
Pero
la credibilidad de tal tesis (de que las derechas son las que sostienen
el patriotismo) depende, en gran medida, de lo que se entienda por
patriotismo, el cual, como la mayoría de sentimientos, no es fácil de
definir. Después de todo, ¿qué quiere decir amor a la patria?
¿Qué es patriotismo?
Pero, independientemente de las muchas maneras mediante las que tal
concepto y sentimientos puedan definirse, sí que debería haber un
componente que coincidiera en todas las definiciones posibles. Y éste es
que el amor a la patria debería incluir amor a la ciudadanía de la
entidad así definida. No se puede amar a España (o a Catalunya) sin
estar dedicado al bienestar de la población que constituye tal país
(España y/o Catalunya). Y, puesto que la mayoría de la población
pertenece a las clases populares, un indicador de patriotismo debería
incluir como elemento definitorio el compromiso y dedicación a la mejora
del bienestar de las clases populares.
No se puede amar a España (y a
Catalunya) sin este compromiso, pues de lo contrario se tiene una visión
excesivamente esencialista, casi mística, de lo que es la patria, una
concepción poco coherente con la vida real de las personas. En realidad,
si la definición de patriotismo no incluye un compromiso por mejorar la
vida y bienestar de la mayoría de la población, entonces hay que
sospechar que el concepto de patriotismo está siendo utilizado,
confundiendo los intereses de la patria con los de un sector minoritario
de la población.
Parecería, pues, razonable aceptar, incluso
por las derechas, que un elemento común de tal patriotismo fuera la
dedicación de las fuerzas patrióticas al bienestar del pueblo, que en
términos cuantitativos, serían las clases populares, clases populares
que en cualquier país incluyen las clases trabajadores y las clases
medias de renta media y baja.
¿Son patriotas las fuerzas que se autodefinen como tales?
Pues bien, tal dedicación puede evaluarse incluso numéricamente. Como
decía Mark Twain, el amor no puede cuantificarse, pero sus consecuencias
sí. Veamos, pues, los datos. En aquellos países de Europa donde las
derechas (que se autodefinen como las fuerzas patrióticas) han tenido
más poder históricamente, tales como el Sur de Europa (España, Grecia y
Portugal), el nivel de desarrollo económico, social y político ha sido
el más bajo de la Unión Europea. Los datos son abrumadores.
Tanto el PIB
per cápita como el gasto público social per cápita, o el número de
recursos públicos (desde transferencias públicas, como pensiones, hasta
servicios públicos, como sanidad y educación, que contribuyen
enormemente al bienestar y calidad de vida de las clases populares) han
sido, y continúan siendo, los más bajos de la UE-15. Es también en estos
países donde los ingresos al Estado son los más bajos, donde la
política fiscal es más regresiva y menos redistributiva, donde hay más
fraude fiscal y donde hay mayores desigualdades y concentración de la
riqueza.
Estos datos permiten, entonces, hacerse la pregunta
¿dónde está el amor a España de los súper patriotas españoles? Su
compromiso con el bienestar de la población parece estar muy sesgado
hacia ciertos grupos y clases sociales, a costa de los intereses de la
mayoría de sus poblaciones. La evidencia de ello es abrumadora. Así como
es también abrumadora la evidencia de que este sesgo clasista del
patriotismo aparece en varios momentos de la historia de este país. En
todos ellos, cuando el gobierno elegido por la ciudadanía a través de
procesos democráticos llevó a cabo políticas públicas que beneficiaron a
las clases populares, reduciendo los privilegios de los grupos y clases
sociales antes mencionados, las derechas superpatriotas se rebelaron
militarmente para interrumpir tales políticas.
En España, los
superpatriotas –la Iglesia, el Ejército, la Monarquía, la banca y la
oligarquía empresarial- establecieron un régimen enormemente represivo
(por cada asesinato político que cometió Mussolini, Franco cometió
10.000, según el Catedrático Malefakis, de la Columbia University,
experto en el fascismo europeo) que dañó enormemente a la mayoría del
pueblo español. Cuando el golpe militar de 1936 ocurrió, el nivel de
desarrollo económico español era casi idéntico al italiano. Su PIB per
cápita era semejante al PIB per cápita italiano. Cuando la dictadura
terminó, en 1978, España tenía un nivel de riqueza que era sólo el 68%
de la italiana. Este fue el coste que aquel supuesto patriotismo
significó para el pueblo español.
El golpe militar se realizó no para
salvar la patria sino para que la Iglesia pudiera continuar controlando
la educación de los españoles y también la tierra que poseía (la Iglesia
era el terrateniente con mayor extensión de tierra en España. Hoy es el
segundo); para que la Monarquía continuara siendo el sistema político
que garantizara el dominio por parte de las derechas de los aparatos del
Estado, incluyendo las Fuerzas Armadas, la Judicatura y las Fuerzas del
Orden; para que el Ejército tuviera sus privilegios, garantes de la
unidad de la Patria (convirtiendo al Ejército en instrumento de
represión interna); para que la banca y la oligarquía empresarial
pudieran mantener sus escandalosos privilegios (que todavía se mantienen
hoy, como queda claro con la excesiva protección de la banca frente a
los desahuciados); y así un largo etcétera.
La oposición
popular a tales medidas regresivas del sistema establecido por los
supuestos patriotas explica la enorme represión que caracterizó aquel
periodo de dominio del estado por las derechas supuestamente
patrióticas. Su carácter nacional, por cierto, quedó negado por el hecho
de que su victoria se debiera primordialmente a la ayuda que les prestó
la Alemania nazi y el fascismo italiano. Sin esta ayuda extranjera, el
golpe militar no podría haber conseguido parar la oposición a tal golpe.
¿Dónde estaba y dónde está ahora el amor a España de los supuestamente patriotas?
Esto podría también preguntarse hoy al gobierno de derechas español,
que está llevando a cabo el ataque (y no hay otra manera de definirlo)
más feroz al bienestar de las clases populares. Hoy se están haciendo
reformas que afectan muy, pero que muy negativamente al bienestar de la
población, y muy en particular de las clases populares. La evidencia de
ello es contundente. Nunca antes en el periodo democrático, el ya
insuficientemente financiado Estado del Bienestar español ha estado bajo
un ataque tan frontal. Y este ataque se está haciendo para el beneficio
de los mismos intereses económicos de siempre: el capital financiero
español y el mundo empresarial de las grandes corporaciones, a costa del
bienestar de todos los demás. De nuevo, la evidencia de ello es robusta
y convincente.
Y todo ello se hace justificándose con la
necesidad de aplicar tales políticas de austeridad que son –según el
establishment español- las únicas posibles, lo cual es fácil de
demostrar que no es cierto. Podrían aplicarse otras que no afectarían a
los intereses de las clases populares, afectando, en cambio, a los
intereses de los grupos que, de nuevo, se presentan como superpatriotas,
defensores de España. Esta desfachatez (y no hay otra manera de
definirlo) se hace violando la soberanía de la Patria que dicen amar
tanto, obedeciendo dócilmente al gobierno alemán, como lo hicieron
también en los años treinta. Es la repetición de la historia. Ahora,
como entonces, los superpatriotas utilizaron la bandera para defender
sus intereses de clase. Así de claro. Y haciéndolo así están
traicionando, una vez más, al pueblo español.
Hoy, en España,
los movimientos de protesta social que salieron a la calle ayer, en la
Huelga General, en defensa de los derechos de las clases populares y de
la soberanía de España son los auténticamente patriotas, entendiendo
como tales a los que defienden a la mayoría de la ciudadanía frente a
una minoría que defiende sus propios intereses y los de sus aliados
internacionales, incluyendo las elites financieras que dominan el
gobierno alemán.
Una última observación. Le ruego al lector que
haya considerado de interés este artículo, que lo distribuya
ampliamente, pues los medios de mayor difusión no publican jamás este
tipo de artículos. La dictadura mediática exige una respuesta
movilizadora que permita presentar otros puntos de vista distintos y
críticos de la sabiduría convencional del país que se reproduce a través
de tales medios.
(*) Vicenç Navarro. Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
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