Si dejamos aparte a los republicanos en la intimidad, los que ven racional ese régimen, aunque probablemente inoportuno en las actuales circunstancias históricas, la mayor parte de los republicanos expresos de nuestros lares no están contra la Monarquía, sino contra España. Es el caso de ERC y de Amaiur, los ¿antiguos? proetarras.
A ellos se suman los comunistas de IU, que más que contra la Monarquía están por la oportunidad o por el oportunismo de colocarse como referente de la izquierda, entendiendo ahora que en el subconsciente colectivo se relaciona República con Izquierda, aunque la Historia haya demostrado que de las repúblicas también emergen fascismos. Y digo por oportunismo, porque sus mayores, los comunistas que se sumaron al Pacto de la Transición, sí que optaron por aceptar la Monarquía, aunque fuera como también oportunista peaje a la democracia (y a su supervivencia en ella).
Pero no son éstos, los de Izquierda Unida, los que puedan preocupar en relación con la estabilidad de un Régimen. Porque en el momento en que pudieran gobernar, por ejemplo en coalición con otros partidos de la órbita izquierdista (como ahora hacen en Andalucía, y lo harán en muchos ayuntamientos el año que viene), automáticamente aplazarían el debate republicano como llevan haciendo cuarenta años. O quizá ochenta, porque cuando se oponían al franquismo era por su carácter de Dictadura, no de antesala de la Monarquía.
No es Izquierda Unida el problema, por tanto. Lo que sucede es que ese grupo de comunistas reciclados se ha dado cuenta de que está a punto de sufrir el sorpasso por su izquierda, y se revuelve con la bandera tricolor como los gatos lo hacen con las uñas.
Son los otros “republicanos”, los de los grupos separatistas procedentes o no de la violencia, los que más ruido arman. Los proetarras y los de Esquerra. Con el apoyo impagable del sector indignado de Podemos, que tiene toda la razón en cabrearse porque ese grupo apenas sale en los medios de comunicación, gracias a que el sistema capitalista les tiene amordazados, como todos pueden apreciar. Tal vez esto podría corregirse si los grupos mediáticos más importantes, alrededor de Tele 5 y Antena 3, les dieran, pongamos, el cien por cien de las tertulias, y no la exigua presencia en el noventa por ciento de ellas.
Pero hablábamos de los verdaderos republicanos de nuestros días: los que dicen que quieren acabar con la Monarquía cuando lo que realmente quieren es acabar con España. Son ellos los primeros en dar un papel simbólico a los Reyes, mucho más que los descafeinados monárquicos de nuestros pagos. Y también son ellos los que dan sentido a la bandera (al rechazarla) cuando entre nosotros no existe la sacralización de ese símbolo como sucede en Estados Unidos, Francia o el Reino Unido. Son ellos los que pitan el Himno Nacional, cuando los demás apenas pueden sino tararearlo.
Pero es cierto que quienes quieren acabar con España también saben que el poder de los símbolos históricos, por adormecidos que estén, es de difícil oposición. Y así debe serlo pues, por mucha autocrítica de los españoles, lo cierto es que la Nación española es de las más antiguas del mundo y ha aguantado carros y carretas. Hasta ha aguantado a quienes en los últimos dos siglos han hecho lo posible para dinamitarla en conflictos excluyentes. Y no lo han logrado, por cierto.
España se ha hecho muy suspicaz a su simbología. Creo que la primera vez que vi banderas desplegadas fue por el anterior Mundial de fútbol (aunque también en los Juegos Olímpicos de Barcelona). Y nadie ha podido cantar el Himno, por la sencilla razón de que su letra no hubiera tenido ni jamás lograría consenso. ¿Quién escribiría ahora como símbolo nacional un canto a degollar al adversario, a animar a los batallones militares, a aplastar al enemigo religioso y a tantas lindezas más que pueblan las letras épicas que preceden a las batallas (casi todas ahora deportivas, por cierto).
Y lo mismo para la Monarquía, que en España ha evolucionado hasta la completa desconfiguración desde el feudalismo al absolutismo, y desde el romanticismo cortesano a la democracia parlamentaria, pero que inconscientemente mantiene la idea de perduración histórica, de referencia a los ancestros, de apelación genérica a la unidad.
Alguien comentó que lo más simbólico para representar la unidad de España era El Corte Inglés. Que es una forma de relativizar en la práctica una idea nacional que es difícil de explicar sólo desde la razón, pese a ser, como es, el leit motiv de pervivencia de todos y cada uno de los países del mundo. Pero, bromas aparte, lo que es relevante en términos históricos es que hay elementos comunes a una ciudadanía que sostienen a ésta como colectivo. Aquí, guste o no guste, son los tres antes mencionados, la bandera, el himno y el Rey, a los que se ha sumado otro más profundo: la democracia constitucional como forma de administrar los recursos intangibles comunes.
Todos ellos tienen defectos, por supuesto. A todos les puede faltar a veces algo de letra, que es como decir que pueden concitar poca fe. Y pueden ser mal administrados. Pero son los que tenemos y son los que algunos desean liquidar, porque saben que el obstáculo para su victoria y para su poder está justamente en eso, en la transferencia histórica del pasado al futuro.
Los separatistas catalanes y vascos no son antimonárquicos, son antiespañoles. No les gusta el Rey como no les gusta que gane un partido de fútbol la Selección Española. Y no les gustaría un presidente de la República española, como no les gusta el de la francesa. No les gustamos nada. Por eso, como los enemigos de los enemigos son los amigos, hay buenos motivos para que apreciemos, respetemos y apoyemos los símbolos nacionales. Porque si se pierden éstos, ganan ellos.
No estamos muy probablemente en un debate de politología tradicional (en el que yo mismo participo) entre Monarquía y República, donde siempre hay mucho que discutir si estuviéramos en un laboratorio. Es mucho más. Eta y sus cómplices y ahora herederos no mataron contra la Dictadura, ni contra la Monarquía. Mataron contra España. Y Esquerra Republicana no lucha por la democracia y por la libre decisión de los ciudadanos. Su guerra es también con España.
Pues bien, si su batalla es contra España, habrá que considerar hoy y ahora la idea de que puede interesar a los españoles defender su propia Historia, antes de que nos madruguen por debilidad y por inconsistencia moral. Tal vez hoy con la Monarquía parlamentaria. Tal vez mañana con una República presidencialista, cuando tal convenga. Pero con España, en cualquier caso.
La República de los separatismos no es la española, sino la negación de España. Pero algunos en la izquierda han quedado embobados por su discurso, como los roedores (ven mi elegancia: no he dicho las ratas) tras el flautista de Hamelín. Y si la izquierda filocomunista (ahora IU y Podemos) sigue así, cuando se dé cuenta se va a ver contaminada como cómplice de los enemigos de la misma España que se supone que quieren mejorar.
En todo caso, siempre será cuestión de que los ciudadanos de esta Nación se sientan concernidos. Pero no es obligatorio: todo el mundo tiene la posibilidad de quemar su propia casa. Pero, desde luego, lo que no puede pretender luego es cobrar el seguro. Por eso, solo se podrá apoyar la República (y según qué República) cuando exista la certeza de que no se lleva por delante a España.
Entretanto, nada pasa por mantener el hilo de la Historia, con sus miserias y sus glorias. Porque hoy ya no heredan los Reyes, heredan los españoles.
(*) Director general de 'El Imparcial'
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