sábado, 21 de junio de 2014

Carta a un nuevo rey / Luis del Pino

Majestad,

Permítame dirigirle estas líneas para informarle de lo que siento, en lo que concierne a su proclamación como nuevo Rey de España, con el nombre de Felipe VI.

Lo primero de todo, quiero felicitarle por su acceso al trono. Desde el punto de vista abstracto, soy más republicano que monárquico, pero pertenezco a ese numerosísimo grupo de españoles a quienes, en realidad, la forma de estado no les preocupe en exceso. La Monarquía no despierta en mí pasiones, pero tampoco me molesta. Miro alrededor, y veo numerosas repúblicas que funcionan perfectamente, como la alemana, la francesa o la americana. Pero veo también monarquías - como la inglesa, la holandesa o la noruega - que funcionan igual de bien que cualquier república. Por tanto, no seré yo quien dedique un minuto de su tiempo, habiendo problemas graves, a discutir sobre si la monarquía es mejor que la república o viceversa.

Pero aunque fuera republicano furibundo, seguiría felicitándole igual, aunque solo fuera por educación. Mientras no cambiemos nuestra actual Constitución por los procedimientos marcados en la Ley, usted es el Jefe del Estado y simboliza la unidad de la Nación. Y yo así lo acato.

Escuché con atención su discurso en las Cortes, para tratar de intuir cuál será su actuación a partir de ahora. Y he de decir que ese discurso me produjo sentimientos encontrados. Habló usted de unidad de la Nación, habló de transparencia, recordó a las víctimas del terrorismo... Todo eso está muy bien. Lo que pasa es que las palabras se las lleva el viento, y solo obras son amores, como usted mismo dejó entrever al citar aquella frase del Quijote: "no es un hombre más que otro si no hace más que otro".

Más me llamaron la atención, por tanto, los silencios que las palabras. Me llamó la atención, por ejemplo, que no hiciera usted ni la más mínima mención de carácter religioso en su discurso, dado que el 70% de los ciudadanos españoles se declaran católicos y dado que ostenta Vd. los títulos, entre otros, de Majestad Católica, Rey de Jerusalén y Canónigo honorífico y hereditario de la Iglesia Catedral de León y de la basílica de Santa María la Mayor en Roma. En los días posteriores, parece que ha compensado Vd. esa omisión, eligiendo El Vaticano como destino de su primer viaje oficial. Bien está esa compensación.

Tampoco entendí que no hiciera usted ni la más mínima mención a las Fuerzas Armadas, siendo como es Capitán General de los Ejércitos. Puedo entender que quisiera usted acentuar así la "normalidad" del relevo en la Jefatura del Estado, pero creo que una mínima mención a nuestros soldados en misiones internacionales no hubiera estado de más.

Como tampoco estaría de más que alguien se dignara a explicarnos (recuerde su promesa de transparencia) por qué ha cambiado usted el escudo de la Casa Real con tanta premura, especialmente teniendo en cuenta que hace tan solo un mes los representantes políticos de Amaiur reclamaban, precisamente, los cambios que Vd. ahora ha realizado. Tal vez un cierto sentido de la oportunidad política habría aconsejado postergar durante un tiempo esa decisión.

Pero reconozco que todo eso son detalles que no necesariamente tienen importancia. Su discurso fue el que es, y ahora toca remangarse y trabajar.

Y ahí precisamente es donde se centran mis preocupaciones. Como Vd. bien sabe, Majestad, España está sometida a tensiones insoportables y crecientes en el plano territorial, tensiones que amenazan esa unidad de la Nación que Vd. simboliza. Y en los medios de comunicación menudean las noticias sobre las presiones que Vd. recibe desde muy diversos sectores - los nacionalistas, el PSOE, ciertos empresarios - para que haga algún "gesto" que permita abrir una negociación entre quienes quieren romper España y quienes tienen la obligación de defender la Constitución.

En otras palabras: son muchos quienes no ocultan su intención de utilizarle a Vd. como coartada para conseguir esa ruptura de España, inmediata o a plazos, que por otros medios no consiguen. Y estoy verdaderamente preocupado por cuál vaya a ser su respuesta, Majestad. Le confieso que no tengo ni idea de si va Vd. a dejarse usar como coartada por quienes quieren destruir la Nación. Confío en que no, pero no lo sé.

Me gustaría poder darle un voto de confianza, pero me han defraudado tantas veces en estos últimos diez años, que ya no me quedan más votos de confianza que dar. No me lo tome Vd. a mal, Majestad, porque no pretendo faltarle al respeto: se trata de una simple decepción de carácter general, que no tiene nada que ver con Vd. en concreto. Me han engañado tantas veces, que no estoy dispuesto a que me engañen una más.

A eso se une una cuestión de calendario: en los próximos cuatro meses, la tensión territorial alcanzará su culmen. Si yo disminuyera ahora mi nivel de exigencia por darle un voto de confianza a Vd., podría encontrarme a la vuelta del verano con que ya todo está decidido, y en sentido contrario a los intereses de España. Y con que ya es tarde para reaccionar. Por eso, prefiero adoptar una actitud escéptica y esperar a ver cuáles son los pasos que va dando Vd. en estos primeros meses de reinado.

Déjeme decirle, Majestad, que somos muchos los españoles que estamos ya muy hartos. Hartos de ser ignorados por nuestra clase política; hartos de ser tratados como ciudadanos de segunda en amplias regiones de nuestro propio país; hartos de ver cómo nos prohíben educar a nuestros hijos en nuestro propio idioma; hartos de ver cómo los que hicieron del asesinato de españoles su negocio, se sientan ahora sonrientes en instituciones públicas; hartos de pasar estrecheces para sostener un sistema autonómico que nos arruina; hartos de ver cómo se pisotean y ningunean de manera cotidiana otros símbolos de la Nación no menos importantes que la figura de su Majestad...

Nada de eso es culpa suya, claro está. Pero sí que está en su mano ayudar ahora, desde su función moderadora constitucional, a que las cosas cambien. Y a que los "gestos" y el "diálogo" se apliquen a defender y contentar a quienes aman a España y respetan la Constitución, en vez de aplicarse, como hasta ahora, a ceder cada vez más ante quienes no asumen la Constitución y solo buscan destruir España. Somos muchos, Majestad, los españoles que no entendemos que siempre se premie al que incumple la ley y al que viola los derechos de los ciudadanos. Somos muchos los españoles que queremos dejar de sentirnos invisibles, Majestad.

Es por eso que seguiré atentamente su visita a Cataluña, programada para el próximo jueves. Tengo curiosidad por ver si en esa visita habrá algún gesto, por ejemplo, hacia todos esos catalanes que se sienten españoles y que han visto cómo el Estado les dejaba tirados hace tantos años. Tengo curiosidad por ver si en esa visita se acordará Vd., por ejemplo, de los padres que pelean infructuosamente para que les dejen educar a sus hijos en la lengua oficial del Estado. ¿Tendrá Vd. alguna palabra para ellos? ¿Les hará algún guiño? Ojalá que así fuera.

Permítame terminar, Majestad, diciéndole que, aunque me es imposible darle ya a nadie ningún voto de confianza, en realidad soy muy fácil de ganar. Y muy agradecido. Como casi todos los españoles. Sin necesidad de salirse de su papel constitucional, defienda Vd. a España y a los españoles y tendrá en mí al más leal de sus paladines.

Si no lo hace, yo no me llevaré ningún chasco: quien nada espera, ninguna decepción puede sufrir. Pero hay otros muchos españoles que sí que han saludado con ilusión su proclamación, Majestad, y que sí que sentirían de corazón ver sus esperanzas traicionadas una vez más. Le ruego que no les defraude.

Atentamente suyo
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